«De como cambiar las cosas»

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Cunde la percepción de que en los distintos ámbitos de administración política las cosas son manifiestamente mejorables. En el día a día se ha normalizado que, a despecho de las normas pactadas, nada funciona como debe. Vivimos expoliados por impuestos directos y sanciones administrativas. Mientras el conjunto de los espacios de poder institucional han dejado de cumplir sus fines, sus responsabilidades y sus plazos, la indefensión ciudadana no para de crecer.

Se ha perdido el derecho a un trabajo decente, a unas Administraciones eficientes y a una convivencia justa. Ahora se discute sobre cuantos meses es razonable que un enfermo espere a ser atendido en el servicio público por un especialista en su dolencia ¿quién se acuerda de que las condiciones de preservación de la salud hace mucho que se abandonaron a beneficio de las multinacionales farmacológicas y alimentarias?

Resulta que en la región más rica del mundo, Europa, las tasas de reproducción han caído hasta comprometer el relevo demográfico y la población está envejeciendo rápidamente. La inmigración es una de las formas más fáciles de contrarrestar la deriva -tan inédita como absurda- de que cada vez haya más ancianos y menos niños. Pero, como los pruritos etnocéntricos y patrioteros prevalecen sobre los derechos y deberes humanos, los miles y miles que huyen de la miseria y la violencia instaladas en el Sur, tras morir a cientos ahogados al intentar cruzar el Mediterráneo, al llegar a Europa no encuentran más que muros alzados.

Hacia afuera y hacia adentro, la alienación y la precariedad se extienden entre la ciudadanía sin que los poderes se den por aludidos ¿Cómo cambiar las cosas?

En el registro histórico los procesos revolucionarios aparecen como posibles remedios a las situaciones tiránicas. Pero las revoluciones han devenido, casi siempre, en procesos extremistas y sanguinolentos. Para salir de las agonías que comporta la opresión institucionalizada ha habido que pasar por los infiernos de los ajustes de cuentas violentos; que, caiga quien caiga, la sangre, el sudor y las lágrimas sean el tributo para la liberación.

Y, por si fuera poco, las élites que encabezan esos traumáticos modos de combatir las injusticias del Estado, cuando llegan al poder tienden a instalarse en las prácticas de acomodo en las poltronas y de mero reformismo que tanto criticaron, con lo que, aunque cambian los perros, al final, no cambian los collares.

En el imaginario progresista, desde la Ilustración, tienen mucho predicamento las revoluciones culturales, teóricamente incruentas, pero como requieren de años de instrucción generalizada, en contra de los intereses fácticos y sus prácticas, suelen ser engullidas por la corrupción y el autobombo. En la historia reciente del Estado español “El Cambio” que pretendió liderar la nueva cúpula dirigente del socialismo “a la europea” trajo muy poco de auténtica liberación democrática.

Todos estos diseños de transformación han sido, en el mejor de los casos, “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo” pues han estado dirigidos jerárquicamente. Acaso ¿nos podemos liberar socialmente sin hacerlo personalmente? ¿Se puede salir de la “minoría de edad” -inducida y aceptada- sin ser, cada cual, protagonista del proceso común?

Una dramática cuestión que hoy -tiempo de mayor conciencia personal y de globalización virtual- puede tener nuevas y mejores respuestas.

Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social

http://bienvenidosapantopia.blogspot.com