«Negociar la vida»

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Cuanto más materialista se torna la economía, más aspectos de la naturaleza y la sociedad se vuelven objeto de negocio. Cuanto más se excluyen de sus fines las cuestiones ecológicas y sociales, más se amplía el alcance y el dominio de la propiedad privada. Hoy casi todo se compra y se vende: los ecosistemas naturales y los genomas de las especies; la tierra fértil y el agua dulce; los animales y plantas salvajes del mar y la tierra, los monumentos y las obras del patrimonio cultural de la humanidad…Y todo lo que no se reconoce como de interés económico, sin más, se desprecia. De manera especialmente injustificable, las personas de cualquier edad y condición que no resultan aprovechables para hacer negocio.

Y no es que no se deban hacer negocios, al fin de al cabo, negociar es una de las actividades más frecuentes en nuestra vida: constantemente estamos negociando, grandes y pequeñas cuestiones, con los miembros de nuestra familia, con nuestra pareja y amistades, con los vecinos, con los compañeros, con los que nos mandan y con quienes nos obedecen. Y con efectos muy relevantes para nuestra vida personal, profesional y social.

Pues negociar no es cualquier cosa, se trata de, nada menos, que “crear valor” y de “reclamar valor”: de descubrir la mayor cantidad de cosas de interés que dos partes pueden conseguir e intercambiarse, pero, también, de conseguir que se reconozcan y se entreguen los valores que cada cual pretende. Para que haya negociación debe haber una riqueza significativa que repartir y debe haber un reparto conveniente. Si no hay nada de valor en juego, no hay negocio; si no interesa lo que va a llevarse uno, tampoco. Ya se sabe, el tener y el no tener, la oferta y la demanda, el ganar y el perder.

“En la vida como en los negocios, no obtienes lo que mereces, obtienes lo que negocias.”. El culto al ganar por ganar, sin límite y sin sentido, se ha impuesto en nuestra cultura de una manera tan incoherente como tramposa. Pues se sabe que no hay planeta suficiente para que todo el que quiera acapare los bienes y los servicios que le apetezcan, pues muchos de ellos son escasos y se precisan para la existencia digna del conjunto social. Y se ha contrastado que el mayor acceso y disposición de recursos no sirven para ser más felices, sino todo lo contrario. Y que detrás y por encima de los legítimos negocios medran la rapiña, la explotación y el expolio.

El problema es que no todo lo que tiene valor debería tener un precio; que no se debería permitir negociar sin condiciones de concurrencia equilibrada, para que ni los que ofrecen, ni los que demandan puedan forzar las condiciones del intercambio; y que nuestra vida no debería depender de lo que se tiene para tener valer, sino de lo que se es.

Más aún, las comunidades humanas, generación tras generación y con notables esfuerzos colectivos, crean y preservan bienes materiales e inmateriales, riqueza en todas sus formas, que no debería heredarse y transmitirse más que comunitariamente. Entonces la vida sería un asunto de necesidades satisfechas y capacidades para cumplirlas; de cuidados y servicios intercambiados solidariamente; de reciprocidades y asistencias mutuas. Pero sobre todo ¿para cuándo ese corto hálito que es, a la postre, existir será más un asunto de ocio que de negocio?

Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social

http://bienvenidosapantopia.blogspot.com

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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