CUARTA PARTE DEL RELATO CORTO: «¿QUIÉN LO HIZO?» (POR JAVIER MARTÍ)

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– Yo te acompaño y de paso hago unas fotos del exterior que, con la nieve caída debe estar impresionante el lugar -comentó Cosme. Me muero por ver la nieve cayendo al valle desde estas alturas.

– ¡Abríguense! -exclamó Nacho. Afuera debe haber por lo menos dos grados bajo cero. No hay más que ver los cristales, tienen una fina capa de nieve y eso es señal de mucho frío en el exterior.

– ¿Vas a fotografiar el paisaje nevado? -preguntó Iriome. Os acompaño.

– Y los leños… ¿quién los trae? -preguntó Raimundito. ¿No pensaréis que van a venir ellos solos?

– Pues sí, vienen solos -dijo Isidro riéndose… Mi abuelo ideó una forma de hacer que lleguen sin tener que salir del refugio.

– ¡Cómo! -exclamaron todos muy intrigados en saber la respuesta.

– Por medio de una oruga de cuerdas y cajones -dijo Isidro.

– ¿Cuerdas y cajones? -preguntó intrigado Nacho. ¡Eso quiero verlo yo…!

– Mi abuelo ideó una genial forma de hacer llegar los leños sin necesidad de salir del refugio -comentó Isidro. Por medio de una oruga que está en el cobertizo, los leños van llegando a la cocina, uno a uno, y a la velocidad que se desee.

– Eso quiero verlo yo…! -exclamó Acaymo. Debe ser genial verlo funcionar.

– Venid y veréis qué invento más bueno -dijo Isidro entrando en la cocina y acercándose a una rampa que venía de la parte alta del cobertizo.

          Todos se acercaron a la cocina y con asombro vieron como lo leños,           todos de igual tamaño, llegaban trasportados por un asombroso           invento que bien pudiera parecer el encadenado de un tanque de guerra,        la oruga por la cual se mueve y camina: Dos rodillos de gruesa y fuerte      madera, colocados a ambos extremos, uno en la cocina y el otro en el        cobertizo eran los que movían unos cajones de madera que, atados entre   sí por fuertes cuerdas, trasportaban los leños que previamente estaban       colocados en el cajón de madera donde los leños esperaban su         transporte.

– Tu abuelo era… era… -dijo Cosme asombrado por lo que estaba viendo.

– ¡Eso! era… que ya murió -dijo Isidro.

– Me refería a que era un genio… -replicó Cosme. Un genio y adelantado a su época.

– Tenía una visión futurista y adelantada a su tiempo para tener a su familia protegida en las frías tardes y noches desde el otoño hasta la primavera, bien fuera por la lluvia, por la nieve o el fuerte viento -comentó Isidro observando cómo se movía el invento y los leños iban llegando sin dificultad alguna.

– ¡Y tanto que la tenía! – exclamaron todos. Un brillante idea…

– Cuando éramos pequeños y llegaba la Navidad, las pasábamos en el refugio con los abuelos, Anaïs y Paco, que así se llamaban. Todos los hijos con sus mujeres y vástagos pasábamos unos días inolvidables -relataba Isidro con lágrimas en los ojos, visiblemente emocionado.

– Venga Isidro, piensa que donde esté te estará viendo y te protege -comentó Nacho dándole un abrazo.

– Seguro que así será -dijo Acaymo dando una palmada en el hombro a Isidro.

– ¿Quién quiere un buen café bien calentito? -preguntó Ayoze sacando la cafetera del hallar. Este café hecho a la brasa está para chuparse los dedos.

– ¡Todos! -exclamó Acaymo. A estas horas de la noche un buen café con algo de leche o Ron Telde  haría entrar en calor hasta a un muerto si se lo tomase…

– Entremos, pasemos al salón, junto al fuego, y tomemos ese rico café con ese Ron canario que huele de maravilla -dijo Cosme. Me muero por probar ese rico licor hecho en Telde.

– Eso, y que Anselmo nos deleite con su armónica, que hace tiempo que no la escucho vibrar en sus labios  -comentó Juan dando unas palmaditas al ritmo de una conocida melodía que improvisaba mientras afinaba la armónica con ese dulzón sonido.

          Cantando y recordando viejas experiencias vividas, la madrugada se       presentaba   muy acogedora aunque Cosme y Raimundito fueron           acomodándose en sus sacos, sobre la paja ya caliente que, en uno de los           laterales del salón, frente al hallar, los confortaría durante la noche.

          Acaymo y Nacho mantuvieron una interesante conversación sobre temas           de misterio, terror y ciencia ficción. Recordaron vivencias de antaño,        excursiones pasadas a cuevas, pueblos fantasmas, escaladas a picos         difíciles de subir, monasterios olvidados por sus habitantes y ¡cómo no!,   la vivencia en la sima en la que descubrieron aquel rio subterráneo y        templos de tribus prehistóricas.

          En un momento dado Acaymo quedó como en éxtasis, ajeno a lo que           Nacho seguía hablando… contando… recordando…

          Nacho lo observaba mientras hablaba. Era como estar delante de una    estatua que ni se mueve ni parpadea…

          Viendo Nacho que Acaymo no reaccionaba a sus chistosos comentarios,         esperó el oportuno momento para guardar silencio… y ver la reacción      de su amigo.

