Cuando callaron los hombres y ladraron los perros.
«Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada,
porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada,
porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada,
porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí.»
Martin Niemöller
En el 75 aniversario de la liberación del campo de exterminio nazi de Auschwitz.
El humo que salía por las chimeneas de los hornos crematorios del campo de exterminio Auschwitz, no solo era el de los cadáveres incinerados de los represaliados del nazismo. No, porque el humo que brotaba a borbotones por las chimeneas de Auschwitz también era el de un cadáver llamado humanidad, que comenzaba a descomponerse.
La humanidad convertida en humo de los perros que ladraban azuzados por el fascismo, mientras, enajenados, desfilaban con el paso de la oca bajo los acordes del himno Nacionalsocialista. La humanidad humeante de los ciudadano alemanes, como Martin Niemöller, que con el brazo levantado y la mano abierta vitoreaban a los perros enajenados que ladraban ante ellos, creyéndose así inmunes dentro de un tejido social necrosado con la ponzoña de una ideología fundamentada en el prostituido y artificioso concepto de la supremacía de una raza, la aria, frente a las demás.
Los despojos de la humanidad de los Aliados, para los que los muertos solo eran números. La humanidad acribillada por los que no consideraron que redimir del sufrimiento y la muerte a los prisioneros de los campos de exterminio alemanes era una acción prioritaria en el devenir de la Guerra.
Cuando callaron los hombres y ladraron los perros. Callaron los hombres, cuando ahogaron en el cómplice silencio sus pensamientos contrarios a la barbarie nazi, porque aquello no iba con ellos. Callaron cuando abjuraron de sus principios, de sus valores, de la generosidad que hace único al ser humano.
Callaron los hombres, también los Aliados, y permitieron con sus silencios que los perros ladraran, y contagiaran a la población con la hidrofobia del dogmatismo de su ideología perversa para que muriera la humanidad.
Hoy, los descendientes de los que entonces callaron conmemoraron el 75 aniversario de la liberación de los más de 7.000 supervivientes de Auschwitz, por parte del Ejército Rojo.
Hoy, envueltos por el espectral dolor de las madres a las que le arrebataron sus hijos, antes de ser asesinadas en las cámaras de gas, de la agonía de los hombres que murieron tiroteados, con sus manos ensangrentadas y aferradas a las alambradas de los campos de exterminio, al terror de los niños cuando eran arrancados de los brazos de sus padres…, los que antes callaron siguen callando, permitiendo con su silencio que los nuevos perros dogmáticos sigan ladrando, construyendo con las ponzoñosas alambradas de sus ideologías nuevos campos de exterminio para una humanidad cada vez más infectada con el fanatismo y la intolerancia de las ideologías extremistas y de los radicalismos religiosos
José Juan Sosa Rodríguez