«Pecar contra el Espíritu Santo está de moda»

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Según me enseñaron mis admirados preceptores salesianos -de los que guardo un entrañable recuerdo-, el mayor pecado que puede cometer el hombre es hacerlo contra el Espíritu Santo.  Es así, porque,  cuando pecamos contra Él, se apaga la luz divina que nos alumbra el camino de la rectitud de pensamiento,  perdiendo  con ello  toda conciencia de haber pecado. Así, los pecadores recalcitrantes contra el Espíritu de Dios  no somos consciente de nuestras aberrantes ´perversiones terrenales´. O, como me adoctrinaron  en aquella congregación,  no reparamos que hemos  sido  esclavizados por pecados  como la lujuria y  la gula – de este, los que puedan claro-,  o por la ira y la pereza. Y, por qué no, también por la por avaricia, por la envidia o la soberbia.   

Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que aquellos venerables educadores  tenían razón, y que – con mucha más frecuencia-  en la actualidad seguimos cometiendo este tipo de  pecado ¡Y así nos va!

Y es que, actualmente, el pecado  contra El Espíritu Santo ha tomado otros nombres, como incapacidad de  razonar adecuadamente, falta de introspección,  conformismo, ausencia  de  actitud  crítica ante la vida, o carencia de criterios propios a la hora de tomar decisiones. De esta forma, igual que los que pecamos contra el Espíritu Divino no son conscientes de nuestros pecados, la sociedad moderna ha perdido la conciencia de que los modernos íncubos y súcubos  le han arrebatado la libertad, convirtiéndola en una trulla anodina y  gregaria, que se mueve por los caminos caprichosos que le señalan unos pocos.

Claro que sí, como cualquier otro pecado, también estos  tiene sus propios diablos, que nos tientan o incitan para que caigamos en estas nuevas aberraciones. Diablos como los que  nos inducen a consumir de forma compulsiva y casi patológica, instaurando en nosotros una conducta nada adaptativa, y que amenaza el futuro de la humanidad. Demonios que nos  animan a tomar el camino de la vida más fácil, en el que la ausencia del sacrificio y la lucha diaria por la superación  terminan convirtiéndonos  en sus marionetas. Íncubos y súcubos, que con sus perversas doctrinas anulan nuestra razón, para convertirnos en seres sumisos y esclavos, movidos por las ideas que ellos nos han inoculado, y que nosotros -sin percatarnos de ello-  las tomamos como nuestras. En fin, diablos que nos parasitan, alimentándose de todas las cualidades que nos permiten ser libres, para caer cautivos en el redil de sus propios intereses.

José Juan Sosa Rodríguez

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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