Una vez pasadas las elecciones y, por tanto, imposible ya la posibilidad de condicionar el voto de nadie, uno se atreve a escudriñar en algunos aspectos del disfraz de “Ciudadanos”, formación política nacida hace diez años en Cataluña.
En esa década se caracterizó en el Parlamento catalán por votar permanentemente bajo criterios político-ideológicos nítidamente de derechas, incluyendo apoyos nada desdeñables a posiciones políticas de extrema derecha.
Ese ha sido el currículo de Ciudadanos en Cataluña. Por tanto, ese pretendido marketing político de presentarse ahora ante los ciudadanos del resto de España como partido de centro o de centro-izquierda, es falso. No olvidemos que su propio líder, aunque le ha costado, ha tenido que reconocer su afiliación al PP en otro tiempo.
Sin embargo, como también es conocido porque se ha publicado, un mes después de las elecciones europeas de 2014, tras la sorprendente irrupción de “Podemos”, el presidente del Banco Sabadell, Josep Oliu, declaraba: “Nos convendría una especie de Podemos de la derecha, más orientado a la iniciativa privada”.
Casualmente (¿sólo casualmente?), meses después y justo a tiempo, se extiende con fuerza Ciudadanos por todo el país para apuntalar el bipartidismo o garantizar, al menos, que todo pueda quedar más o menos como está.
Por eso, uno cree que Ciudadanos es el recambio que necesita el sistema cuando sus instrumentos tradicionales de representación política ya no son útiles. Es la garantía para que el declive del PP y PSOE no cree un vacío de poder a las élites económicas de este país.
Su función, ya lo dicen sus líderes, es asegurar una transición política ordenada, sensata, tranquila. Pero como ha expresado Josep María Antentas, profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona: “El cambio tranquilo de Albert Rivera es en realidad el cambio inexistente, el cambio sin contenido. Se trata de una salida al túnel de la crisis por el “centro”, o sea, por la derecha”. Más de lo mismo.
Por tanto, lo que propone Ciudadanos es una regeneración democrática sin modificar la política económica neoliberal aplicada por el PP. Es decir, propone un cambio sin molestar a los de arriba. O lo que es lo mismo, promete renovación y moderación, convirtiendo su regeneración democrática en un mero recambio de élites.
Recientemente, hemos visto que algunas candidaturas de Ciudadanos han sonrojado a sus propios líderes, al verse salpicadas por la presencia de algunos elementos de ultraderecha. Y el partido ha tenido que darse prisa para ocultarlo o para actuar en consecuencia, haciendo caer a algunos de esos candidatos de sus listas. Resulta evidente que es muy difícil hacer desaparecer del ADN la herencia genética.
No obstante, seguro que en Ciudadanos, como en el resto de los partidos, hay gente respetable, muy bien preparada, de buena fe y con ganas de cambiar la política de este país. Pero, desde luego, a través de principios conservadores y neoliberales. Que no nos confundan ni traten de engañarnos con determinados disfraces.
Y todo ello, envuelto en una imagen y supuestos aires de renovación, juventud, dinamismo y modernidad: puro marketing político. Ciudadanos ofrece una política económica salpicada de promesas sociales puntuales que son irreales dentro de su esquema neoliberal. Por tanto, plantea un cambio sin contenido real, que lo deja todo igual para la mayoría de los ciudadanos. Justo lo que se necesita para seducir a un electorado despolitizado.
Este regeneracionismo de Ciudadanos, que no cuestiona los recortes ni la ortodoxia austericida vigente, es la mejor noticia para el IBEX 35. Por supuesto, para ellos, su expansión por todo el Estado es lo mejor que ha sucedido desde que “Podemos” empezó a remover las conciencias de la ciudadanía sobre la política en este país. No en vano la presentación de Ciudadanos en Madrid tuvo como patrocinadores a Deloitte y al periódico ABC y, como público asistente, a representantes del IBEX.
Por otra parte, es evidente que nuestra sociedad se encuentra ante una fuerte volatilidad política marcada por un componente electoral “líquido” (expresión de Zygmunt Baurman), en el que las viejas lealtades electorales se disuelven, pero las nuevas no están aún solidificadas.
Los resultados de las recientes elecciones autonómicas han roto, en buena medida, el bipartidismo; pero el proceso de consolidación de lo nuevo será lento. Se abren nuevas formas de gobernabilidad en la que los partidos pueden quedar atrapados en una compleja y poco razonable política de pactos. Por eso, uno demandaría modestamente coherencia y responsabilidad.
Probablemente a corto plazo, Ciudadanos no pactará con el PP, salvo en casos excepcionales, porque se avecinan elecciones generales. Pero su propia razón de ser y de existir, y la indudable presión de las élites económicas que les apoyan, le obligará a facilitar acuerdos con el PP, sobre todo, tras las elecciones generales.
Finalmente, con los recientes resultados electorales sobre la mesa, la situación política general sigue abierta, manteniéndose algunas posibilidades reales de cambio; pero su materialización no está asegurada todavía porque la nueva realidad política sólo marca tendencias.
Como consecuencia de ello, la influencia de los partidos emergentes se reducen, de momento, a algunos ayuntamientos del país y a algún Cabildo Insular, pero el verdadero poder político continúa todavía en las mismas manos.
El riesgo de una nueva reforma “por arriba” que ningunee, una vez más, la participación ciudadana “desde abajo” sigue presente. Nos encontramos sólo en el principio del proceso, por lo que la ciudadanía no debe bajar la guardia, ya que la decepción sería brutal.
Uno se rebela ante esa posibilidad. Permanezcamos atentos y no nos dejemos embaucar por los cantos de sirena de algunos “lobos” disfrazados con piel de “cordero”.
(*) Fernando T. Romero Romero, miembro de Roque Aguayro