Aplaudamos. Aplaudamos hasta que nos duelan las manos, porque en el dolor de nuestras manos va envuelta la solidaridad con los que están poniendo en riesgo sus vidas para proteger las nuestras, para ayudarnos a superar la pandemia.
Aplaudamos. Sí, carajo, prolonguemos nuestros aplausos en el tiempo, hagámoslos eternos, porque cuando nos falta la calidez de un abrazo, cuando no podemos sentir el calor de una mano amiga apretando la nuestra, ni las caricias amorosas de los besos, los aplausos nos ayudaran a seguir manteniendo vivos nuestros afectos.
Cuando añoremos la calidez de una mirada, y la luz del brillo de los ojos se apague en la distancia, aplaudamos. Aplaudamos con más fuerza, porque los aplausos nos acercan, rompen el alejamiento.
Aplaudamos, no dejemos de aplaudir. Aplaudamos sin permitir que nadie inmovilice nuestras manos recordándonos a los que no han podido superar la enfermedad, porque nuestros aplausos también son un homenaje para ellos. Nuestros aplausos lloran y rezan con sus familiares en estos momentos tan duros. Nuestros aplausos los acompañan en el dolor de la pérdida.
Aplaudamos para sobrevivir, porque con los aplauso nos apoyamos entre nosotros. Ya que si el indefenso ser humano ha conseguido sobrevivir en un mundo hostil ha sido por su carácter social, porque comprendió que en grupo se hacía más fuerte. Hagámonos más fuertes compartiendo entre nosotros nuestros aplausos.
Sigamos aplaudiendo al son de los compases del “resistiré”, para seguir manteniendo intacta nuestra resiliencia, la individual y la del grupo. Porque la resiliencia, además de ayudarnos a superar el trauma de forma saludable, potencia nuestra felicidad.
Aplaudamos. Aplaudamos, carajo, para seguir manteniéndonos felices en estos momentos tan duros e inciertos.
José Juan Sosa Rodríguez
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