Es posible que las denuncias y exigencias del activismo claro y valiente de las portavocías de Drago Canarias molesten a más de uno. Quizás esa incomodidad indique que estamos en el camino correcto al llamar a las cosas por su nombre: grave deterioro y desatención de los servicios públicos, políticas e instituciones desconectados con la realidad, servilismo a los lobbies económicos en detrimento de la igualdad y el bien común, falta de participación, reiteración de atentados a los patrimonios, demasiados políticos abonados al presupuesto, no hablar de nuestras cuitas… Es en ese contexto desde donde volvemos a manifestar que los inputs que alienta la “vieja política” provocan y ahondan las “brechas” dolientes que lastran la satisfacción y el bienestar de nuestra gente.
En general, entendemos que una brecha es una herida en la cabeza, pero hay otras acepciones que apuntan a grietas por donde se cuelan cuestiones que generan inseguridad, falta de unión o cohesión entre grupos o personas… Obviamente, a todas esas rémoras busca referirse el título y el contenido de esta comunicación. Y sí, son lastres demasiado gravosos que ya están afectando al equilibrio social y a la justicia redistributiva de nuestra innegable riqueza.
Por diferentes motivos, la brecha generacional es la más grave, pero hay muchas más: de género, de origen y raza, formativa, salarial, la brecha lingüística, brecha digital, entre canarios y turistas, entre servicios públicos y privatizados, entre particulares y empresarios, entre ciudadanos de a pie y políticos, de fiscalidad, entre formación y desempeño laboral, entre dar oportunidades a los jóvenes o empujarles al “exilio”, entre prensa independiente y… desde Drago Canarias, pensamos que es imprescindible y urgente ir abordando estas heridas desde la política y desde las instituciones, porque a la vista de la realidad socioeconómica estas heridas llevan camino de gangrenarse y poner en grave riesgo el cuerpo social de este país.
Se habla mucho y se trabaja poco para corregir la diferencia de expectativas de vida —ruptura evolutiva— entre las generaciones de los sesenta y setenta —los denominados boomers— y la de sus hijos, que conocemos como millennials. Hay quien trata de justificar esa “brecha” en el esfuerzo realizado por aquellas generaciones, o que estas no han sabido ganárselo. Sin embargo, nada puede justificar un desgarro social tan profundo y doloroso en el que siguen percutiendo, por activa o por pasiva, las políticas públicas. Además, en Canarias, habría que matizar que la generación de nuestros padres no vivió tan bien como se dice, o que tampoco sus jubilaciones alcanzan la media del resto del Estado. Es una cuestión de memoria y de estadística.
En todo caso, la diferencia de un bienestar y otro no admite discusión tampoco en Canarias. Ello nos lleva a señalar algunos desafíos, perfectamente medibles, que amenazan las expectativas de juventud: edad de emancipación, calidad de sus empleos, estabilidad laboral y bajos salarios, acceso a la vivienda, una tranquilidad personal que les permita afrontar otros desempeños… Son algunas de las dificultades que reflejan, con meridiana claridad, distintos informes financiados por las instituciones que llegan a poner negro sobre blanco que “si no se reequilibra el contrato intergeneracional y se sigue ignorando esta brecha puede condenarse a toda una generación”.
Por su situación de vulnerabilidad, los jóvenes son plenamente conscientes de la injusticia de trato que sobrellevan en su propia tierra y en ello inciden las portavocías de Drago Canarias, muy cualificadas, pero insultantemente jóvenes a ojos de la vieja política. Lamentable, si los responsables de las principales instituciones de Canarias se empeñan en no reconocer que el futuro de este país ha de ser de la juventud, será una gran torpeza —siendo benévolos— que terminará pasándoles por encima; porque no se trata de una fantasía de Drago Canarias, es algo inaplazable, justificado y reconocido jurídicamente al más alto nivel.
La Constitución de 1978 recogió en su artículo 48 que “los poderes públicos promoverán las condiciones para la participación libre y eficaz de la juventud en el desarrollo político, social, económico y cultural” y el propio Estatuto de Canarias en su artículo 14, en la misma línea, mandata a las instituciones para que presten un apoyo expreso a la juventud que les permita desarrollar su propio proyecto de vida. A la vista está que las estructuras formales resuelven bien poco, porque una y otra prescripción siguen pendientes.
Sin embargo, hay que ser honestos y decir con claridad a la juventud y a quienes creen en ella que la pasividad o la desconexión de los asuntos políticos, por muy decepcionados que estén, no son una opción para cambiar las tornas. Que es preciso dejar que aflore la rebeldía, comprometerse, pelear el cambio desde la organización que a cada cual le ofrezca mayor credibilidad y confianza, desde colectivos sociales estables o movimientos ocasionales, en la calle, en los medios de comunicación… y desde luego, en las urnas cuando toque.
Es posible que la responsabilidad de esta situación esté repartida o incluso que pueda ser difusa: modelo económico, liberalismo, exigencias y necesidades de este tiempo, consumismo, contexto nacional e internacional, acceso inmediato a otras realidades… En todo caso, es una evidencia que la clase política que, en muchos casos, accedió al poder hace treinta o cuarenta años se ha convertido en una suerte de corchos que taponan la evolución natural del gobierno de las instituciones. Manejan a su antojo las llaves de las cañerías para flotar en cualquier situación, tratan de condicionar la crítica en la calle, maniobran con el dinero de todos para influir en los medios de comunicación… Al fin y al cabo, se busca dificultar el empuje renovador de las nuevas generaciones.
En este punto, algunas personas consideramos que es preciso romper esa dinámica insensata impulsando un pacto canario de apoyo decidido a la juventud, absolutamente transversal, que tenga como objetivos la plena integración laboral y social de “la juventud mejor preparada de nuestra historia” en el desarrollo de esta tierra. Canarias y el futuro de nuestros jóvenes se lo merecen.
Entre tanto, y mientras otros se afanan en rescatar el triste lema de “quien se mueva no saldrá en la foto”, esta organización está justamente en lo contrario: en poner luz donde hay oscurantismo, en seguir convocando a los jóvenes y a quienes creen en ellos a sumarse a la renovación, en denunciar las malas praxis de la política y las instituciones, en remover inercias y dificultades, en desenmascarar populismos, en defender los derechos de la gente y del territorio… En esas cosas está y estará Drago Canarias.
Ese es nuestro compromiso.
Héctor Morán, Responsable de Organización y Confederalidad de Drago Canarias