Suelos, bancos, muros, vallados, jardines, paseos… presas del deterioro. Pocas cosas se salvan de la quema. Los desperfectos se van adueñando del parque de San Juan de forma inexorable. Entre un mantenimiento a todas luces deficiente y la falta de civismo de algunos usuarios, la zona parece estar definitivamente sentenciada.
Alrededor de 70 años. Pantalón corto de color marrón, camiseta amarilla, sandalias y gafas de sol. De pie, quieto y con las manos unidas en la espalda. Sólo observa. Se llama Eladio Pérez y pasa unos días en Telde. Es de Pontevedra.
– ¿Le gusta el parque?
– Es bonito y muy amplio. Tiene muchos tipos de árboles distintos. Lo que… no sé… está bastante abandonado, ¿no?».
Al escucharle, y teniendo en cuenta que él ve con ojos de turista y analiza con una mente que no está contaminada por los prejuicios que un vecino puede sentir hacia sus gestores, parece acertado concluir que el parque de San Juan no ofrece una buena imagen a los visitantes. O lo que es lo mismo, la zona no es ni de lejos lo que debería ser.
Y su deterioro no se debe sólo a la inacción de quienes tienen la encomienda de mantenerlo en buenas condiciones sino también al poco civismo de algunos de los vecinos que lo frecuentan. Ya se sabe que en lo malo, como en lo bueno, nunca hay un único culpable.
¿Y qué estaba viendo este gallego para pensar así?
Casi nada. Veía un lago que en otro tiempo contenía agua y que hoy es puro asfalto y tierra, y que muestra sin pudor sus tubos rotos y oxidados; bancos en los que una sentada asegura una visita a la tintorería, porque están cubiertos de cagadas de palomas; y un riachuelo con el fondo pintado de azul, en lo que se supone un intento fallido de simular que por allí corre agua.
Y había pasado por suelos recorridos por largas y profundas grietas; caminos con desconchones que terminan convertidos en socavones; paseos cubiertos por las hojas que llegan desde los jardines resecos; y zonas a medio vallar o a medio mallar… eso sí, con mallas con los colores de la bandera canaria.
Y había contemplado con asombro un reloj que no marca las horas, porque al aparato y a la torre que lo sustenta se los ha comido el óxido; y etcétera, etcétera, etcétera…
«Creo que el parque está bien distribuido, pero le faltan muchos cuidados», comentó Eladio, con la timidez del que viene de fuera y no quiere molestar al de casa.
Teresa Rodríguez no se mostró tan comedida: «Hace falta que la gente sea más cuidadosa. No todo depende de las administraciones. A veces, me pongo guantes y recojo lo que tiran al suelo y a los jardines. El otro día le llamé la atención a un señor y luego me dijeron que no lo haga más, porque me puedo llevar un susto. Pero es que hay demasiada gente sin cultura… ni civismo».
Y eso que Teresa no sabe que los destrozos del cerramiento del parque se deben a que hay personas que arrancan las losetas de los muros para, supuestamente, colocarlas en sus propias casas.
Parece que, si nadie lo frena, el parque de San Juan acelera rumbo a convertirse en el paradigma del destartalo.
Canarias7