No hay mejor campaña de afiliación a un partido que prometer un trabajo. El «invento» no es nuevo ni propio de un sólo partido. En el manual de todo oportunista es una práctica muy socorrida y si se le suma una dosis de caciquismo local se puede llegar a ser el alcalde más votado del planeta. Al final la fórmula es tan simple como los que intervienen en ella: alguien que vende su voluntad a cambio de un empleo temporal pagado con dinero público. Y quien dice un empleo también puede intuir un favor, una subvención, una «ayudita». Quien promete, puede estar recién llegado de una rueda de prensa donde dice poner a Canarias o España primero y quien se vende llevar un rato en la barra del bar vomitando que todos los políticos son iguales.
Un político oportunista siempre está en campaña. Sabe que una promesa se puede «alargar como un chicle», que la expectativa de una » recompensa» puede ir de una elección a otra. Sobrevivir en una colonia lleva a «escarbar» entre oportunidades, reír muchos chistes malos, dar y recibir muchos besos en mitad de una procesión o presentarte en una inauguración cualquiera para sacarse una foto de visto y no visto.
Lo importante no es ser de izquierdas o derechas, sino «ayudar al vecino». A cambio del voto de toda la familia, colocar en ese convenio de empleo de cuatro meses «al niño» o al «la cuñada» es facilito. Y si no es ahí bien puede valer dirigirlo al jefe de RRHH de una cadena de supermercados o una constructora, que siempre está dispuesto a ser un «altruista» colaborador entregado con el municipio.
Sólo así se explica ese «éxito» en redes sociales, ese acudir masivo a un mitin o un congresillo. Da igual lo que se diga, lo que proponga, el desatino y hasta el nivel de mafia de los amigos elegidos. En su día un cacique era como el conquistador, con derecho de pernada incluido. Hoy no se compra el cuerpo, pero si el alma y el voto un domingo.
Al final de lo que se trata es de reunir parroquia suficiente para montar otra secta, otro rebaño y da igual si eres líder narciso o un mediocre divo. Si además se es caprichoso, se va de muy listo, puedo decir que los votos son míos, las actas son mías, las nuevas ocurrencias y confluencias las que yo decido y vuelta a empezar. Da igual que ayer dijera que ayer eran hijos del demonio, que juraran o prometieran nunca ir de la mano de los que «destrozan el paraíso». Y no será falta de memoria, sino de vergüenza, el motivo, el argumento, el nombre del partido. Primero soy yo, después yo y después un nuevo partido. Lo de Canarias es sólo por ponerle apellido.
Ojalá llegue un día en que el que salga elegido para un cargo público no cobre un sueldo por ello, ni quien le sea escudero pueda aspirar a vivir de ello. A lo mejor, si la gente empieza a votar con sentido y a no poner precio a su voto, lo conseguimos.
Hijosdecanarias.com
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