RELATO CORTO: «Y DIOS LE ESCUCHÓ» (POR JAVIER MARTÍ)

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Tras unos cortos aplausos de los presentes, el turno de Nacho era inminente.

Visiblemente nervioso y algo agitado, tomó un sorbo de agua, cogió un poco de aire, y mirando fijamente a la luz que, desde lo alto le alumbraba, se dispuso a leer su relato…

Todo empezó aquella fría noche de noviembre cuando en la casa todos dormían plácidamente.

El silencio de la noche fue roto por aquel inesperado temblor en el salón que hizo que los muebles se movieran bruscamente.

Nacho estaba sentado en su sillón, frente al ordenador viendo las imágenes de un aparatoso accidente de tráfico ocurrido esa misma tarde en una carretera cercana a su domicilio y que él mismo pudo ver al pasar por el otro carril cuando volvía de la playa.

Era tal su concentración que casi no se percató que la lámpara del salón se balanceaba de un lado a otro bruscamente.

Sin saber de dónde ni por qué, notó una presencia… algo extraño que se le aproximaba lentamente sin hacer el menor ruido.

Pudo ver, a través del pequeño espejo que tenía frente a él en la pared, como una oscura sombra encapuchada se le acercaba muy lentamente sin casi levantar la cabeza.

Al girarse para ver qué era aquello que veía en el espejo, pudo contemplar con asombro, pero sin temor alguno, como asomaban dos alargadas manos, casi esqueléticas y con marcadas venas que le resultaban muy familiares y de las que guardaba en su mente un recuerdo muy especial y un inmenso cariño.

Una espesa niebla le envolvió súbitamente. Quedó levitando sobre el sillón con la vista nublada sin poder ver el espejo en el que, frente a él, momentos antes había visto esa oscura sombra.

Sin temer nada esperó acontecimientos…

Pensando que bien pudiera ser una alucinación, dado lo avanzado de la noche, se restregó los ojos para mejor ver.

La sombra seguía estando tras él, inmóvil, suspendida en el aire como observándole fijamente. No se le veía el rostro, pero Nacho sabía que quien fuera lo conocía muy bien y que venía sin mala intención, enviado desde el más allá para…

Una voz le habló al corazón diciéndole…

No temas: no vengo a hacerte daño alguno. Todo lo contrario: soy uno de tus tres ángeles de la guarda…

Aquellas palabras le dejaron perplejo, confuso, pues le recordaban a un familiar que hacía unos pocos años había fallecido y que, desde su niñez, conocía bien.

Siguió aquella voz diciéndole…

Eres un ser maravilloso, lleno de bondad, de amor que demuestras a tus seres queridos día a día. Tus ángeles de la guarda te estamos muy agradecidos por lo que haces por nosotros, en especial por ese hermano al que tanto quieres y defiendes desde el mismo día en que marchó de tu mundo.

Él está bien: está con Dios y es feliz al ver cómo te preocupas por esclarecer su trágica muerte, por hacer saber la verdad de lo sucedido y que los culpables paguen su merecido castigo que no es otro que la cárcel ahora en la tierra y luego el castigo divino.

La verdad de lo ocurrido bien la sabes, y es como tú la has relatado en infinidad de ocasiones en tus escritos, punto por punto.

Nacho quedó sorprendido al oír aquellas palabras que le hablaban al corazón.

Siguió escuchando algo que no olvidaría mientras viviera…

En la próxima Navidad, en la cena de Nochebuena debes dejar, en tu mesa, tres platos blancos sin servir.

Ellos deben estar juntos y sin cubiertos, rodeados sólo con pétalos de clavel rojo formando un corazón…

Así lo haré -dijo Nacho, alzando sus brazos con la intención de acariciar aquellas avejentadas manos que emergían de la sombra y que tanto anhelaba volver a sentir cerca de él.

La voz le dijo:

No intentes tocar mis manos porque en el momento que lo hicieras desapareceré para siempre y no podrás volver a tocarlas hasta que te llegue tu hora y nos veamos arriba en el cielo.

