-Si salen esta misma mañana, en dos jornadas estarán casi llegando a los pies de la montaña -comentó el Prior.
-Le noto muy emocionado -dijo Esteban al Prior.
-Mire si estoy emocionado que hasta ganas de acompañarles tengo -comentó Paulo. Si no fuera porque monseñor Clemente está algo mayor y monseñor Liliano, el Maestro de Novicios está ausente con los postulantes y frailes en el retiro, tengan por seguro que marchaba con ustedes.
-¿Cuándo regresan del retiro? -preguntó Esteban.
-En cuatro días -comentó Bruno. Marcharon ayer por la mañana, poco antes de su inesperada llegada.
-¡Lástima! -exclamó Esteban. Lo hubiéramos pasado muy bien los tres juntos. Otra vez será…
-¡Dios le oiga! -exclamó Bruno. Así lo quiera y podamos contar con su presencia por algún tiempo…
-Nunca se sabe lo que Dios nos tiene preparado en esta vida -dijo Esteban…
-Bueno… bueno… déjense de lamentaciones y nuevas aventuras y preparemos lo necesario para su partida -dijo el Prior.
A la orden del Prior, fray Cosme preparó las dos mejores mulas con las alforjas y lo necesario para que Bruno y Esteban pudieran emprender su camino sin perder más tiempo.
-Creo que lo mejor será seguir el camino que lleva al lugar de retiro y a dos leguas tomar un sendero que conozco y que bordea las lomas dejando el Monasterio a nuestra derecha… -comentó Bruno.
-Usted manda -dijo Esteban. Usted es el guía y las mulas y yo le seguimos…
La primera jornada de camino era prácticamente en llano hasta llegar a la tercera loma donde el camino se estrechaba y comenzaba un ascenso entre rocas y árboles, lo justo para pasar las mulas y casi rozando los desfiladeros, que impresionaban por su altura y el terreno algo escabroso.
-Al otro lado del desfiladero hay una pequeña cueva donde pasaremos la noche -dijo Bruno. Es un lugar protegido y en caso de lluvia o niebla no nos mojaremos y también las mulas estarán resguardadas.
-Usted es el guía -dijo Esteban. Lo que crea más conveniente…
Al llegar a la entrada de la cueva cayendo la tarde, amarraron las mulas en el interior y prepararon una fogata en la entrada, de tal forma que calentara también el interior y les sirviera para preparar la comida.
Desde la entrada de la cueva se divisaba, a lo lejos, alguna luz en el Monasterio que quedaba casi oculto por la niebla que cubría la oscura noche.
Unas cuerdas atadas de un lado al otro de la entrada a la cueva servirían para que las mulas no salieran de estampida en caso de escuchar o sentir el viento o cualquier otro ruido…
La cueva estaba provista de lo necesario para pasar la noche: varios leñeros cargados de troncos y ramas para poder hacer fuego… dos grandes tinajas de barro con agua… unos camastros hechos de madera y paja para descansar… unos candiles de aceite para alumbrar y una mesa de piedra con varios troncos formaba lo que bien pudiera decirse que era un improvisado comedor…
-Y… ¡esto…! -exclamó Esteban al ver como estaba dispuesta la cueva…
-Esta fue la primera estancia que nuestros antepasados monjes tuvieron antes de que pudieran construir el Monasterio que habitamos hoy en día -comentó Bruno. Terminarlo y dejarlo como nuestro fundador indicó en sus manuscritos es casi un imposible por la falta de medios económicos de los que no disponemos… Ya nadie fía nada a los monjes si no hay unas monedas por medio…
-Como bien dice monseñor Paulo… Dios proveerá -comentó Esteban.
Unas piedras formaban un semicírculo que casi llegaba al techo: era el lugar idóneo para encender un fuego que diera luz y calor a la cueva.
Minuto a minuto la cueva se iba caldeando con el fuego que Bruno había preparado siguiendo las costumbres monacales: seis troncos formaban la base… otros cuatro estaban dispuestos en sentido contrario, dejando pasar entre ellos las finas ramas que convertidas en brasas caían lentamente quemando poco a poco los troncos que servían para tener la cueva caliente durante toda la noche… unos forjados hierros en forma de estrella sujetaban el caldero donde calentarían la sopa, la leche y el agua necesaria para hacer un buen café…
Las mulas, en el interior de la cueva, tenían hierba, agua y algo de forraje, y paja en el suelo para poder recostarse y dormir…
-Este lugar encierra un toque de misterio y a la vez inspiraba paz y tranquilidad a quienes lo habitaron -comentó Esteban…
-Este es un lugar santo y bendecido por Dios -dijo Bruno signándose…
-Parece que la noche va a ser fría y húmeda -comentó Esteban. Esas nubes que se acercan y bajan hacia el Monasterio van cargadas de agua.
