«Llega el verano, que no es poco»

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Con la llegada del día más largo del año iniciamos el periodo estival. El calor se deja sentir, anochece más tarde y el amanecer, llega más temprano. Y a la gente se nos nota mucho que estamos de veraneo en la cantidad y tipo de ropa que llevamos, en que por la ciudad y el campo buscamos las sombras y en que ¡toca playa!

Coincidiendo con que,  por fin, se han terminado los cursos educativos, en las playas los más niños y los más jóvenes -que aparecen, como escapados de la prisión- son los protagonistas principales: a todas horas, todos los días, jugando con la arena y chapoteando en el mar. Muy especialmente las más pequeñas y los más chicos se aplican a la diversión y la aventura, con una energía que los adultos hemos perdido y como si quisieran resarcirse del tiempo encerrados en clase. Salpicando agua y arena, son, como siempre, la alegría de la fiesta en la playa. Sobre todo para sus abuelos, que se avienen a los juegos y a los baños como si no contara la edad, como si no hubiera pasado el tiempo.

Las pandillas de adolescentes y de jóvenes también juegan lo suyo y, fruto de su muy especial momento de desarrollo, alguna que otra gamberrada, montan. Pero, para ellas y ellos, no todo es divertirse: sobre la arena y dentro del agua, espoleado por el calor y las hormonas, el deseo cunde. Tanto los más jóvenes, aún patosos, como los demás, algo más mayores y dotados de recién estrenados cuerpos plenamente adultos, entre risas y miradas, se tientan y acarician. Es el momento para las grandes risotadas, para los primeros fiestorros y amoríos. Y, fatalmente, para las primeras lágrimas, resacas y desamores. Todo ello, vivido con gran intensidad y, no obstante, pasando de una cosa a la otra, a velocidad de crucero… Juventud, divino tesoro.

La gente veinteañera, son otra cosa. Pisan fuerte hasta sobre la arena. Haciendo deporte, divirtiéndose entre amigos o con su flamante pareja, remoloneando al sol o nadando en el mar están en la cresta de la ola y lo saben: lucen el palmito que pueden y disfrutan a lo grande, sin más complejos que las mal llevadas barriguitas y las incipientes alopecias, que aún no son nada de que preocuparse. Pero eso, lo sabrán solo con el paso del tiempo. La vida misma.

Para los que ya tenemos alguna arruga y algo de tripa, a quienes las canas nos asoman y si corremos por la orilla nos desfondamos a los pocos pasos, la playa también es el sitio para relajarnos y pasarlo bien. Acomodándonos en el suelo sobre las toallas o repantigados en tumbonas plegables, pringados de cremas y con bañadores, a menudo, demasiado pasados de moda o demasiado juveniles, nosotras y nosotros, lo maduros, también sabemos explayarnos, sacando nuestro lado más natural. En el fantástico sentir del chapuceo y en el duermevela de estar tostándonos al sol, vuelve el niño y el joven que, increíblemente, emergen, siempre que estamos en paños menores. ¡Qué cosas!

Llega el verano, que no es poco. Un tiempo en el que ir con poca ropa, relajarse de las formalidades y hacer algo el ganso forma parte de la etiqueta. Salir a la playa y a la montaña; veranear en el pueblo o ir de vacaciones a sitios nuevos; hacer nuevas amistades o reencontrarte con las veteranas; darse un respiro y una alegría al sol…

Bendito verano.

Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social.

http://bienvenidosapantopia.blogspot.com

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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