EL DÍA QUE ASIER ANTONA SE CORTÓ LAS VENAS

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Lo que a continuación se narra es la historia de cómo un partido político tuvo la oportunidad de gobernar Canarias, pero dejó pasar el tren hasta en tres ocasiones. Nadie entendió por qué su máximo dirigente parecía empeñado en boicotear a su propia formación y para cuando los que estaban por encima de él tomaron cartas en el asunto, como suele ocurrir, era ya demasiado tarde y Asier Antona –en sentido metafórico– había cortado las venas del Partido Popular. Porque, sí, esta es la historia de un suicidio político. El del hombre que pudo presidir Canarias y ahora tendrá que conformarse con continuar calentando un simple escaño en la oposición mientras en su partido suenan tambores de guerra por lo que consideran una deslealtad inaudita.

El primer capítulo de esta historia se escribe mucho antes de las elecciones del pasado 26 de mayo; antes incluso de la cita del 28 de abril, donde el PP comenzó su calvario electoral. Hay que remontarse a los meses de junio y julio de 2017, cuando populares y nacionalistas iniciaban una negociación para formar un gobierno de coalición que tendría el apoyo externo de la Agrupación Socialista Gomera. Apenas seis meses antes, Coalición Canaria había roto su pacto con el Partido Socialista para continuar gobernando en solitario. Por ese entonces, la sintonía entre CC, PP y ASG había permitido garantizar la aprobación de la ley del Suelo, el proyecto estrella del Ejecutivo nacionalista. Cuando el acuerdo estaba prácticamente cerrado, el líder popular abortó la entrada en el Gobierno. La excusa fue la negativa de CC a acometer una rebaja del IGIC –que un año después llegaría vía Presupuestos de la Comunidad Autónoma–.

En lugar de entrar en el Gobierno, Antona prefirió prestar un soporte externo al Ejecutivo –apoyó las cuentas de los dos años siguientes, así como otras iniciativas promovidas por Clavijo– a integrarse en el Consejo de Gobierno y hacer lo mismo pero desde el poder. Renunció a rentabilizar la visibilidad que otorga manejar el presupuesto público. Nadie lo entendió.

El segundo gran error del líder del PP canario fue el diseño y la ejecución de la campaña electoral. Quizá por necesidad de demostrar su independencia, Asier Antona puso al frente de esa tarea, la más importante a la que se enfrenta una formación política cada cuatro años, a Ángel Llanos, a quien José Manuel Soria había apartado de cualquier cargo con un mínimo de responsabilidad varios años antes de dejar la presidencia del partido. Muchos interpretaron la decisión como una provocación. Lo fuera o no, lo cierto es que la campaña se reveló desastrosa –incapaz de marcar la agenda y con candidatos prácticamente desaparecidos de cualquier debate publico– y cosechó los peores resultados del PP canario en su historia más reciente. La formación conservadora perdió seis senadores y tres escaños en el Congreso en abril y, en mayo, un diputado regional en un Parlamento de Canarias que incrementaba en diez asientos su composición.

En 1999, José Miguel Bravo de Laguna presentaba su dimisión como presidente regional del PP la misma noche de las elecciones, después de cosechar unos malos resultados –el partido mantuvo la misma cuota de poder que había logrado cuatro años antes– y dio paso a la era de José Manuel Soria. El sucesor de este último, con unos resultados infinitamente peores, no sólo no pensó en dimitir sino que tuvo –por segunda vez– la oportunidad de entrar a formar parte del Gobierno. No ya como vicepresidente, sino liderándolo. Y, de nuevo, lo volvió a frustrar.

El pasado 26 de mayo, las urnas otorgaron a la suma de CC, PP y ASG 34 escaños, dos por debajo de la mayoría absoluta. Ciudadanos podía completar la suma que diera el poder a los socios que ya habían sostenido al Ejecutivo durante los dos años y medio anteriores. Sin embargo –y a pesar de las llamadas de atención de la dirección nacional de los populares– Antona se empeñó en proclamar que disponía de libertad absoluta para explorar cualquier clase de pacto y, de la mano con Ciudadanos, pretendía dejarse querer por el PSOE. Partido con el que llegó a acuerdos en Lanzarote y coqueteó en La Palma, sembrando la desconfianza en los nacionalistas y disparando las alarmas en la sede de Génova, donde no olvidan el apoyo del político palmero a Soraya Sáenz de Santamaría en su lucha con el actual presidente, Pablo Casado, por liderar el partido.

