«CUANDO EL RAZONAMIENTO SE PIERDE EN EL LABERINTO DE LAS IDEOLOGÍAS…»

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Cuando el razonamiento se pierde en el laberinto de las ideologías, de los dogmas, el hombre desaparece para transformarse en un ser anodino, gregario, manipulado por las emociones y sentimientos  impuestos por el dogma, alienado por su radicalismo.

El hombre narcotizado, para el que los bulos y las noticias segadas y tendenciosas  solo lo son  sin van  en contra de lo que él piensa. No, de sus pensamientos no, en contra de las ideologías que le han secuestrado el pensamiento.

El hombre convertido por su ideología extrema en un ser irracional, desprovisto de la  razón necesaria para actuar por convencimiento propio, de forma reflexiva y tolerante con la opinión,  el pensamiento y las creencias  de los otros.

El hombre radicalizado, agresivo e intolerante,  el que solo necesita el estruendo de un disparo y  un muerto sobre la acera de cualquier calle para que todo se le venga abajo, para el caos. Después, el hombre irracional, convertido en monstruo por su propio radicalismo, se pasará varias generaciones lamentándose y  culpando a otros hombres del caos, de la desolación, de su propia ruina, para terminar redactando una nueva ley de memoria histórica que le permita rescatar de las fosas comunes de la intolerancia los huesos corroídos de los inocentes, de las víctimas de su sinrazón. Los despojos de los que siempre mueren cuando el hombre se convierte en una bestia espoleada por la irracionalidad de sus extremismos.

El hombre sectario que necrosa el tejido social con la ponzoña de sus fanatismos extremos. Una sociedad dividida, irreconciliable, enjalmada con el peso del absurdo ideológico. Una Sociedad, acaso la nuestra, la española. La sociedad española que corre el riesgo de, a modo de epitafio,  cerrar su sepultura con los versos de Antonio Machado

«…Españolito que vienes

al mundo te guarde Dios.

Una de las dos Españas

ha de helarte el corazón».

Ojalá que nunca escuchemos el estruendo de un disparo, ni veamos a nadie caer muerto sobre la acera de cualquier calle. Ojalá nunca seamos exterminados por el virus del fanatismo. Ojalá que nunca una de las dos Españas nos hiele el corazón.

José Juan Sosa Rodríguez

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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