«Hacer masa crítica»

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En los múltiples ámbitos de la comunicación, el conocimiento y la cultura el fenómeno expresivo de ampliar las acepciones de una definición o de llevar un término a contextos distintos del original, está a la orden del día. Y es que el uso figurado de los conceptos, es muy propio del lenguaje discursivo. En la comunicación económica y política no dejan de producirse ejemplos de ello, y, en múltiples ocasiones, con ánimo claramente manipulador. En 2008, cuando se “hundió” el “casino” financiero, a través de los medios de comunicación “masiva” se popularizó el término “crisis” para ocultar la descripción veraz, la “bancarrota” generalizada de las empresas bancarias “globales”. Posteriormente, se denominaron “rescates” lo que, en realidad, fueron “nacionalizaciones” de las entidades “intervenidas”, con “inyecciones” mayoritarias de dinero público, llevada a cabo –eso sí- sin provocar consecuencias indeseables para los propietarios de esos “conglomerados” empresariales. Y se llamaron “recortes” a las políticas antidemocráticas que, después de trasferir los “fallidos” al sector público, en forma de deudas, han vuelto económicamente inviable el cumplimiento de las funciones básicas de los Estados de derecho en materia social…

Con todo, el uso imaginativo de expresiones también amplía nuestra comprensión de la realidad y crea nuevos sentidos a los anhelos de mejoramiento comunitario. Como es el caso del concepto de “masa crítica”, que de expresar, en ciencia Física, la cantidad mínima necesaria de materia combustible para producir una reacción nuclear en cadena, ha pasado a emplearse, en Sociología, para desentrañar los procesos de influencia y cambio, a significar la “(…) cantidad mínima de personas necesarias para que un fenómeno concreto tenga lugar. Así, el fenómeno adquiere una dinámica propia que le permite sostenerse y crecer.” (Enciclopedia Wikipedia). No cabe duda de que, en estos atribulados tiempos para la gran mayoría de la ciudadanía mundial, las ansias de cambio a mejor y de buena vida crecen y se extienden. Y eso que, mal que bien, en múltiples sociedades se ofrecen mecanismos institucionales –las elecciones políticas- para canalizar esos deseos e inquietudes, de modo muy diverso en el poder de cambio real, en el rigor de los procedimientos y en la responsabilidad de los administradores ante el electorado. En Occidente, de un modo notorio, han empezado a cuestionarse los procedimientos limitados a la representación, por obsoletos e ineficaces, planteándose modos alternativos de gestión de los intereses comunes, más participativos e igualatorios.

Las grandes cuestiones al respecto son quiénes deben ser los protagonistas de ese nuevo orden político, qué conciencias y coherencias harán posible ese mejoramiento general y de qué modo se podrán regenerar las instituciones para cumplir con esos fines. Grandes incógnitas que nos ponen “frente al espejo” de la distancia que hay entre nuestros deseos y nuestras capacidades. Si se trata de dejar de estar administrados, sin más, por clases políticas y cuerpos funcionarios, desde luego, el “sujeto soberano”, el pueblo, va a tener que dejar de esperar a que “se lo arreglen” otros; va a tener que responsabilizarse en la gestión cotidiana de sus asuntos.

En este cambio cívico de gran calado, que supone pasar de la dependencia jerárquica a la autogestión conjunta, va a hacer falta desarrollar, personal y colectivamente, importantes capacidades. Vamos a requerir de mucha actitud crítica, para dar y pedir razones sobre lo que se propone hacer; de mucha empatía, para dar y pedir confianza en la transición que se acuerde; y toda la inteligencia comprensiva que seamos capaces de compartir, para dar y pedir compromisos que hagan el proceso viable. Para, consiguiendo “masa crítica”, hacer real “el otro mundo posible”.

Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social

http://bienvenidosapantopia.blogspot.com

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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