RELATO CORTO: «¿QUIÉN LO HIZO?» (POR JAVIER MARTÍ)

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Ya sabemos lo aficionados que son Anselmo, Juan, Cosme, Isidro, Nacho y Raimundito  a las excursiones, a las aventuras, escaldas y simas que han recorrido infinidad de veces y, una vez más, se unen para llevar a cabo una nueva aventura.

Ayoze es íntimo amigo de Nacho: ambos se conocieron de niños en un internado de curas en el que pasaron gran parte de su infancia y adolescencia, un lugar que ninguno de los dos quiere recordar.

Ahora Ayoze es invitado por Nacho a una nueva aventura llena de misterios y sorpresas que ni imaginan van a vivir.

Ayoze es acompañado por su primo Iriome y un íntimo amigo de éste, Acaymo, un joven que reside en un pueblo de Gran Canaria, cerca de una de las presas más importantes y más nombradas de su tierra Canaria.

Ayoze, Acaymo e Iriome disfrutarán de unos días junto a Nacho y sus amigos en tierras peninsulares, en la Provincia de… ¡esa!, esa que todos conocen muy bien por haber estado ya en muchas ocasiones recorriendo sus montañas, sus cuevas y simas y, ¡cómo no!, sus cálidas playas mediterráneas.

Nacho los recibe en el aeropuerto y después de recoger sus mochilas y otros enseres, realizan por carretera un recorrido de no más de sesenta kilómetros para reunirse con el resto del grupo que los esperan en…

Previas las presentaciones, Iriome les dijo:

– Os hemos traído unos licores típicos canarios -dijo Iriome. Ron Telde, Licor de plátano y Ron Miel.

– ¿Os los han dejado pasar en la aduana? -preguntó Raimundito.

– No nos han puesto ningún problema -comentó Acaymo. Son sólo tres botellas, una por cada uno.

– Y… ¿de tabaco, qué? – preguntó Cosme con cierta curiosidad…

– No fumamos… -replicó Ayoze. Y al no fumar… no hemos traído nada.

– ¡Vaya por Dios! nos quedamos sin probar ese rico cigarrillo que Nacho nos decía que era suave y delicioso -dijo Isidro.

– Suave y delicioso… ¿Cuál os dijo? -preguntaron los tres recién llegados…

– Creo recordar que era un paquete azul y blanco con un nombre muy raro -dijo Cosme…

– Si… sí… así era… se llamaba Krüger  -comentó Anselmo. KRÜGER se llamaba… Yo  fumo y no lo he probado nunca.

– Pues menos mal que no lo has probado, porque de «suave y delicioso» no tiene nada -dijo Iriome riéndose… Más bien todo lo contrario…

– O sea, ¿que ese tabaco no es suave y delicioso?… -preguntó Cosme. ¡Con lo aficionado que soy al tabaco de pipa!

– Pues no, -replicó Acaymo sonriendo. Es un tabaco para hombres de pelo en pecho. Es fortísimo.

– Me da que Nacho os quería hacer una de las suyas y le ha salido mal la jugada. – dijo Ayoze riéndose.

-Ya me habéis jorobado la bromita -dijo Nacho riéndose.

– Bueno, dejemos de chorradas, bromitas y sorpresas, y marchemos a lo que hemos venido -comentó Juan. Ya tengo ganas de llegar a lo alto de la cima de la montaña que nos espera.

Tres coches fueron los necesarios para transportarlos con todo el equipo hasta la explanada de la montaña, a unos doce kilómetros de donde estaban.

Anselmo y Juan llevaban la furgo con lo necesario para la aventura a realizar. Isidro y Raimundito en un viejo y destartalado Citroën 2 caballos. Ayoze, Iriome, Acaymo y Nacho cerraban la comitiva en el Land-Rover del Padre de Nacho que, para la ocasión, se lo había prestado.

Llegados a la explanada, al lugar donde podrían dejar los coches, distribuyeron la carga entre todos y sin prisa pero sin pausa comenzaron el ascenso a la montaña que tanto deseaba conocer Ayoze. Esa que tantas veces le había hablado Nacho de ella en el internado.

Marchaban en grupo, menos Juan y Cosme que, como era costumbre de ellos, se paraban a veces a contemplar el paisaje.

Entrada la tarde y viendo que no llegarían a la montaña en el tiempo previsto, decidieron pasar la noche en una cueva cercana.

Desde la cueva podían ver los coches que, en la explanada, habían dejado unas horas antes. El  fuego de las estufas de gas les calentaría en la noche.

A media mañana, después de haber descansado del largo viaje, emprendieron el ascenso a la montaña entre cánticos y anécdotas del viaje de Ayoze, Acaymo e Iriome que, por su dulzón acento resultaban muy agradables al oído de sus amigos.

Todos contemplaban el paisaje sin perder el ritmo de la marcha que marcaba Anselmo guiándose por su brújula y el plano del lugar.

