ONDAGUANCHE ENTREVISTA EN EXCLUSIVA A LA MADRE Y A LA HERMANA DEL JOVEN TELDENSE FALLECIDO PRESUNTAMENTE DE FORMA NEGLIGENTE EN LA CÁRCEL DE JUAN GRANDE

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«Dos años después no me puedo creer que hayan matado a mi hijo Moisés por una jodida negligencia médica«, exclamó a ONDA GUANCH,  Ángeles Delgado, madre del preso teldense, Moisés David Santana Delgado.                    

ONDA GUANCHE reproduce en formato audio una entrevista exclusiva realizada por comunicador y profesor Manuel Ramón Santana a Ángeles Santana y Ángeles Delgado hermana y madre de Moisés David Santana Delgado, el preso que falleció en la prisión de Juan Grande hace dos años.

                                                         

TESTIMONIO DESGARRADOR VS PRUEBAS CONCLUYENTES GRABADAS POR EL CCTV

El relato de Ángeles Santana la hermana del joven teldense fallecido en prisión es demoledor y DESGARRADOR. Ángeles en la entrevista con el comunicador y especialista en Educación Especial, Manuel Ramón Santana revela la tortura física y psicológica sufrida por Moisés hasta su muerte.                                                    

ÁNGELES SANTANA: «EL MÉDICO GOLPEÓ A MI HERMANO Y LE DIJO QUE ESTABA FINGIENDO UN DESVANECIMIENTO»

«En las cámaras de seguridad hemos visto como mi hermano sufría mientras el médico le golpea y dice literalmente: ‘este tío no tiene nada. Está fingiendo un desvanecimiento‘. Unos hechos que también confirma un compañero de celda en una carta a la familia de 3 folios. 
 
MOISÉS SALIÓ ENGRILLETADO A LA ESPALDA DE ENFERMERÍA: «ME CAGO EN LA PUTA, ESTE TIO NO TIENE NADA, LLEVÉNLO A LA CELDA DE AISLAMIENTO», ORDENÓ EL MÉDICO AL JEFE DE SERVICIO 
 
Sergio, el compañero de Moisés relata (en la carta que se ha aportado al sumario) el calvario de su compañero, desde como lo vio agonizando y gritando, refiriendo que «Moisés insistía en que se le dormía el brazo izquierdo. Se despertaba cada hora diciendo que se sentía como si le estuvieran apretando el corazón. Lo llevamos a enfermería y el médico dijo que lo que tenia era una contractura en la espalda, gritando ‘me cago en la puta, este tío no tiene nada. Llamen al jefe de servicio, llevándose a Moisés a la fuerza, engrilletado con las esposas a la espalda, al módulo de aislamiento, donde falleció«, según relata literalmente, su compañero de celda.
 
 La familia, su madre, sus hijos y su compañera Judith pudimos ver en las cámaras de seguridad la presión como dejaron morir a Moisés. Si lo hubieran llevado a un hospital no hubiera muerto, como podemos demostrar con los informes médicos forense del Estado que concluyen que Moisés falleció de un infarto de miocardio, siendo un paracetamol el tratamiento recetado por el médico que ordenó su aislamiento, donde falleció unas horas después», según relata literalmente a ONDA GUANCHE, Ángeles Santana. 
                                 

                                                                                                               

(*) Manuel Ramón Santana director de Telde Libre Digital es profesor especialista en Educación Especial por la Universidad de Burgos.  

ESCUCHA PINCHANDO EN ESTE ENLACE LA ENTREVISTA EN FIRMATO AUDIO

 

«GRACIAS, DOCTOR LUIS MIGUEL PÉREZ MORALES, MÉDICO JUBILADO»

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Y digo “médico jubilado” con todo el respeto que esa combinación de palabras merece, porque en este país un médico jubilado es un sabio en retirada, una especie en extinción con permiso para pensar sin reloj y para hablar sin filtro. Y eso es exactamente lo que ha hecho Luis Miguel: abrir los ojos y, con una mezcla de tristeza y lucidez, firmar el acta de defunción de la humanidad tal como la conocíamos. Ni más ni menos.
 
Su carta no es una queja. Es un parte clínico. Un diagnóstico certero de una enfermedad que llevamos en el alma: la deshumanización crónica, que ha dejado de ser un síntoma preocupante para convertirse en el nuevo estado natural de las cosas. Y no, no se trata solo de la frialdad en los pasillos de urgencias ni de la falta de sonrisas tras las mascarillas quirúrgicas. No. El virus ha llegado mucho más lejos: ha infectado a la sociedad entera.
 
Vivimos en una época en la que mirar al móvil se ha vuelto más urgente que mirar a los ojos. La reflexión ha sido reemplazada por la distracción constante. Todo instante de pausa es una oportunidad perdida de consumir, usar y gastar. Y claro, si ese es el nuevo evangelio del progreso, ¿quién necesita una enfermera que te pregunte cómo te sientes, si puedes tener una app que lo mida en pulsaciones y cortisol?
 
Luis Miguel, con la serenidad que da ver la vida desde el otro lado de la bata blanca, nos lo dice sin anestesia: la mentira, el engaño y la chapuza ya no son accidentes ni excepciones. Son norma, ley de vida, trending topic social. Vivimos en un mundo donde un tique de globo vale más que una escritura pública. ¡Gloriosa metáfora! Todo lo que brille un rato en la pantalla vale más que lo que se firma con responsabilidad.
 
Y cuando uno lee eso, no puede más que preguntarse: ¿cómo pretendemos pedir trato humano en un hospital si la sociedad está educando a generaciones enteras para que vean la empatía como una pérdida de tiempo? ¿Qué futuro nos espera si a los jóvenes se les enseña que el que se detiene a pensar o a cuidar es un obstáculo para el algoritmo?
 
El doctor lo remata con una visión que parece ciencia ficción pero que ya empieza a sonar a profecía cumplida: sensores en la ropa, helicópteros que te recogen sin que hables con nadie, diagnósticos sin personas, tratamientos sin manos. Ni médicos, ni enfermeros, ni familia. Un sistema eficiente, sí, pero más frío que la bandeja de acero de un quirófano.
 
Y sin embargo, hay algo aún más trágico: ya nadie se escandaliza. Lo inhumano ha dejado de ser noticia. Es la norma. “Progreso”, lo llaman. “Desarrollo”, dicen. Y en nombre de esas palabras huecas, nos están vendiendo un futuro sin alma.
 
Pero entre tanto despropósito, queda una última línea de defensa. Una minoría testaruda —a la que me sumo— que aún cree en hablar, mirar, tocar, escuchar. En tratar con humanidad. Y sí, como dice el doctor, probablemente estemos condenados a perder. Pero si hemos de caer, que sea de pie. Con las manos limpias. Y el corazón encendido.
 
Gracias, doctor Luis Miguel, por recordarnos que la medicina más escasa de todas hoy no es un antibiótico ni una vacuna: es la decencia. Y que mientras queden médicos que escriban cartas como la suya, aún habrá quien prefiera una mano humana antes que un sensor.
 
Juan Santana, periodista y locutor de radio