QUINTA PARTE DEL RELATO CORTO: «¿QUIÉN LO HIZO?» (POR JAVIER MARTÍ)

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Habían conseguido lo planeado, lo pensado. Juan comenzaba a estar           inquieto, intranquilo, temeroso y hasta con cierta ansiedad que reflejaba      en su cara y sus movimientos. Sentía escalofríos por todo su cuerpo. Ni   el Ron Telde lo calmaba. Estaba…

– Joder… me estoy poniendo muy nervioso… -comentó Juan. Tengo el cuerpo como una moto…

– Esa es la reacción normal que se siente al beber Ron Telde calentito -dijo Ayoze. Se te pasará en un santiamén, en cuanto te lo tomes de un trago y te duermas.

          Haciendo caso a Ayoze, Juan se tomó de un golpe todo el brebaje sin           dejar ni gota y dando las buenas noches se metió en su saco para           dormir…

– Verás como en nada entras en calor y te duermes -dijo Iriome. Que tengas felices sueños…

– Sueña con tías buenas, de esas que te gustan -comentó en voz alta Nacho a Juan…

– Es muy fuerte este Ron Telde -comentó Anselmo. Lo noto entrar con fuerza.

– ¡Y caliente aún más! -exclamó Acaymo mirando a Juan como se acurrucaba dentro del saco.

– Vete cerrando los ojos y relajándote, en nada estarás dormido -comentó Isidro. Aprovecha que tienes el mejor sitio para echarte a dormir sin que nadie te moleste.

          Con los primeros ronquidos de Juan, acordaron  que, oyeran lo que           oyeran en la noche, ninguno abriría los ojos y que permanecerían lo       más quietos posibles, incluso fingiendo que dormían profundamente           para que Juan se confiara y el susto que iba a recibir fuera más creíble.

          El plan estaba trazado y para no levantar sospechas, poco a poco se           fueron acomodando en sus sacos junto a Juan que ya lo estaba desde           hacía un rato.

          Viendo que Juan se inquietaba y parecía despertarse, Acaymo lo movió          un poco para que se durmiera…

– Isidro, pon unos leños para avivar el fuego, que ya con las brasas está entrando frío y no hay el suficiente calor para toda la sala -dijo Ayoze. Noto que Juan tiene frío…

– ¡Hecho! -dijo Isidro. He puesto tres de los más grandes.

– Dejad unas velas encendidas por si alguien se levanta al baño -comentó en voz alta Iriome. Este lugar es nuevo y alguno se puede dar un golpe si todo está sin luz.

– Sí… sí… que el lugar es desconocido y alguno puede tropezar en la oscuridad de la noche -dijo Nacho medio riéndose…

– Poned la cadena en la puerta para que si alguien intenta entrar lo escuchemos. -decía Acaymo desde el improvisado recodo que habían formado junto a Juan que, plácidamente roncaba, o eso pensaban ellos.

– Ya la puse… -se escuchó decir desde el baño a Anselmo. Ya la puse…

          Pasadas las tres de la madrugada, el silencio de la noche se sentía en el ambiente, siendo únicamente roto por los ronquidos fingidos o no, de los           allí durmientes

          Juan, como era costumbre suya, se levantó para ir al baño.

          Las velas que alguien había dejado encendidas en la mesa del salón, en      el baño, en la puerta de la cocina y en la repisa del hallar           misteriosamente  se habían apagado…

          Sin pensarlo dos veces tomó Juan su linterna y sin hacer ruido llegó al       baño para…

          Entró y dejó la puerta entreabierta pues el chirrido de las viejas bisagras      era tal que despertaría a los durmientes si la cerraba.

          Dejó la linterna encendida en la repisa, sobre el lavabo, frente al espejo          con un haz de luz suficiente para iluminar el baño y parte del salón…

          Al recoger su linterna pudo ver por el espejo del baño una sombra en      el salón, junto al hallar que permanecía suspendida en el aire, inmóvil        como mirando fijamente a Juan.

