Dedicado a: Todos mis lectores que, gustosamente, pierden unos minutos de su valioso tiempo en leer este relato corto que ha sido escrito con la idea de que, quien lo lee, entre en la vida de algún personaje, lo haga suyo, lo viva y, lo disfrute.
El Duendecillo Valiente
El artesano de la ficción
1ª Edición: Diecisiete de enero de dos mil veinticuatro
Diseño de portada: Javier María Martí Martínez
Autor y Editor: Javier María Martí Martínez
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
Nº REGISTRO P. I. Las Palmas: …24P0011851
BENAYGA, mi novia, la de Valsequillo…
Acaymo reúne a sus dos amigos, Ayoze e Iriome, en la plaza de San Gregorio, en Telde, para comunicarles que, en unos días, les presentará a Benayga, su novia, la de Valsequillo…
— Qué calladito lo tenías… –le dijo Iriome–. Es un secreto que no imaginaba tuvieras tan bien guardado, con lo hablador que tú eres…
— Ciertas cosas no se pueden decir sin estar uno seguro de poderlas contar –respondió Acaymo–.
— Esto es algo muy serio como para ir diciendo lo que luego puede salir mal –comentó Ayoze–. Recuerda que mi amigo Nacho no nos dijo nada de lo suyo con Chaxiraxi hasta no estar seguro.
— ¡Venga ese abrazo de hermandad! –exclamó Iriome–.
Los tres se unieron en un profundo abrazo cargado de palmadas en sus espaldas y algún que otro tironcillo de orejas…
— ¿Tienes alguna foto? –preguntó ansioso Iriome–, por ver a la agraciada…
— Tengo… tengo –respondió Acaymo–. Es de hace un mes, en el viñedo que tiene su padre cerca de la Vega de los Mocanes, un hermoso lugar donde…
— No des tantas explicaciones –dijo Ayoze–. Con ver su foto nos basta, de momento.
Sacando una foto de la cartera, Acaymo la enseñó a sus amigos que, al verla, quedaron perplejos ante la belleza de mujer.
— No puedo entender como semejante bellezón se ha podido enamorar de un tipo como tú –dijo Iriome riendo–…
— Con lo aplicado que eres para el uso del ordenador, ¿no será un arreglito tuyo de una dama sacada del internet? –preguntó Ayoze con cierta picaresca en su pregunta–…
— ¡Cómo puedes decir eso! –exclamó Iriome–. Se ve que es una foto real y no una copia en papel. No hay más que verlo…
— No lo entiendo –dijo Ayoze–. Una bella mujer para un tío feo como tú, no lo entiendo…
— Los destinos de la vida son así –respondió Acaymo–. Ni yo mismo sé cómo se fijó en mí, con lo poquita cosa que soy.
— Sí… sí, poquita cosa, ¡anda ya, pedazo de hombretón! Si tú eres lo más grande que ha parido madre –comentó Ayoze abriendo sus brazos–. Ya me gustaría que mi hermano Jonay fuera la mitad de lo que tú eres…
— Bueno… bueno, dejémonos de tantos elogios y pasemos a lo que importa –dijo Iriome– riendo y frotándose las manos…
— ¿Qué es lo que importa? –preguntó con cierta intriga Acaymo–.
— Pues… que nos digas cómo os conocisteis, dónde, cuándo, en qué lugar se enamoró de ti… –dijeron sus amigos con una sarcástica sonrisa al son de la cancioncita–.
— Poco hay que contar –comentó Acaymo–. Sólo os diré que…
— ¡Cuenta, cuenta de una vez, que nos tienes en vilo…! –exclamó Iriome–. No te hagas de rogar…
— La verdad es que parece sacado de un cuento de Hadas lo que os puedo contar –respondió Acaymo–. Todo sucedió sin pretenderlo, sin buscarlo, sin…
— ¡Venga tío, suéltalo ya! –exclamó Ayoze–. Que ya no me quedan uñas de tanto morderlas esperando escuchar algo chachi…
— Si me invitáis a un café, os lo cuento –dijo Acaymo–, señalando la terracita de un cercano café.
— Eso está hecho –dijo Iriome–. Id sentándoos que yo pido los cafés en la barra y así tardarán menos en servirlos.
Sentados en la terracita del bar, Acaymo comenzó con su relato de una manera inesperada para sus amigos…
— Si no os importa, os lo voy a contar tal y como lo soñé que, dicho sea de paso, así sucedió –les comentó Acaymo–.
— Tu cuenta como quieras, pero cuenta… –dijeron sus amigos–.
— Todo empezó sin yo pretenderlo… Aquella noche comí algo, poca cosa y, cansado por el trabajo de un día agotador, me fui a la cama. Sin yo saber ni cómo ni de qué manera vi, en uno de mis sueños, como iba mi mente transportándome a un mundo muy diferente al que estaba acostumbrado, a un mundo irreal donde las gentes del lugar vestían con pieles de animales de las que jamás vistiera yo ni en carnaval. No había coches, ni guaguas, ni gasolineras, ni nada por el estilo.
Las calles no estaban asfaltadas, eran caminos de tierra por donde pasaban los rebaños de cabras y algún que otro buey que, tirando de un carro de madera, llevaba en su interior sacos de pienso. Las camellas, en sus lomos, transportaban algunas plataneras y otras frutas con destino desconocido para mí.
— ¡Caray! –exclamó Ayoze–, ya me gustaría a mí tener esos sueños…
— No usaban zapatos ni deportivas, sus pies estaban protegidos del suelo por unas sandalias hechas con pieles de cabra y atados con cordeles de espato –dijo Acaymo–. Los hombres tenían largas barbas y melenas despeinadas, no así las mujeres que, con pieles que cubrían sus cuerpos, lucían largas melenas cubiertas con finas telas que dejaban ver sus rostros angelicales.
Un grupo de ellas, no más de ocho, eran custodiadas por unos guardianes que, armados con grandes escudos y lanzas impedían que nadie se les acercaran. Eran las Maguadas que, como sabemos, iban camino de su templo donde recibirían las oportunas enseñanzas que las Harimaguadas les hacían aprender para rendir culto a su Dios.
Saboreando el café, Acaymo prosiguió con su apasionante relato, ese que tanto gustaba a sus amigos, pues sus ojos estaban atentos a lo que de la boca de Acaymo salía.
— Una de ellas era Benayga… –dijo Acaymo–. Era la que más destacaba entre todas las Maguadas. Su cabello era largo y rubio como los rayos del sol. De rasgos angelicales, tenía una tierna y sensual mirada que penetraba en el fondo del corazón a quien la miraba. Sus manos eran suaves como la brisa del mar. Su cuerpo, como el de una diosa jamás tocada por mano humana…
— ¡Joer, tío! –exclamó Iriome–. Que bien la describes con todo lujo de detalles…
— Calla y deja que siga con su relato –replicó Ayoze–. Deja que siga con su relato que, como se ve, es muy interesante…
— Como os decía –prosiguió Acaymo con su relato–, estaba en el lugar preciso y en el momento justo para seguirla y ver hasta donde la llevaban aquellos corpulentos guardianes.
A escasos veinte metros de donde me encontraba, se alzaban las puertas del Tamogantes, el llamado “Tigota” lugar donde residían las Harimaguadas y las Maguadas sin que hombre alguno pudiera entrar. Ni los guardianes podían entrar sin un motivo justificado.
CONTINUARÁ…