Sin saber de dónde ni porqué, una fuerza sobrenatural se hizo presente y las manos de Nacho volvieron sobre el teclado del ordenador quedando pegadas si poder levantarlas.

Sus dedos comenzaron a moverse rápidamente por el teclado sin poder hacer nada para impedirlo.

Tal era la rapidez con que movía los dedos en el teclado que Nacho no podía ni leer las frases que, en unas pocas líneas, iba dejando plasmadas.

Poco a poco fue desapareciendo aquella nube que cegaba sus ojos y pudo ver y leer lo escrito.

Casi tres líneas bastaron para expresar lo que esa fuerza le había ordenado escribir:

No es feliz, no puede dejar de pensar en su maldad, en lo cruel que fue. Quienes saben de sus fechorías la maldicen y, diga lo que diga, ya nadie la cree.

Le espera su merecido castigo divino, y de ese no podrá escapar porque nadie habrá para ayudarla.

        Un aroma quedó impregnado en el salón. En el ambiente se podía oler un perfume que le hizo a Nacho derramar unas lágrimas. Bien sabía quién, en vida, lo utilizó. Un frasquito de ese perfume conservaba en un cajón de su mesilla de noche.

        Secándose las lágrimas volvió su mirada hacia la ventana del salón y contempló con asombro, por segunda vez, en medio de una brillante aureola el rostro de su amada Madre que, mirándolo fijamente y con una tierna sonrisa, le mandaba todo su cariño y su eterno amor.

        Una suave brisa movió las cortinas del salón dejando ver, en el exterior, como una blanca escalera bajaba lentamente desde lo alto de la estrellada noche para recoger a su amada Madre y llevarla de vuelta al cielo.

        Nacho quedó en paz al ver marchar a su Madre al cielo.

Aquel nudo que tenía en su garganta desapareció y tras un intenso suspiro quedó en paz consigo mismo.

Desde entonces, todas las noches antes de irse a dormir, Nacho contempla el cielo y reza a sus ángeles de la guarda pidiendo por los suyos.

Todo el público quedó en silencio: no se escuchaba ni el zumbido de una mosca. Nadie decía nada. Todos miraban a Nacho que, recogiendo sus cuartillas y doblándolas las metía cuidadosamente en el bolsillo de su chaqueta… hasta que un sonoro ¡Bravo! se escuchó en lo alto del teatro e hizo que todos los presentes se levantaran y aplaudieran con estrépito vitoreando la intervención de Nacho.

Nacho bajó los pocos peldaños de la improvisada escalera hasta llegar a su asiento, y visiblemente emocionado, dió gracias al cielo por la ayuda recibida de sus ángeles que en todo momento lo habían acompañado.

Los aplausos, que duraron varios minutos, obligaron a Nacho a levantarse en varias ocasiones de su asiento para saludar.

Tomando del atril el micrófono, Joel hizo su lectura, como lo hizo de igual modo Concha, María, Chaxiraxi, Sonia, Zebenzui, y así hasta los veinte compañeros que, con sus relatos daban por terminado el acto de su graduación y final de curso estudiantil.

CONTINUARÁ…

Javier Martí, escritor valenciano afincado en Telde y colaborador de ONDAGUANCHE

Florentino López Castro

Florentino López Castro

1 comentario en «RELATO CORTO: «Y DIOS LE ESCUCHÓ» (POR JAVIER MARTÍ)»

  1. Hacía tiempo que no leía este relato y, dicho sea de paso, han aflorado esos sentimientos hacia. esos tres ángeles que, desde el cielo, velan por mí.
    Espero leer la segunda parte por este medio.
    Lo podría leer desde el ordenador, sí, pero no sería igual que leerlo por aquí.
    Si he de ser sincero, diré que, con los 43 relatos y novelas que ya tengo publicados, me es casi imposible recordar el final de todos ellos.
    Leo los relatos y las novelas y me asusto pensando en lo que he escrito, registrado y publicado.
    Un saludo para todos y… ¡A leer!
    El Duendecillo Valiente & El artesano de la ficción. Javier María Martí Martínez.

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