Poco a poco iban ascendiendo entre senderos y caminos de cabras que, desde lo alto, divisaban un hermoso valle que en días volverían a pisar.

En un zigzag del sendero Anselmo se percató de lo rezagados que iban Juan y Cosme y les dijo:

– No os separéis del grupo, que parecéis patos cansados -dijo Anselmo a Juan y a Cosme.

– Ayoze, amigo, ¿es cierta la leyenda que contaste ayer en la cueva? -preguntó Juan. Me impactó mucho…

– Eso dicen mis Padres, y eso le contaron sus Padres y sus Abuelos -comentó Ayoze. Es una leyenda muy antigua de mi tierra.

– Me puso los pelos de pollo -exclamó Juan. Una leyenda muy triste…

– Se dice los pelos de punta -replicó Iriome.

– Pelos de gallina… piel de gallina… qué más da como se diga… -replicó Cosme.

– Parece mentira que hayáis estado en un internado, en un colegio de curas, y no sepáis hablar y usar la gramática como Dios manda -comentó Raimundito.

– ¡Anda que tú, refinado señoritín de pacotilla! – exclamaron los demás que estaban muy atentos a la conversación.

– ¿Quién era Casandra, tu novia? -preguntó Nacho con picardía a su compañero de celda del internado.

– ¿Casandra? Ya le guastaría a Ayoze que Casandra hubiera sido su novia -dijo Acaymo llevándose las manos al corazón y moviendo su cuerpo de lado a lado como si bailara una vals…

– No, en serio, dinos quien era Casandra y de qué la conoces -replicó Anselmo, no sin dejar de mirar los gestos burlescos que Acaymo hacía y que a Ayoze le molestaban.

– Es una leyenda de nuestra querida tierra canaria -comentó Ayoze. Una de tantas que hay en las siete Islas Canarias.

– Cuando lleguemos a la cima de esa montaña donde pasaremos la noche en el refugio nos la cuentas otra vez -dijo Nacho. Ahora apresuremos el paso que la tarde ya cae y hay que llegar antes de que el frío nos invada todo el cuerpo.

– En esa montaña hay un refugio que utilizan los pastores para protegerse del frío -dijo Raimundito. Lo he visto en el mapa. Está cerca de donde estamos.

– No me refiero a ese en concreto, sino a otro que aún no conocéis y que alguien del grupo lo conoce muy bien -dijo Nacho señalando a Isidro que caminaba unos metros delante buscando el sendero para llegar lo antes posible y no dar un rodeo de casi un kilómetro.

– Apresuremos la marcha – dijo Isidro que, por su tono de voz bien parecía ser el jefe de la expedición, el que marcaba el paso.

– Tú siempre con la voz de mando, dando órdenes -dijo Raimundito. Ni que fueras el que conoce estos lugares mejor que nadie…

– Raimundito, te recuerdo que mi padre ya los anduvo años antes de yo nacer y él me los enseñó a mí de pequeño… -dijo Isidro.

La tarde iba dejando paso a las primeras tinieblas de la noche donde el       cielo dejaba ver, entre algunas nubes, unas estrellas muy brillantes y una luna llena que, poco a poco, iba ascendiendo entre las montañas.

– ¿Falta mucho para llegar? -preguntó Acaymo. Tengo frías las manos, los ñoños de los pies… y las piernas se me hielan…

– A escasos doscientos metros está el refugio -dijo Isidro. Ya he localizado el sendero que debemos tomar para llegar rápidamente.

– ¿Quién tiene la llave? -preguntó Iriome.

– Llave… ¡qué llave! -exclamó Nacho. ¿Tú no sabes que los refugios no tienen cerraduras ni candados? pedazo de pazguato…

– Este refugio es el único que sí tiene candado, está cerrado y la llave la llevo yo -dijo Isidro mostrando un cordón con una ennegrecida llave que llevaba en uno de los bolsillos del pantalón.

– ¡Tú ves… tú ves…! -exclamó Acaymo. Ese si tiene llave y candado…

– ¿Cerrado con candado? -preguntaron con asombro…

– Es el único en la zona que tiene candado -comentó Isidro.

– No entiendo cómo un refugio de montaña está cerrado con candado -dijo Raimundito con gesto de incredulidad. No lo entiendo…

– Porque oculta en su interior un enigma: una misteriosa leyenda que sólo Isidro conoce y nos la contará esta noche, después de cenar, en la tertulia -comentó Anselmo, a la vez que guiñaba el ojo a Isidro…

– ¡Sí, así es! Os la contará y seguro que alguno de vosotros no podrá esta noche dormir plácidamente… -exclamó Nacho con voz tenebrosa…

– Encended las linternas y marchemos en fila de uno: el camino se estrecha y es peligroso por este tramo del sendero caminar en grupo -dijo Isidro poniéndose a la cabeza del grupo y enfilando la pendiente que los llevaría hasta la misma puerta del refugio.

CONTINUARÁ…    

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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