«El viejo libro limosnero»

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Avergonzado de su propia existencia,  y  escondido por las  sombras de unos  árboles, cual  caduco limosnero , esperaba un viejo libro  a que la misericordia de algún viandante lo volviera a colocar en alguna  estantería que le permitiera volver  a destilar el fresco néctar de sus enseñanzas.

El viejo libro, delicadamente encuadernado con tapas rojas aterciopeladas y letras estampadas en dorado, dejaban entrever que formaba parte  de una ilustre colección, que en otros tiempos habitaba en alguna de las casas de más rancio abolengo de Las Palmas de Gran Canaria.

Ahora -ironías de la vida-  abandonado sobre una estela conmemorativa de las gestas de un ilustre deportista de la Ciudad, el viejo libro, con el estoicismo y la sabiduría  que dan los años, se limitaba a observar el efímero ir y venir de los transeúntes,  que junto a él pasaban sin percatarse de su existencia.

Con un siseo apenas perceptible, el libro quiso llamar mi atención. Me acerqué a él, y,  como el viejo deseoso de  contar su historia, y sin apenas esperar que me presentara,  comenzó a contarme la suya:

            – Hace 30 o 40 años, no lo recuerdo con exactitud, vi la luz por primera vez en una de las mejores y más lujosas imprentas de España. Conmigo, en el mismo parto, nacieron otros libros, que al poco tiempo fuimos repartidos entre muchas hogares, en los que, además de adornar las estanterías de algunos de ellos, nuestras páginas eran abiertas, consultadas o estudiadas  por todos los miembros de la familia.

           -Sabes -continuó hablándome el viejo libro-, lo más que me entusiasmaba era cuando los más pequeños se acercaban a mí, y con sus ojillos brillantes e inocentes, miraban con asombro las fotos que guardo en mi interior.

Ahora, la portada de mi viejo amigo se puso triste, muy triste, y, entre lágrimas de fantasías, continuó con su relato .

          –  Poco a poco, los habitantes de la casa donde residía  fueron  perdiendo el interés por mí, y mis compañeros de vitrina. En lugar de ocupar su tiempo de ocio hojeando y leyendo  nuestras páginas pasaban cada vez  más tiempo entretenidos trasteando  con unos artilugios del demonio, que ellos llaman «Tablets»,  «Smartphones» y no sé que otros nombres más.

Casi sin poder hablar, con sus páginas tiritando por la emoción al sentirse escuchado, el viejo docto fue concluyendo su relato:

      – Hace unas noches, la misma noche  en la que el panzudo Papá Noel trajo nuevos regalos a la familia, nuestros dueños metieron  todos los libros que ocupaban los estantes -entre ellos a mí- en unas cajas de cartón, y nos colocaron junto un contenedor de recogida de papeles.

      – Más tarde, Alguien me sacó de aquella caja y me dejó aquí, en el lugar donde se rememoran  los  nombres de algunos deportistas que han hecho grande a esta tierra,  esperando que alguien me lleve a un  nuevo hogar ,donde pueda reanudar mi  silenciosa docencia.

Lo cierto es que, por desgracia, no sé el final de este cuento. Pero me gustaría pensar que, efectivamente, el libro limosnero por fin pudo encontrar un nuevo  hogar, donde las nuevas tecnologías de la información y educación puedan vivir en armonía con aquellos viejos maestros de papel que tanto nos han enseñado.

Un nuevo hogar  donde se fomente la lectura entre los más jóvenes. Porque la lectura es uno de los grandes pilares en los que se sostiene una sociedad reflexiva  y crítica, y por ello menos manipulable.

Quizás, hoy más que en otro tiempos,  la sentencia  «cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee«,  del gran humanista Miguel de Unamuno, es aplicable a una sociedad indefensa ante las consignas  tendenciosas que escriben en las redes sociales y medios de comunicación algunos grupos políticos, económicos, sociales o religiosos, con el fin de confundir o adoctrinar a una masa que,  por su bajo compromiso con la lectura, es incapaz  de mantener una actitud crítica y reflexiva ante tales manipulaciones desinformativas, escritas más para aventar  las emociones negativas  que el razonamiento crítico.

José Juan Sosa Rodríguez

Florentino López Castro

Florentino López Castro

1 comentario en ««El viejo libro limosnero»»

  1. Estoy de acuerdo y muy bonito lo escrito y publicado hoy en esta ventana de LIBERTAD……….pero ya no hay vuelta atras los libros seran piezas de museos.

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