«CUANDO SE PIERDE LA CREDIBILIDAD…»

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La credibilidad de nuestros abuelos, que presumían de mantener la palabra dada con aquella frase «mi palabra es un papel». La credibilidad como referente de la gente de bien, de la persona honesta. La credibilidad por encima de los intereses personales.

La credibilidad por encima de los intereses personales. Quizás sea aquí donde se encuentre la explicación de por qué nos importa muy poco nuestra credibilidad, de por qué no nos preocupa perderla. Porque hemos cambiado nuestra escala de valores,  anteponiendo nuestros intereses particulares sobre otros valores, como la credibilidad o la honradez. Incluso, por qué no, también sobre nuestros afectos. Hemos dado prioridad a nuestros logros personales, a nuestra satisfacción personal, sobre los sentimientos; nuestros egos antes que el amor, la amistad o la generosidad.

Claro, que la pérdida de la credibilidad está ligada a nuestro carácter individualista, propio de una cultura donde el hombre está dejando de ser el ser social de Aristóteles, para acercarse al individualismo de Émile Durkheim.

Eso sí, también la credibilidad va unida a la pérdida de confianza. Cuando perdemos nuestra credibilidad, también perdemos la confianza que han depositado en nosotros.

Cuando perdemos la confianza de alguien, volver a  recuperarla es muy difícil, casi imposible, porque por mucho que se  vuelvan a unir los  trozos del cántaro roto, el agua siempre se seguirá saliendo. El agua de la desconfianza siempre seguirá filtrándose  por las grietas de la duda que deja la pérdida de la credibilidad.

Pero si la falta de credibilidad destruye las relaciones personales, también hace saltar por los aires la relaciones entre los ciudadanos y las instituciones, públicas o privadas.

La falta de credibilidad de la clase política, anteponiendo sus intereses de partido al interés social, ha hecho que los ciudadanos desconfiemos de la gestión que realizan los políticos actuales, tanto los que gobiernan como los de la oposición.

La tibieza y el secretismo con el que los jerarcas eclesiásticos tratan los casos de pedofilia, anteponiendo siempre el «buen nombre de la Iglesia» antes de castigar a los pedófilos y resarcir a las víctimas, está ocasionado la pérdida de credibilidad de la Iglesia Católica entre los creyentes.

En el ámbito académico, la supuesta venta de títulos universitarios de postgrado por algunas universidades españolas, más interesada en el lucro y menos en la calidad de la docencia que imparten, ha erosionado la credibilidad de estos títulos como fedatarios de la acreditación profesional de los que los ostentan.

Si a todo esto unimos la falta de credibilidad de los medios de comunicación, la mayoría amancebados con los poderes políticos y económicos, podemos entender el desconcierto de una sociedad cada vez más descreída y menos disciplinada.

José Juan Sosa Rodríguez

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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