«¿Quién lo iba a decir?»

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Las pretensiones, intereses y políticas de la “Revolución conservadora” hace décadas que controlan las instituciones públicas de las naciones más poderosas de Occidente. Gracias a ello, las élites de poder que auspician el Neoliberalismo lograron, con la liberación de la especulación financiera, llevar a cabo la mayor transferencia de riqueza pública y social a manos privadas de toda la historia. Y, aunque provocaron el hundimiento del Casino bancario internacional, tras “socializar” los costes a través de su rescate público, continúan en sus objetivos. La motivación prioritaria que anima a esta versión remozada del liberalismo económico no es nada nueva: incrementar la riqueza de los más ricos y poderosos. Y, como siempre, sin mesura ecológica ni sentido humanitario.

Para el cumplimiento de ese afán, los neoliberales no se paran en nada. En los años noventa, a despecho de la catástrofe empresarial y laboral que supondría para los países del “primer mundo”, con la “Globalización” como coartada, decidieron transferir ingentes recursos económicos al Estado más formalmente opuesto al Capitalismo, la China comunista, “deslocalizando” finanzas e industrias sin tino, hasta convertirlo en la fábrica mundial. Ello se justificó en la necesidad de ganar en “competitividad”. Y a la invasión de productos y servicios baratos -realizados en condiciones inhumanas en los populosos “países emergentes”- que se implantó, vulnerando toda soberanía y salvaguarda nacional, la denominaron “libre comercio”.

Ahora, la reacción neoliberal procede a ultimar la condición social de los Estados del Bienestar -antaño poderosos fiscalizadores y redistribuidores de la riqueza- sus principales antagonistas, sometiendo a la mínima expresión a los aparatos estatales: tras ver expoliados sus enormes patrimonios con las políticas de “privatización”, los Leviatanes burocráticos, maniatados por las políticas “de austeridad”, están siendo reducidos a meros comparsas para el aseguramiento de la sumisión general a la última gran estafa: la tramposa e impagable Deuda Pública.

Quién habría supuesto, hace apenas diez años, ese perfecto maridaje entre los poderes fácticos y los institucionales que se pretendían las democracias capitalistas, iba a terminar en un abrupto divorcio; quién podía creer que la clase media tenía sus días contados; que los hijos de los acomodados, hoy, iban a estar abocados a la emigración y la precariedad. Caída la máscara risueña de los usurpadores y finalizadas las lisonjas, las generaciones actuales estamos asistiendo es al mayor embate contra las garantías jurídicas y sociales fundadas en el cumplimiento de los derechos (y deberes) humanos. En vez de al “fin de la historia” del antagonismo social, nos enfrentamos a la tiranía de los más ricos pero, esta vez, a escala mundial.

No obstante, la historia nos enseña que de las más grandes crisis surgen las mayores oportunidades, si los perjudicados se aplican a ello. De la reacción Protestante y de la Contrarreforma Católica emergió la tolerancia religiosa y las sociedades laicas. Del horror de las dos guerras mundiales, las extensión de las democracias representativas y los procesos de descolonización. Hoy, el Estado está empezando a dejar de ser una institución aplastante y los poderes fácticos han perdido toda función social y, con ello, todo mérito. Y así, puede llegar el anhelado momento del auténtico protagonismo de la sociedad civil, la nueva fase emancipadora, la Democracia Participativa. Por el pueblo, para el pueblo y, por fin, con el pueblo.

Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social

http://bienvenidosapantopia.blogspot.com

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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