TERCERA PARTE DEL RELATO CORTO: «BENAYGA, MI NOVIA, LA DE VALSEQUILLO…» (POR JAVIER MARTÍ)

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Dedicado a: Todos mis lectores que, gustosamente, pierden unos minutos de su valioso tiempo en leer este relato corto que ha sido escrito con la idea de que, quien lo lee, entre en la vida de algún personaje, lo haga suyo, lo viva y, lo disfrute.

                                                                 El Duendecillo Valiente

                                                                                 El artesano de la ficción     

BENAYGA, mi novia, la de Valsequillo… (3 PARTE)

— Vosotros habéis bajado seis escalones hasta llegar al séptimo, a la media luna y, ahí habéis esperado a que la pasarela cerrara la trampilla central y así poderla cruzar y llegar hasta nosotros –comentó riendo el Hechicero–.

— No le veo la gracia –replicó Benayga–.

— Si no se hubiese cerrado la trampilla central de la pasarela y con la poca luz de las antorchas, al dar un paso adelante hubierais caído al pozo que separa una escalera de la otra y ahí hubiera comenzado la terrorífica caída a lo desconocido –les dijo Bentor–.

— Quien por ahí ha caído, jamás ha regresado –dijo Magec–, y, os puedo jurar que, los desgarradores lamentos de quienes lo intentaron, se escuchaban pidiendo auxilio…

— Cuentan nuestros antepasados que, uno de nuestros valientes guerreros, atado con unas lianas a su cintura y con una antorcha, bajó por el pozo unos metros hasta que, dando grandes voces, pidió que lo subieran rápidamente –comentó Alsaday–, el historiador.

— Y… ¿Qué pasó? ¿Qué contó? ¿Qué vio en aquel pozo? -pregunto con gran intriga Acaymo–.  

— Olemrrac, que así se llamaba el guerrero, salió del pozo con las ropas desgarradas, arañazos en sus piernas y brazos, con la cara desencajada y los pelos de su cabeza eran como púas de un erizo de mar –comentó Runeyma–. Daba miedo verlo en ese estado…

— Pero… ¿Qué dijo? –pregunto Benayga–.

— ¡Ese lugar está maldito! –exclamó Bentor señalando con su vara la entrada del pozo–. Según dijo, lo poco que contó Olemrrac hasta quedar mudo y petrificado, a pocos metros de la bajada hay puntiagudas flechas por todas las paredes del pozo. Hay zarzales de espinas que, si las rozas, el amoratado líquido que desprenden es muy doloroso y causa una fuerte urticaria por todo el cuerpo.

— Alimañas de distintos tamaños con grandes y potentes mandíbulas mordisqueaban su cuerpo hasta desgarrarle la piel…     –dijo Alsaday–.

— Esa escalofriante estatua que ven mis ojos, ¿quién es? –preguntó Acaymo–, señalando con su mano el lugar donde estaba…

Es el guerrero Olemrrac –respondió Alsaday–. Así quedó al salir del pozo, poco después de lo que nos contó, de lo que pudo ver en ese tenebroso lugar.

— ¿Tenéis hambre? –preguntó Cazalt–, a los recién llegados…

— Un poco, sí –respondió Acaymo–. No hemos probado bocado desde que abandonamos el Tamogantes.

— Venid, acercaos hasta nuestra mesa y saborear los manjares que Dahyra, nuestra cocinera, os ha preparado.

–¡Caray! –exclamó Iriome–. Menudo sueño tuviste…

— Deja que siga contando –dijo Ayoze–. Tengo el presentimiento que esto no ha terminado, ¿cierto?

— Estás en lo cierto querido Ayoze. –comentó Acaymo–. Esta historia no ha hecho más que empezar…

— ¡Empezar! –exclamó Iriome–. ¿Hay más que contar?

— Mucho, mucho que ni te imaginas –le contestó–.

— Cuenta pues –dijeron sus amigos–.

        Acaymo prosiguió con su relato…

        Después de haber comido aquellos ricos guisos y bebido un delicioso vino que, más que vino, bien pareciese agua, habiendo saciado nuestro apetito, nos invitaron a que ocupásemos una cueva para poder descansar.

        Era una cueva nueva, jamás antes nadie la había ocupado. Era como si la hubieran estado acondicionando para nosotros mientras comíamos.

        Teníamos que subir una pequeña escalinata hasta llegar a ella.

        En su interior había un camastro de paja tierna. Varias velas aromáticas lo iluminaban. Unas vasijas de barro servían para beber aquella agua que caía por una de las paredes hasta llegar a una pequeña balsa que la albergaba. Una ruda, pero suave cortina de tela, tapaba la puerta para no ser vistos desde el exterior. Hojas verdes de palmera tapaban la pequeña ventana dejando pasar el aire que, desde el exterior, entraba como si de una ligera brisa se tratara…

        Era, por así decirlo, como lo que nos contaban nuestros padres cuando éramos pequeños en aquellos cuentos que tanto nos gustaban oírlos contar una y otra vez…

        Tumbándonos en aquel camastro caímos en un profundo sueño…

— ¡Y…! –exclamó Ayoze–. ¿Eso fue todo, no hubo nada más en toda la noche…?

— No, hay mucho más que os asombrará escuchar –dijo Acaymo–

— Pues cuenta, cuenta… –le dijeron sus amigos–.

— A eso de las cuatro de la madrugada todo comenzó lentamente a moverse –dijo Acaymo–. Asustados nos asomamos con cierto recelo a la ventana y observamos que todo estaba en calma. Que nadie había salido de sus cuevas. Que, de tan plácidamente que dormían, hasta podíamos oír armoniosamente esa música que se escucha por las noches y que, como si de una orquesta se tratara, los ronquidos sonaban a paz, tranquilidad y seguridad.