-El agua siempre es bien recibida en cualquier época del año -dijo Bruno. A Dios gracias tenemos buenas cosechas gracias a la lluvia. La balsa del Monasterio recoge toda la que puede y con ella nos abastecemos en épocas de sequía.
-Es curioso ver el Monasterio desde esta altura -dijo Esteban. Me recuerda mi hacienda, donde yo vivía antes de que el Rey Fausto la destruyera…
-Debió ser muy duro para usted ver que todo lo que poseía era destruido por un hombre que llevado por la envidia y la malicia destrozaba todo cuanto encontraba a su paso -comentó Bruno.
-Lo fue -dijo Esteban… Ese hombre no merece vivir… algún día pagará por todo el mal que ha hecho a mi pueblo…
-¿Piensa volver a su país algún día? -preguntó Bruno mientras miraba a Esteban llorar de impotencia…
-No lo creo… -dijo Esteban. Volver sería lo peor que me podría pasar… revivir todo lo sufrido… e incluso la muerte para mí si el Rey Fausto llegara a enterarse de mi regreso: ¡me buscaría y me mataría sin piedad!
-Y su familia… ¿no quiere volver a verlos? -comentó el monje…
-Mi familia… mi familia fue exterminada… -dijo Esteban. No me queda nadie en aquel país…
-¡Mire! -exclamó el monje señalando con su dedo a la entrada de la cueva. Tenemos visitantes que vienen a refugiarse de la lluvia…
-¿Quiénes son…? -preguntó Esteban al monje…
-Son unas hermosas luciérnagas que buscan cobijo en la cueva -dijo el monje… siempre que hemos venido a esta cueva las hemos encontrado en lo alto, sujetas al techo brindándonos su azulada luz que ilumina la noche… son inofensivas…
-Bonita luz desprenden… -dijo Esteban sin dejar de mirarlas y viendo como una a una se iban colocando en lo alto formando una serpenteante columna de luz que iluminaba toda la cueva.
-Procuremos dormir que mañana será un día muy duro y debemos reponer fuerzas -dijo Esteban…
-Descanse usted, yo lo haré en breve -comentó el monje. Antes debo rezar mis oraciones… Buenas noches
Al terminar el monje sus oraciones y comprobando que todo estaba en calma, dispuso su lecho para dormir unas horas quedando profundamente dormido junto al fuego del hogar hasta el amanecer…
Pasadas las tres de la madrugada Esteban despertó sobresaltado… con fríos sudores y algo inquieto pues había tenido una pesadilla muy distinta a las anteriores: Era algo casi real…
En su sueño apareció un espectro cubierto desde la cabeza a los pies con una larga y blanca túnica que casi rozaba el suelo. Portaba en sus manos un nuevo pergamino que dejó junto a la cabecera del lecho de Esteban no sin antes susurrarle al oído unas palabras: -Este pergamino os llevará directamente a la cueva que buscáis y que contiene un gran tesoro.
Este valle, en tiempo pasado fue un gran lago y la montaña del pico de murciélago, una isla misteriosa donde los piratas guardaban sus tesoros…
Dicho esto, el espectro salió de la cueva desapareciendo entre la densa niebla que cubría todo el valle.
Esteban no daba crédito al sueño y levantándose rápidamente salió de la cueva para ver hacia donde había ido el espectro… pero no lo encontró…
Tomando su catalejo y sin saber por qué, miró hacia la montaña del pico de murciélago viendo cómo el espectro entraba en una de las dos cuevas y desaparecía de su vista no sin antes detenerse y dirigirle su mirada por unos segundos.
Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Esteban que lo dejó paralizado… no era posible lo que acababa de ver… o soñar…
Sin hacer el menor ruido volvió a su lecho y tumbado en él se fijó en el pergamino que el espectro le había dejado en su cabecera. Lo abrió y pudo comprobar que éste era más preciso que el suyo, y le mostraba un sendero que atravesaba la montaña hasta llegar a las puertas de las dos cuevas… El sendero estaba marcado por dos ojos negros pintados en una gran roca a unas leguas de donde estaban… No podían perderse… el camino estaba bien señalizado y nadie lo había transitado nunca…
Con los primeros rayos de sol, Bruno despertó y viendo a Esteban dormir plácidamente, preparó lo necesario para el desayuno y esperó a que este se levantara…
-Buenos días nos dé Dios -dijo Bruno al ver a Esteban levantarse de su lecho.
