«La sociedad»

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Todas y todos, en un sentido amplio, vivimos en sociedad. Aunque, dadas las múltiples acepciones del término, y aun centrándose en la dimensión política, ello puede significar fenómenos tan diferentes como la sociedad canaria, la sociedad europea o la sociedad del siglo XXI. Con todo, ser en sociedad es pertenecer un conjunto de personas que se relacionan entre sí, de acuerdo a unas determinadas reglas de organización y compartiendo una misma cultura o civilización en un espacio o un tiempo determinados. Así que, más allá de los ámbitos íntimos y comunitarios, como ciudadanía conformamos una sociedad. 

Se ha reflexionado acertadamente sobre la mínima relevancia de la generalidad de la gente para incidir en el sentido y la orientación de los marcos más amplios de convivencia; sobre como los individuos se vuelven anónimos y se tornan “masa” cuando lo social excede el nivel de sus relaciones personales y de proximidad. Y en la actualidad, ese riesgo de pérdida de la capacidad de decisión y de protagonismo de las ciudadanías no ha hecho más que aumentar. Con la Globalización neoliberal, nuestras existencias están cada vez más determinadas por instituciones de control distantes de nuestra cotidianeidad. Aun manteniendo, en el espacio estatal, formas democráticas de elección de los responsables de las administraciones públicas, la soberanía interior no deja de supeditarse a instancias fuera de su alcance y a intereses ajenos a los propios.

Hoy vivimos según se decide en ámbitos tan escasamente responsables ante las personas de a pié como son la Unión Europea y las organizaciones internacionales. Hoy parece que quienes más mandan son el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa… entidades, todas ellas, no controladas democráticamente y más proclives a defender los intereses de “los Mercados” que a asegurar la prevalencia de los fines de concordia y progreso generalizado.

Si, vivir en sociedad se está volviendo cada vez más problemático y frustrante. Y eso que la concepción política de que todos los seres humanos somos iguales en dignidad se consolidó a lo largo del siglo pasado con la Declaración universal de los derechos humanos, la extensión –en Occidente- del derecho a sufragio democrático a toda la ciudadanía y con la creación de la Organización de Naciones Unidas.

Aunque conviene no olvidar que esos innegables hitos de progreso civilizatorio llegaron tras la espantosa catástrofe de la guerra mundial que, como colofón, trajo las armas de destrucción masiva atómicas. Que, al poco, se entró en una dinámica de “Guerra Fría” de enfrentamiento entre los dos imperios emergentes. Y que, tras “la caída del muro de Berlín”, se han acelerado los procesos autoritarios, acaparadores e inhumanos de tan amenazantes consecuencias en el pasado. Por ello es necesario, extrayendo lecciones del proceso histórico que nos ha traído hasta aquí, gestionar, conjuntamente, la mayor complejidad actual de las estructuras de convivencia con las nuevas herramientas de conocimiento y comunicación, con los mejores procedimientos de integración social y prevención ecológica y con los valores más fraternos y solidarios. Para que vivir en sociedad sea la expresión de nuestras capacidades y afectos conjuntos y no una agonía cotidiana.

Hoy vivimos según se decide en ámbitos tan escasamente responsables ante las personas de a pié como son la Unión Europea y las organizaciones internacionales. Hoy parece que quienes más mandan son el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa… entidades, todas ellas, no controladas democráticamente y más proclives a defender los intereses de “los Mercados” que a asegurar la prevalencia de los fines de concordia y progreso generalizado.

Si, vivir en sociedad se está volviendo cada vez más problemático y frustrante. Y eso que la concepción política de que todos los seres humanos somos iguales en dignidad se consolidó a lo largo del siglo pasado con la Declaración universal de los derechos humanos, la extensión –en Occidente- del derecho a sufragio democrático a toda la ciudadanía y con la creación de la Organización de Naciones Unidas.

Aunque conviene no olvidar que esos innegables hitos de progreso civilizatorio llegaron tras la espantosa catástrofe de la guerra mundial que, como colofón, trajo las armas de destrucción masiva atómicas. Que, al poco, se entró en una dinámica de “Guerra Fría” de enfrentamiento entre los dos imperios emergentes. Y que, tras “la caída del muro de Berlín”, se han acelerado los procesos autoritarios, acaparadores e inhumanos de tan amenazantes consecuencias en el pasado. Por ello es necesario, extrayendo lecciones del proceso histórico que nos ha traído hasta aquí, gestionar, conjuntamente, la mayor complejidad actual de las estructuras de convivencia con las nuevas herramientas de conocimiento y comunicación, con los mejores procedimientos de integración social y prevención ecológica y con los valores más fraternos y solidarios. Para que vivir en sociedad sea la expresión de nuestras capacidades y afectos conjuntos y no una agonía cotidiana.

Xavier Aparici Gisbert es filósofo y secretario de Redes Ciudadanas de Solidaridad
Florentino López Castro

Florentino López Castro

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