«Falibles, temperamentales y frágiles»

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Según lo dicho por un psiquiatra, recientemente, en un medio radiofónico de alcance general,  el promedio de suicidios en nuestro país es de diez personas al día. Un dato que no suele hacerse público y que mueve a la reflexión sobre las circunstancias que, al límite, cercan el duro oficio de vivir para tanta gente.

Los seres humanos somos únicos en la naturaleza en muchos aspectos: tenemos una notabilísima inteligencia; nuestra emotividad y sus expresiones son extraordinarias; y nuestra capacidad de generar hábitats, densamente poblados y con estructuras institucionalizadas, nos permiten unas condiciones de acomodamiento y progreso incomparables. Pero, lo sabemos bien, todo ello es relativo, contradictorio y coyuntural. Ni individual, ni socialmente, resultamos muy eficientes, coherentes o poderosos. Intelectualmente estamos en constante riesgo de engañarnos o ser engañados, de faltar o fallar. Tanto la omnisciencia como la infalibilidad son más un anhelo que otra cosa. Nuestro mundo emocional, muy a menudo, yerra en sus interacciones con un ambiente artificial, sometido a dinámicas arbitrarias y lleno de incertidumbres. Nuestras fuerzas y nuestras capacidades, en el mejor de los casos, son limitadas e inconstantes y en muchas circunstancias y momentos de nuestra existencia –como en las enfermedades y en los accidentes y en la niñez y la vejez- requerimos de múltiples cuidados para sobrevivir.

No obstante la palpable constatación cotidiana de nuestras luces y sombras, aún prevalecen interesadas visiones de nuestra condición y sentido, hechas de mitos divinizados y de exacerbadas prepotencias que promocionan la desquiciada pretensión de que los humanos somos los reyes de la creación, los hijos de todos los dioses y estamos llamados al éxito y al control ilimitados.

Y así nos va: los que usufructúan los privilegios que los sistemas jerarquizados de poder perpetúan, padecen megalomanías que les hacen pretender encarnar -por razón de mera sangre, credo o riqueza- capacidades  y transcendencias, que no son de este mundo; y el resto, los que conforman la gran mayoría en la base social, alienados como están por la creencia en esos cuentos, intentan reproducir en sus desposeídas vidas unos valores que traen ofuscación, antipatía y frustración constantes. Somos, por naturaleza, falibles, temperamentales y frágiles. Y, además, estamos inmersos en manipulaciones culturales que nos descentran, exacerbando nuestros errores. Por ello, nos es tan preciso el cuidado. Por eso, la solidaridad y la tolerancia nos son tan queridas y tan próximas.

Probablemente, no hay mayor equivocación existencial que el suicidio. Hacerse desaparecer de la vida o es el resultado de una fatídica demencia o de una desenfocada desesperación. Algo muy fundamental está fallando en nuestras sociedades cuando a pesar de la vasta oferta de conocimientos, terapias y atenciones, prevalecen la desconsideración, la tristeza y el abandono.

Urge darnos el sosiego, la concordia y la conciencia. Y para ello, es primordial ser perseverantes en la búsqueda de la luz y el calor humanitarios. Nacimos como especie social, afectuosa y solidaria, dotados de una extraordinaria mente emocional y racional. Cada uno de nosotros y nosotras es, por derecho y por deber, miembro de una inmensa familia que prospera en la salud, el amor y la verdad. Limitados, pero auténticos; sujetos a la equivocación, pero con capacidad de aprender. Humanos, profundamente humanos.

(*) Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social http://bienvenidosapantopia.blogspot.com

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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