          No daba crédito a lo que sus ojos veían en el espejo… En el salón, junto al hallar había una sombra que pudiera ser la de un hombre de           gran altura… más de dos metros pudiera tener.

          Portaba en sus manos unas cadenas que movía lentamente. Juan           podía escuchar unas sarcásticas carcajadas que harían temblar           hasta los huesos de un muerto. Eran unas risas roncas y profundas que    no eran conocidas…

          Juan quedó paralizado, inmóvil, con la mirada clavada en el espejo sin     pestañear, como a la espera de que algo macabro pudiera suceder…

          Tal era el miedo que recorría todo su cuerpo que comenzó a llamar a        sus amigos con  un tono entrecortado y ronco, pues casi no le salía la       voz…

          Nadie le escuchaba… Todos dormían plácidamente… Hasta los           ronquidos de Anselmo, Isidro y Acaymo resonaban en el salón sin que su          voz se oyera decir:

– Anse… Anselmooo! Cos… Cosmeee! Nach… Nachooo! Rai… Raimunditoooo! Isi… Isidrooo! -balbuceaba Juan con tembloroso movimiento de sus manos que sujetaban la linterna que daba ráfagas de luz por todo el baño.

          Para asombro de Juan, nadie le contestaba. Todos dormían           profundamente. Nadie le contestó. Ninguno le escuchó. Sólo aquella           tenebrosa voz y el ruido de las cadenas que sólo él escuchó, fueron           testigos de sus fallidos avisos.

          Tomando aire y armándose de valor, cerró los ojos por un momento e        intentó salir del baño lo más rápidamente posible. Pero la puerta se           cerró bruscamente ante él, sin poder hacer nada al intentar abrirla            desde el interior del baño. Algo desde el exterior, desde el salón, impedía       que Juan pudiera abrir la puerta.

          Armado de valor y dando una patada en la cerradura logró abrirla y        pudo salir del baño no sin antes ver con temor cómo aquella sombra se       desvanecía entre la llamas del fuego desapareciendo ante sus ojos sin     que él pudiera impedirlo.

          Tal era el temblor en todo su cuerpo que se desorientó y por miedo a        tropezar con sus amigos y despertarlos no logró llegar hasta su saco de      dormir y sentándose en una silla frente al hallar permaneció despierto el resto de la noche mientras sus amigos dormían profundamente… o eso    creía Juan.

          Con los primeros rayos de sol, ya casi amanecido el nuevo día, preparó       una cafetera con el rico café que Acaymo había traído de su tierra, de     Gran Canaria.

          Poco a poco fueron despertándose. El rico aroma del café recién hecho,          iba caldeando el salón y abría el olfato de los allí durmientes.

– ¿Qué haces ahí sentado? -preguntó Isidro, el primero en despertarse. Veo que has madrugado…

– No os lo vais a creer -exclamó Juan balbuceando. Anoche… anoche vi una sombra junto al hallar que portaba unas cadenas en sus manos y con voz tenebrosa pronunciaba mi nombre…

– ¡Anda ya! novelero -dijo Acaymo.  A tí lo que pasa es que te gustó el Ron Telde y te levantaste a tomar unas copitas y te acabaste la botella… por eso tiemblas y crees haber visto cadenas, sombras y…

– ¡Que no, que es verdad! -exclamó Juan sin quitar su mirada del hallar. Lo vi… lo vi… Era alto, muy alto y portaba unas gruesas cadenas en sus manos. Era real… Lo vi…

– ¿Real? -preguntó Acaymo con cara de extrañeza. Si tú no crees en esas cosas…

– ¡Te lo juro! -exclamó Juan. Tan real como que tú estás frente a mí.