        Nada se movía, ni los guardianes se inmutaron de aquel remolino que lentamente salió del pozo subiendo rápidamente hasta una de las chimeneas que había en lo alto de la bóveda pasando muy cerca de todas las cuevas, llevándose lo malo de ellas y curando a los enfermos…

        A la mañana siguiente, a eso de las siete, el canto de unos pajarillos nos anunciaba la llegada de un nuevo día donde, sin pretenderlo, tendríamos muy buenas noticias…

— ¿Qué es lo que paso? –preguntó Iriome–, mirando fijamente los labios de Acaymo esperando saber buenas nuevas…

— Lo que pasó es que nadie del lugar habló del tema –respondió Acaymo–. Era como si no hubieran notado nada o, también cabe la posibilidad de que supieran lo sucedido y por no meternos miedo, no dijeron nada…

— ¡Caray con los duendes! –exclamó Ayoze–, si lo sabían, bien que se lo callaron…

— Lo que sí notó Benayga fue algo muy extraño, muy raro en el entorno –comentó Acaymo–. Fue ella la que se dio cuenta de que, de un día para otro, se notaba más frío el ambiente que el día anterior.

— ¿No se les ocurrió indagar a qué se debía ese cambio? –pregunto Iriome–.

— No hizo falta –respondió Acaymo–. Fue el mismo Bentor que, riendo, nos preguntó si habíamos notado algo raro en la pasada noche.

— ¡Y…! –exclamó Iriome–, ¿qué dijo Bentor?

— Bentor nos dijo que habíamos pasado por un extraño fenómeno que se daba cada siete días –respondió Acaymo–.

— Como no te expliques mejor… –le dijo Benayga a Bentor–. Yo no entiendo nada…

— Desde que llegamos, cada siete días, en la madrugada del séptimo al octavo día, del fondo del pozo sube un remolino que, después de estudiarlo con detenimiento, hemos llegado a la conclusión que es un regalo de los Dioses que nos mandan su aliento para llevarse lo malo y purificar nuestras almas y, sobre todo, que nuestros alimentos sean buenos y tengamos fertilidad entre nosotros. –dijo Bentor–.

— Los duendes que, a lo largo de la semana han demostrado no ser merecedores de los dones que los Dioses les han dado, con la llegada del remolino desaparecen para siempre –dijo Magec–, señalando con su vara el pozo.

— ¡Es el aliento de los Dioses! –exclamó Esoj–, uno de los guardianes que, desde la cuarta altura, donde tenía su cueva, observaba a los visitantes.

— Si uno de ustedes, a los ojos de los Dioses, hubiera sido malvado y nosotros no lo hubiéramos sabido, con la llegada del remolino, éste lo hubiera sacado de la cueva y ahora estaría en el fondo del pozo, devorado por las alimañas y… –comentó Runeyma–. Pero no teman, ustedes son buena gente y sabemos que obran de buena fe.

        Tras un breve paréntesis para tomar otro sorbo de café fue suficiente para que Acaymo dijera algo que a sus amigos los dejó anonadados…

— Tras un extraño ruido que sonaba junto a mí, poco a poco pasó algo que no esperaba –dijo Acaymo sonriendo–.

–¿Qué fue? –preguntó Ayoze–.

— Seguro que fue otro remolino que salía de tu oreja –dijo Iriome riendo–. Como que lo estoy viendo venir…

— Pues no, no fue ningún remolino –respondió Acaymo riendo–.

— ¡Venga! no te rías y dinos que fue –le dijo Ayoze a Acaymo–. Se bueno y dinos qué fue aquel sonido…

— Aquel ruido no fue otro que mi despertador –dijo Acaymo riendo a carcajadas–. Sonó mi despertador y… se cortó el sueño…

— ¡Menuda pu…! –exclamaron sus amigos–.

— Y… ¿Qué va a pasar ahora con tu sueño? –preguntó Iriome–. ¿Ahí se acaba?

— Habrá una segunda e, incluso, una tercera parte –dijo Acaymo–sonriendo a sus amigos.

— ¿Nos dejas así, sin más? –preguntó Ayoze–, extendiendo sus manos en señal de intriga…

— Para nada mis queridos amigos, para nada… –respondió Acaymo–, la segunda parte será tan interesante o más que la que os he contado…

— ¿Para cuándo podremos saber la segunda parte que, si tiene tanta intriga como la primera, va a ser muy emocionante oírte contar con todo lujo de detalles? –preguntó Iriome a su buen amigo–.

— En breve, en breve… –dijo Acaymo–. Ahora he de dejaros. Benayga, mi amor, me espera en Valsequillo y no debo retrasar mi llegada.

— ¡El amor! –exclamó Ayoze–. ¡Qué suerte tienen algunos con el amor!

— Un tío como tú, soltero, con pasta y sin compromiso –dijo Iriome riendo–, eso sí que es tener suerte, mi querido Ayoze.

                                                                            Fin.

 ¿Continuará? ¡Quién sabe…!  

Telde, a diecisiete de enero de dos mil veinticuatro

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Florentino López Castro

Florentino López Castro

1 comentario en «TERCERA PARTE DEL RELATO CORTO: «BENAYGA, MI NOVIA, LA DE VALSEQUILLO…» (POR JAVIER MARTÍ)»

  1. Estimat Javier,sinceramente,esta novela es merienda una cuarta part,ya que per ami,ma deixat en la intriga de saber el final, graçies anticipadas per portarse a un mon de somnis

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