«Un hombre de 27 años mata a su mujer y su hija de tres años en Barcelona».
«Se trata del primer caso de violencia machista de 2020 y el homicida se encuentra hospitalizado tras haberse autolesionado».
Con titulares más o menos parecidos los medios nacionales se hicieron eco de la muerte, el pasado 6 de enero, de la joven Mónica, de 28 años, y de su hija Ciara de 3.
Con ellas, con Mónica y su pequeña, se comenzó a escribir la fatídica lista de mujeres asesinadas por sus parejas en 2020. Dos muertes más que engrosaran las macabras estadísticas de las mujeres víctimas de violencia de género o doméstica, como algunos se empeñan en llamar.
Pero, si ya la noticias es execrable, más lo es cuando repugnantes alimañas racistas, herederos de la ideología nazi más obstinada, o del ultraderechista Ku Klux Klan estadounidense, con epígrafes como «¿Es español el hombre que ha matado a su mujer y a su hija en Esplugues»?, intentan aprovecharse el trágico suceso para vomitar sobre él la ponzoña de su xenofobia malsana.
Porque querer asociar la violencia de género o doméstica, como a algunos prefieren llamarla, a características genéticas, como es el color de la piel, me resultan argumentos sesgados y racistas.
En definitiva, el argumento, cada vez más extendido, de unos miserables que, empeñados en hacer apología del racismo, les importan una mierda el dolor y el sufrimiento, no solo de la familia de las víctimas, sino también de toda la sociedad que sufre y se horroriza cada vez que una mujer o sus hijos mueren asesinados por su pareja. Porque, ante lo que estos desalmados quieren hacernos creer, por desgracia, la violencia de género es un hecho universal, y no particular de una «raza» o credo determinado.
José Juan Sosa Rodríguez.