– Si… sí… -dijo Anselmo. ¡Venga ya! Si no has dejado ni gota de Ron Telde en la botella… como para creerte…

– Era real… lo vi -siguió insistiendo Juan. Llevaba unas cadenas en las manos que  agitaba bruscamente y una de ellas hizo saltar la esquina de la encimera del hallar…

– Ese Ron Telde te hizo ver visiones -comentó Raimundito.

– Míralo tú mismo y verás cómo es verdad, -balbuceaba Juan. La esquina del hallar está roto, compruébalo.

– Si te empeñas… -dijo Raimundito.

– Macho, te recomiendo que no bebas más y menos de noche, porque aquí no hay nada roto… -comentó Acaymo tocando la repisa del hallar. Todo está como ayer, no hay nada roto.

– Es cierto -dijo Raimundito. No hay nada roto. Ven y míralo tú mismo… no hay nada roto…

– ¡No es posible! -exclamó Juan. Vi como saltaba en pedazos la esquina de la repisa, la que estáis tocando vosotros. Mis ojos lo vieron, no me lo invento.

– Pues… ¡Ya ves…! Todo está uniforme y seco, nada roto -dijo Raimundito.

– Creo que el Ron Telde te hizo ver imágenes nada reales -comentó Ayoze. Te sentó mal y creíste ver lo que no era real. Tu mente te jugó una mala pasada.

– ¡Yo lo vi y eso nadie me lo puede negar! -exclamó Juan enfurecido.

– Crees que lo viste -dijo Isidro. Está igual que cuando llegamos…

-No lo creo, lo afirmo, lo vi saltar en pedazos -insistió Juan en tono enérgico.

– Seguro que fue un mal sueño que para ti fue real -comentó Cosme. Si tú no crees en fantasmas ni en supersticiones, ¿cómo vas a creer haber visto lo que dices? No tiene sentido.

– Pues créetelo que lo vi, mis ojos no mienten y mi mente estaba muy despejada -insistía Juan dando golpes en la mesa con su puño cerrado.

– Vale… vale… te creemos -dijo Nacho. Te concedemos el derecho a la duda. Lo viste y punto. Nada más que hablar sobre el tema.

– Entonces… lo de Casandra también lo crees… ¿o eso no? -dijo Iriome muy seriamente.

– Viendo lo visto esta noche, creo que la pobre Casandra vaga por aquellos montes buscando el consuelo de su errante alma -asintió Juan con la cabeza y con lágrimas en los ojos. Tendremos que ir a esa Isla, a Gran Canaria para ver la Presa de las niñas y buscar, entre todos, una solución para Casandra.

          Todos quedaron enmudecidos al oír a Juan decir aquellas palabras. No     daban crédito a lo que escuchaban. Lo que en principio fue una broma          se había convertido en una realidad. Juan se lo había tragado y estaba       deseoso de buscar soluciones a la situación de la pobre Casandra.

          Unos a otros se preguntaban quién fue el que montó el numerito para           asustar a Juan, pero nadie daba la respuesta que esperaban.

– Anselmo, ¿fuiste tú quien organizó el asunto, no? -preguntó Ayoze.

– ¡No! -exclamó Anselmo. Yo pensé que al final fue cosa de Iriome.

– ¿Mía? -dijo Iriome. Yo te dije qué se podía hacer… ¿recuerdas?

– Pues… seguro que lo hizo Acaymo -replicó Anselmo mirándolo fijamente.

– Yo… Yo no lo hice -dijo Acaymo. Me quedé dormido en un santiamén. Profundamente dormido…

– Entonces… si no fue Anselmo, ni Ayoze, ni fue Iriome… ¡Quién! -exclamaron todos mirándose unos a otros… ¿Quién lo hizo?

 

          Querido lector, ¿quién crees tú que lo hizo?

          En tí está el poder averiguar la respuesta.

          Sólo tú puedes descubrirla y dar una explicación a esa pregunta que    todos se hicieron:

                                                           ¿Quién lo hizo?

                                                                                                  FIN.

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Florentino López Castro

Florentino López Castro

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