– ¡Decías Nacho! -exclamó Acaymo al ver a su amigo mirarle fijamente sin chistar palabra alguna.

– ¿En qué piensas, Acaymo? -preguntó Nacho.

– Pensaba en Juan, en lo incrédulo que es -dijo Acaymo. Pensaba en cómo hacerle creer y que dejase su incredulidad de lado, para siempre…

– Juan es de sueño liviano -comentó Nacho. Tracemos un plan para que, en la madrugada, cuando se levante para ir al baño, como suele hacer, se lleve un buen susto que le haga creer en lo sobrenatural. ¿Te parece?

– ¿Y cómo lo haremos para que no sospeche de nosotros? -preguntó Acaymo con curiosidad.

– De eso se encargarán Anselmo e Iriome que son dos expertos en montar situaciones donde un fantasma se asustaría hasta de su propia sombra -dijo Nacho riéndose. Déjalo de mi cuenta. Tú, como si nada. Yo me encargo…

          Entre copas de Ron Telde y carajillos la tertulia se iba caldeando. Todos           cantaban y bebían menos Cosme que, como se podía escuchar, roncaba       plácidamente.

          Aprovechando que Juan estaba en el baño, Nacho le comentó a Iriome el      plan que tenían pensado para él.

          Iriome era el más burlón de todos, el que tenía ideas muy ingeniosas que    a ninguno de los otros se les hubiera ocurrido pensar, quedó en maquinar     cómo dar la sorpresa que Juan jamás olvidaría.

– Isidro, déjame la cadena que tienes en la mochila -dijo Iriome. Luego te diré para qué la necesito…

– Si no fuera porque te conozco pensaría que alguna cabronada de las tuyas tienes en mente para alguno de los presentes -murmuró Isidro al oído de Iriome.

– Hemos pensado en darle un buen susto al incrédulo de Juan -dijo Iriome. Ya verás lo que nos vamos a reír…

– Viniendo de tí, seguro que será la bomba -dijo Isidro frotándose las manos y con una maliciosa sonrisa. ¡Bien!, esto se pone interesante…

          Al finalizar una de las canciones que todos habían canturreado, la que    mejor sabían, la de… «la farola del mar…» tomó la palabra Isidro y           dirigiéndose a Acaymo le preguntó:

– Acaymo, ¿es cierto que los sollozos de Casandra sólo se escuchan en las noches de luna llena? -preguntó con cierta picardía.

– Sí, eso dice la leyenda… y algunos campistas que han estado allí, en la presa de las niñas, en las noches de luna llena -dijo Acaymo con esa profunda y ronca voz que acojona a cualquiera.

– Hoy es luna llena… -comentó Ayoze al ver a Juan que salía del baño…

– ¡Sí! -exclamó Isidro. Aunque ahora el cielo está repleto de nubes y nieva, hoy tenemos luna llena…

– ¡Tachín… tachín…! tenemos luna llena esta nooooche -dijo en tono burlesco Nacho al ver la cara de incrédulo que Juan tenía y lo inquieto que se mostraba al escucharlo.

– Pero cuentan quienes lo han vivido que sólo se escuchan cuando todo el mundo está en silencio -replicó Ayoze, al ver los gestos y miradas de sus amigos que, con cierta complicidad, se lanzaban unos a otros sin que Juan se percatara de que él iba a ser el que recibiría la inesperada  macabra broma que le habían preparado.

– Bueno, la verdad sea dicha, que en algunas ocasiones se ha escuchado rodar las cadenas de Lucifer tan fuerte que apagaban los sollozos de Casandra -dijo Iriome haciendo chirriar sus dientes como si de verdaderas cadenas se tratara.

– Si pensáis que eso me va a asustar, la lleváis clara -dijo Juan. En cuanto coja el sueño no me despierta ni un terremoto…

– Iriome sólo ha hecho un comentario de lo que ha escuchado contar a quienes lo han vivido -dijo Ayoze. No sé por qué te lo tomas así.

– Sigo sin creer en esas patrañas que no son más que habladurías de la gente inculta -replicó Juan a la vez que se dirigía a su saco para echarse a dormir.

– Lo creas o no, las cadenas se oyen en la noche de luna llena en cualquier lugar, no sólo en la presa de las niñas -dijo Iriome muy serio.

– ¡Bobadas! -exclamó Juan mientras sujetaba un vaso de Ron Telde calentito que Acaymo le había preparado para entrar en calor antes de dormirse

          Cadenas… cadenas… en las noches de luna llena… canturreaban todos a        la vez con voces roncas…

– Sabes Juan, Iriome era como tú, no creía hasta que una noche de luna llena las escuchó en Lanzarote, en la entrada de la Cueva de los Verdes… -dijo Acaymo muy seriamente.

– ¿Dónde dices que las escuchó? -preguntó Juan con cierta intriga.

– En la Cueva de los Verdes, en Lanzarote, hace unas semanas antes de venir a veros -dijo Ayoze conteniéndose la risa.

– Sí, así es, Ayoze dice la verdad. -comentó Iriome agachando la cabeza para que Juan no lo viera reírse.

          La cara de Juan cambió repentinamente. Pasó de aquella incredulidad a       expresar un rostro de temor, de inquietud y de terror…

CONTINUARÁ…    

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Florentino López Castro

Florentino López Castro

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