«Gestionar la sobreabundancia»

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Para la inmensa mayoría el acceso a abundantes bienes y servicios siempre ha resultado difícil de conseguir, incluso en el rico Occidente. La disponibilidad de un consumo material notable nunca ha estado a mano para los muchos, excepción hecha de la época del florecimiento de los Estados del Bienestar, que trajeron la llamada sociedad de consumo, el paradigma de la concepción materialista de la opulencia actual: una pesadilla del usar y tirar, a beneficio de las multinacionales fabriles y financieras, que amenaza con acabar enterrándonos -a los que pueden gastar y a los que no- entre basuras.

Pero, con la pérdida de la capacidad de compra que ha terminado provocando la globalización neoliberal, de los tiempos de las “vacas gordas” para todos, ya solo va quedando, entre los de abajo, el fenómeno del sobrepeso: junto a 1/3 de los desnutridos que, a nivel mundial, languidecen en los márgenes de la exclusión, convive 1/3 de obesos, conformado, en gran medida, por pobres (y no solo de espíritu) que comen más de lo que necesitan, pero mal. Atrás han quedado los tiempos en que la obesidad y el exceso de colesterol y de ácido úrico estaban reservados a los más ricos. El notable aumento de las muertes vinculadas a enfermedades cardiovasculares pone de manifiesto que pasarte todo el día comiendo solo es una buena idea si eres un herbívoro, que no es nuestro caso.

Está claro que, consumir bienes materiales sin límite, nunca se nos ha dado bien a los humanos. Pero, es que en lo que respecta a los recursos “inmateriales”, la cosa no va mejor. Vinculada a la emergencia de las nuevas tecnologías de la comunicación y a internet, en los últimos tiempos se ha abierto la oportunidad de un creciente consumo de contenidos digitales. La información en formatos multimedia está a nuestro alcance, como nunca… ¿El resultado? Los espacios de almacenamiento de nuestros ordenadores, tabletas y teléfonos móviles están ocupados por infinidad de archivos que nunca terminaremos de visionar. Por si fuera poco, todo tipo de conductas obsesivas y dependientes se extiende en torno a esa nueva riqueza, la de estar permanentemente conectados a datos y personas. Un síndrome definido recientemente es el de la nomofobia, que padecen los usuarios de teléfonos móviles que tienden a sentir ansiedad cuando «pierden su teléfono móvil, se les agota la batería o el crédito, o no tienen cobertura de la red”.

Nada nuevo bajo el sol. Desde hace siglos, los privilegiados por la desposesión social que representa el enriquecimiento sin límites, ni responsabilidades, han exhibido todo tipo de excentricidades, excesos y desatinos en el consumo de sus bienes materiales y en la obsesión por seguir poseyéndolos, más allá de toda posibilidad de llegar a “disfrutarlos”. El obsceno espectáculo de los megaricos contemporáneos, que acaparando más riqueza que nunca nadie en la historia, siguen sin encontrar motivos para reducir sus patrimonios, ejemplifica la incapacidad manifiesta de controlarnos en circunstancias de exceso de disponibilidad. Aunque no sirva de provecho a nadie; aunque perjudique a todos.

Así que la cosa está bien clara: gestionar la sobreabundancia se nos da, francamente, mal. Por todo ello, la frugalidad, el comedimiento y la austeridad en el consumo siguen siendo los remedios más virtuosos para neutralizarla. ¡Tragones, que somos unos tragones.

(*) Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social

http://bienvenidosapantopia.blogspot.com

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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