-Buenos días tenga usted -respondió Esteban. Veo que ha dormido muy bien y que no ha sentido nada…
-¿A qué se refiere? -preguntó el monje…
-Nada… nada… cosas mías -dijo Esteban…
-He preparado el desayuno y he dispuesto casi todo para reanudar la marcha cuanto antes -dijo el monje. Tengo ganas de llegar a esas cuevas y ver qué ocultan su interior…
-¡Ya somos dos! -exclamó Esteban…
Dejando la cueva como la encontraron y preparadas las mulas con las alforjas y el resto de la carga, salieron camino de la montaña del pico de murciélago no sin antes mirar al valle y contemplar el Monasterio… que poco a poco iba desapareciendo conforme caminaban y rodeaban la montaña…
Unas leguas anduvieron hasta llegar al lugar donde el espectro le había indicado a Esteban que estaría la señal que debían tomar para atravesar la montaña y llegar a la entrada de las cuevas…
-¡Mire aquella roca! -exclamó el monje… tiene dibujada una cara de grandes y negros ojos y en el centro una flecha indica la entrada a una cueva…
-Acerquémonos para verla mejor -dijo Esteban… y comprobemos si figura en el pergamino…
Hábilmente Esteban cambió el nuevo pergamino por el antiguo sin que el monje se percatara y abriéndolo ante Bruno pudieron ver que sí estaba marcado en el mismo…
-Si se fija en el pergamino, esta piedra es la que aparece justo a la entrada de ese pasadizo que conduce a… -dijo Esteban a Bruno…
-Seamos cautos y entremos despacio, no me gustaría llevarme un susto -dijo Bruno algo temeroso y sosteniendo firmemente las riendas de las mulas que se mostraban algo reacias a pasar por aquel estrecho lugar.
Era un pasillo cavado en la piedra que penetraba en la montaña… tenía varios tragaluces que dejaban ver el valle y a lo lejos, en la hondonada, el Monasterio… Su corto, pero serpenteante camino lo hacía muy atractivo…
Estaba recubierto de maleza, piedrillas sueltas en el suelo… que al caminar resbalaban cayendo al vacío por aquellos tragaluces y grietas…
Dejando atrás el pasillo se llegaba a una gran explanada que quedaba frente a la cara norte de la montaña del murciélago…
Se podía ver que aquel lugar había sido habitado en tiempos pasados por alguna tribu o piratas, pues se apreciaban distintivos y señales marcados en las pequeñas cuevas que bien parecían haber dado refugio a sus habitantes por algún tiempo.
Frente a ellos se encontraban aquellos misteriosos ojos que no eran más que dos oscuras entradas que, desde el Monasterio, bien parecieran los ojos del murciélago…
-Acamparemos aquí… -dijo Esteban.
-Me parece bien -comentó Bruno. Llevaré las mulas a esa cueva que parece segura y así podremos inspeccionar el terreno sin tener que preocuparnos de ellas.
El silencio de la montaña era roto por el sonido del viento que al pasar entre los riscos y los altos árboles parecían melodías medievales…
Se divisaba una escalinata de piedra que conducía a la entrada de las cuevas… En cada peldaño estaban talladas unas extrañas formas que bien podrían ser cofres… flechas… arcos… espadas… escudos y algunas calaveras…
El lugar era estremecedor… como si en él vivieran los espíritus de aquellas gentes que lo habitaran…
No podían imaginar lo que el destino les había preparado… pronto descubrirían un secreto muy bien guardado que les cambiaría la vida para siempre…
Aquellas dos cuevas se comunicaban entre sí por su interior… Un pasadizo les llevaría hasta una gran cavidad dentro de la montaña donde descubrirían algo inimaginable…
En un lateral de una gran sala encontraron diecisiete cofres de madera apilados en tres columnas que contenían más de dos mil trece monedas de oro y plata cada uno… Un gran tesoro… que estaba esperando ser descubierto…
CONTINUARÁ…
Javier Martí, escritor valenciano afincado en Telde y colaborador de ONDAGUANCHE
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