RELATO CORTO (SEGUNDA PARTE): «ROSGUALDIÑO, EL HECHICERO DE CUEVA DE LA MACETA, Y… ARMANDINA, LA BRUJA DE TARA» (POR JAVIER MARTÍ)

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Siga la primera parte del relato aquí

“De la vecina isla de Maxorata nos llegó un joven con la intención de convertirse en hermano cartujo” -decía Mons Helrios.

Era un hombre alto, fuerte, algo avispado y con ganas de que se cerrasen, cuanto antes, las puertas del monasterio…

Le enseñé todo lo esencial del monasterio. Lo que tendría que laborar a diario: tanto en los campos, en las cuadras, así como en las labores del interior del monasterio, tales como barrer, lavar, cocinar, planchar, etc.

Le mostré dónde iba a dormir: en el mismo habitáculo que los hermanos, en esa gran habitación donde las celdas no tenían puertas, las paredes eran de cañas que no llegaban al techo, su duro camastro que estaba formado con un colchón de seca paja que, sobre una tabla de madera colocada encima de dos banquitos, le daría el descanso diario.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    También le enseñé las estanterías cavadas en la pared que, como a todos, sería su armario donde guardar sus hábitos y algunas pocas pertenencias personales que portara…

Una tablilla de madera haría las veces de pizarra donde, día a día, vería lo que tendría que hacer al siguiente: horas de rezo, de comidas, de labranza, de sueño, de aseo personal, de aprendiz de cocinero, sastre, barbero, etc.

El joven postulante tomaba buena nota de todo lo que le contaba y, cuando llegó lo que todos siempre preguntaban: las horas de dormir, llegó la sorpresa…

               Las horas de descanso son ocho:

Todos, sin excepción, nos acostamos a las veinte horas, todos los días del año.

Nos levantamos a las veintitrés cincuenta y nueve para acudir todos a la Iglesia a rezar y cantar al Creador:

Los monjes, cantamos las alabanzas al Creador y, los hermanos, rezan las oraciones que el Maestro de Novicios les ha encomendado a cada uno.

A las tres de la madrugada, terminado el canto y rezos en la Iglesia, regresamos a las celdas a descansar hasta el alba, a eso de las siete de la mañana, para comenzar con las labores del nuevo día.

Después de la cena, dejé al joven postulante en su celda, la primera de todas, junto a la puerta, y, dándole un afectuoso abrazo, le susurré al oído estas palabras: “Nos veremos esta próxima madrugada, en la Iglesia, para rezar y cantar juntos al Creador”.

Como era de esperar, casi todos los que no tienen verdadera vocación lo hacían, no tardó ni una hora en salir de la celda con sus pertenecias, las que había traído y, sin hacer ruido alguno, de puntillas, salió al patio que da a las cuadras, colocó la escalera sobre el muro, subió sigilosamente y… dando un gran salto abandonó el monasterio para más nunca volver…

Todos los monjes reían a carcajadas al escuchar a Mons Helrios contarles los hechos del joven Maxorato…

-Pocos son los elegidos -decían los ancianos…

-No más de seis horas nos duró el nuevo postulante en el monasterio… -decía Mons Croncoqué-. Como esto siga así, mal vamos…

En las ferias de las distintas aldeas de las Medianías, donde los aldeanos se reunían para la venta del ganado y los productos del campo que cultivaban, siempre estaban presentes los monjes cartujanos para la venta de sus sementales que, dicho por los aldeanos, eran de gran belleza y fuerza para las labranzas de los campos.

Monseñor Hermés siempre acudía a las ferias acompañado por el hermano Lilian, el encargado de los caballos que, con dos o tres sementales y unos cuantos percherones, intentarían venderlos o cambiarlos por aquello que era necesario tener para el sustento de la comunidad.

Enterado Rosgualdiño de que los monjes acudían a las Ferias de Medianías, acudió con el fin de saber más de ellos y entablar amistad, ya que sus conocimientos en materias que desconocía igual le ayudarían a predecir, con mejor acierto, las llegadas de las lluvias.

Como era de esperar, creyendo Armandina que su amigo el hechicero la había dejado de lado por los nuevos amigos, cocinó unas maléficas pócimas con la intención de esparcirlas por los sembrados de alfalfa que los caballos cartujanos pastaban a diario.

Tomando una pócima que ella misma había cocinado, se convirtió en una poderosa águila de las que jamás antes se había conocido en el lugar.

Entre sus garras llevaría unas pequeñas vasijas de barro que contenían unas maléficas pócimas que pretendía arrojar sobre los campos de alfalfa del monasterio.

Emprendiendo el vuelo y subiendo a gran altura tomó dirección a la Montaña Mujana.

Al ver que el monasterio y los campos de alfalfa estaban frente a ella, descendió a gran velocidad abriendo sus garras y lanzó sobre aquellos campos de alfalfa que los cartujanos cultivaban con esmero sus maléficas pócimas.

Monseñor Ettore era, por así decirlo, el monje encargado de realizar las fórmulas necesarias para que aquellos sementales fueran los mejores del lugar.

CONTINUARÁ 

Javier Martí, escritor valenciano afincado en Telde y colaborador de ONDAGUANCHE

 

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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