Aquellos sigilosos pasos que se aproximaban con rapidez no eran otros que los de “Lax”, su perro que le lamía el cuello insistentemente.
Estaba asustado, nervioso e inquieto por los relámpagos y truenos que anunciaban una inminente tormenta.
Al día siguiente, en la plaza de la aldea, comentó su sueño a los allí presentes y vieron que el relato podría servir para presentarlo al Concurso.
Preparó cuidadosamente el relato: lo perfiló con algunos matices que le sugirieron y con gran ilusión presentó su escrito.
Esperó ilusionado días y días hasta que se hizo público el fallo del Jurado y, para sorpresa suya y de los habitantes de Parpayosse, su obra no fue elegida. No ganó premio alguno: ni el primero, ni el segundo, ni siquiera el tercero.
Fuerte desilusión se llevó Cosme con aquel concurso en el que había puesto toda su ilusión, empeño y cariño al redactarlo.
Los trabajos no premiados serían destruidos pasados unos días del fallo del Jurado, a no ser que los autores los retiraran en el plazo establecido, debiendo personarse en el Concejo para recogerlos.
Cosme acudió al Concejo a recoger su trabajo. Pensaba que su obra no debía ser destruida y que tal vez, en una próxima convocatoria, en otra Provincia, en otro lugar, podría presentarla y optar a un premio.
En el día indicado y a la hora prevista, Cosme recogió el sobre que contenía su obra y una copia de ésta, así como el otro sobre que contenía sus datos personales, su dirección y los datos por los cuales el Jurado supo quién era el autor, ya que en las bases del Concurso se hacía constar que la obra tenía que tener un pseudónimo en la portada y no el nombre real del autor.
Salió del Concejo con la moral por los suelos, decepcionado y algo enfadado pues su obra bien merecía haber quedado entre las tres primeras por su originalidad y por ser inédita su historia.
Jamás antes había leído en lugar alguno un relato como el suyo. Era único, no había otro igual ni parecido.
Regresó a la aldea de Parpayosse donde le esperaban los aldeanos en la plaza con regalos y dispuestos a levantarle el ánimo.
La guagua tardaría unas horas en llegar, antes debía pasar por otras aldeas y poblaciones para dejar a otros pasajeros y recoger víveres para su aldea y las otras que estaban más arriba de Parpayosse.
La guagua era pequeña, y recorría un largo camino lleno de muy cerradas curvas que, en algunas tenía que hacer maniobras para no caer por los acantilados.
Atravesaba por algunas aldeas que no eran más que cuatro chozas, caminos de piedras resbaladizas y densos bosques de encinas y plantas salvajes que le daban un aire misterioso al recorrido, sobre todo en invierno, cuando las nieves adornaban con su blanco manto los campos y los acantilados llegando a confundir al conductor el terreno por donde pasar.
Faltaban escasos cinco kilómetros de empinadas cuestas para llegar a la aldea de Parpayosse cuando Cosme decidió abrir el sobre y entretenerse leyendo su obra, aquella que con tanto cariño y esmero había plasmado en unas hojas de papel.
-¡Pardiez! –Exclamó Cosme con asombro.
-¿Quién ha osado meter mano en mis escritos? –Preguntó para sí. Jamás he visto semejante atrevimiento.
Una obra literaria presentada a concurso no puede ser corregida por nadie, debe ser aceptada tal cual se presenta, nadie es quién para manipular, señalar, corregir, subrayar escrito alguno, ni el mismísimo Presidente de la Real Academia de las Lenguas.
Indignado y muy enfadado estaba por lo que acababa de ver, por lo sucedido en su escrito: una obra literaria que había sido corregida, marcada, y ¡señalada!
Le habían subrayado algunas palabras que, por lo que se deducía, bien pudiera ser un miembro del Jurado, una persona inculta y poco cultivada, y de escaso conocimiento de muchas palabras que figuran en el diccionario.
Habían dado por no correcta determinadas palabras que estaban bien escritas e incluso alguna que otra conjugación verbal poco utilizada, que para alguien del jurado no sonaba correcta, y sin permiso del autor se habían permitido la lindeza de subrayar y corregir.
-¡Esto es inaudito y no se puede consentir! –exclamó Cosme. Mañana mismo pongo mi queja al Presidente del Jurado y exigiré responsabilidades. ¡Faltaría más!
Un escrito bien redactado indicando lo sucedido y adjuntando copia de las páginas subrayadas fue enviado al Presidente del Concejo pidiendo explicaciones de lo sucedido.
Pasaron semanas, incluso algunos meses sin recibir respuesta alguna a la reclamación presentada.
Cosme, no estando conforme con lo sucedido, decidió ponerlo en manos de un abogado entendido en estos temas para que lo resolviera.
Pasados unos días y por correo, Cosme recibió una carta del Presidente del Concejo pidiéndole disculpas por lo ocurrido, comentándole que se habían tomado las medidas oportunas para que no volviera a suceder un caso como el suyo.
No conforme Cosme con la carta recibida, consultó nuevamente con su abogado, y decidieron poner una denuncia en toda regla en los Juzgados.
El juicio fue ganado sin mayor contratiempo ni problema.
El dinero recibido por las indemnizaciones, Cosme lo empleó en buenas obras para su aldea.
Hizo que llegara la luz eléctrica a Parpayosse y a los caseríos contiguos. Canalizó desagües y construyó una pequeña presa para recoger las aguas de lluvia y parte del río que pasaba cerca de su aldea.
El nombre de Parpayosse se conoció en toda la Provincia, en las demás Provincias y en toda la Nación.
Fue tal la fama que Cosme consiguió que en muchas aldeas de otras Provincias quisieron que fuera el maestro de ellas.
Actualmente Cosme ya está retirado de la docencia por su edad: ya está jubilado, pero sigue viviendo en Parpayosse donde los aldeanos le tienen en mucha estima y reconocimiento.
Pocos hombres han sido capaces de hacer algo bueno por los aldeanos de Parpayosse como lo hizo Cosme. Empleó sus conocimientos y sus bienes en beneficio de la Aldea.
Cosme se había casado con una aldeana: actualmente viven en su hacienda arropados por sus ocho hijos y sus veinticinco nietos.
El viejo “Lax” sigue temblando de miedo y lamiendo cuellos cada vez que los truenos y los relámpagos aparecen en el cielo de Parpayosse.
FIN.
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RESEÑA BIOGRÁFICA DEL AUTOR:
Javier María Martí Martínez, natural de Gandía (Valencia) y residente en San Gregorio (Telde) desde 2005, reconocido por su talento literario, ha decidido compartir su trabajo de forma desinteresada con la comunidad, brindando a niños y jóvenes de Telde la oportunidad de disfrutar de su imaginación a través de la lectura.
A mis queridos lectores, por dedicar unos minutos de su tiempo, en leer lo que este humilde escritor ha pensado en que les pueda gustar.
El Duendecillo Valiente
1ª edición: 2016
Corrección: M. G. – A. M.
Diseño de portada: Javier María Martí Martínez
Impresión/Edición: Javier María Martí Martínez
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DEPÓSITO LEGAL: GC – 115 – 2016
NÚMERO DE ASIENTO REGISTRAL: 00 / 2016 / 2141