A pesar de todo ello, el acuerdo pudo cerrarse el viernes 14 de junio, tras una cumbre celebrada en el palacete presidencial de Ciudad Jardín, en la que también estuvo presente el líder de NC, dispuesto a contribuir a la investidura con una abstención. El pacto otorgaba a Antona la Presidencia, pero, de nuevo, utilizó el veto de Ciudadanos –que estaba ya prácticamente superado– a la presencia de Fernando Clavijo en el Ejecutivo, así como una mayor demanda de cargos en el Gobierno para dinamitarlo. Segunda oportunidad perdida. El PP entra en pánico y, tras la constitución de los ayuntamientos, arranca una frenética operación, con José Manuel Soria en la trastienda, para reconducir la negociación. Mientras, el bloque de izquierdas –que veía la Presidencia perdida– se rearma.

Cuatro días de negociaciones frenéticas y al más alto nivel –con la presencia de los números dos y tres del PP, Teodoro García Egea y Javier Maroto, el jueves en Gran Canaria–, culminan con la última oferta de los nacionalistas: Fernando Clavijo da un paso a un lado y abandona el Gobierno, cuya presidencia ceden a los populares siempre que lo lidere la número dos del partido en las Islas, Australia Navarro. A cambio, Antona –del que a esas alturas ya no se fiaba nadie– desempeñaría un papel «relevante» en ese Ejecutivo, si bien no ha trascendido el cargo concreto. Casimiro Curbelo, cuya lealtad estaba con Clavijo, a quien considera un amigo personal, dio el visto bueno al acuerdo a petición de este último. Y el PP, con García Egea y Maroto comandando las negociaciones, aceptó el trato. Al cumplir sus dos condiciones –Presidencia para un partido no nacionalista y ausencia de investigados judicialmente en el Consejo de Gobierno–, Cs también apoyaba la solución. Asier Antona, no.

Ese mismo jueves, minutos antes de que Curbelo se reuniera con el bloque de izquierdas –tenía previsto hacer lo propio horas después con el secretario general de CC, José Manuel Barragán, para firmar el acuerdo de centro-derecha–, recibió una llamada de Antona que lo reventó todo. «Yo y otros diputados del PP como Fernando Enseñat, Carlos Ester, Lorena Hernández y José Manuel García Casañas votaremos en contra de Australia Navarro en una sesión de investidura», le vino a decir el líder de los populares canarios que, ajeno a las frenéticas negociaciones que se habían desarrollado durante toda la jornada, había pasado la mañana en la primera conferencia que pronunciaba Mariano Rajoy tras su salida del Gobierno, hace ya algo más de un año. La pataleta del palmero colmó la paciencia de Curbelo, que aceptó la oferta del PSOE para investir presidente a Ángel Víctor Torres. Y lo que ocurrió después es ya historia.

La desconfianza que había ido filtrándose entre los dirigentes del PP canario a lo largo de las últimas semanas se ha convertido en una herida que ha abierto el partido por la mitad ante lo que casi todos consideran un gesto de deslealtad inaudito. De hecho, los propios García Egea y Maroto reconocieron ante el todavía jefe del Ejecutivo en funciones que fue más leal al pacto Fernando Clavijo –que había decidido sacrificarse para asegurar el buen fin del acuerdo– que su propio candidato. El PP canario que, por tres veces, pudo gobernar acaba la negociación en la oposición parlamentaria, sin apenas poder en los grandes ayuntamientos y cabildos y dejando al partido sumido en la mayor crisis interna de los últimos años. Todos señalan una política desastrosa, fruto de las inexplicables decisiones de su líder, como la causa de lo ocurrido. Y, mientras Génova medita cuál será el futuro político de un Asier Antona desaparecido desde su traición, José Manuel Soria afila la navaja.

Canariasenhora.com (Ruymán J. Jiménez)

Florentino López Castro

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