«El suicidio, la muerte ocultada»

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Desde el 2003, cada 10 de septiembre,  tanto la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP) como la Organización Mundial de la Salud (OMS) han propuesto  esta fecha  como el  Día Mundial de la Prevención del suicidio.

El veredicto médico-forense-judicial, el grado de aceptación-rechazo social del suicidio, los métodos de registro y estadísticos y las dificultades diagnósticas son algunas de las dificultades que encuentran los estudios sobre este tema a la hora de recoger datos fiables sobre  la incidencia de esta conducta en la población. Pero aún así,  sabemos que  en la actualidad el suicidio es la principal causa de muerte externa en España, doblando al número de fallecido en accidentes de tráfico.  De tal forma que, entretanto las muertes por accidentes de tráfico ha seguido una evolución descendente, las muerte por suicidio  han aumentado en estos últimos años. En suicidios consumados es mayor el número de hombres que el de mujeres -en los intentos las mujeres superan a los hombres-, y se estima que al menos diez personas pierden la vida diariamente en nuestro país por esta causa,  siendo la tercera causa  de muerte entre los jóvenes entre 15 y 29 años.

Variables biológicas, genéticas, psicológicas o sociológicas pueden explicar, bien por separado o en  conjunto, la  etiología de conducta suicida. Siendo los trastornos mentales -como la depresión-, las conductas adictivas y la falta de habilidades sociales para resolver los problemas cotidianos las  principales responsables del suicidio.

Pero, ¿por qué, a pesar de la gravedad de este problema, tanto la administración como los medios  o la propia familia de los suicidas tratan de silenciarlo?

 Se me antoja pensar que son los mitos que se han formado en torno a esta conducta desadaptada los que pueden explicar tanto el  silencio mediático como el familiar y el institucional. Mitos como los que aseveran que ´hablar del suicidio puede fomentarlo´,  o que ´no debemos preguntar sobre el suicidio´,  y que ´la gente que se suicidan son enfermos mentales´, junto a otros como que ´la conducta suicida se hereda´ o que ´la persona que habla de suicidio no lo realiza´, no hacen más que crear confusión  en el tratamiento y explicación de una conducta que se dado en todas las culturas, en todos los tiempos y en todas los estratos sociales.

Así, que un medio publique la noticia de un suicidio no significa, ni mucho menos, que esa  noticia vaya a ´contagiar´ a los receptores de la misma, incrementándose el número de suicidas. Al contrario, publicarla ayuda a quitar oscurantismo al problema, a la vez que hace visible una realidad que, como ya he comentado, es mucho más frecuente que lo que parece, obligando a las administraciones públicas a realizar estudios y programas  de prevención y no ocultarlo debajo del felpudo de la entrada a sus despachos, como ocurre actualmente.

En cuanto a la familia, cuando un suicida consuma su conducta  es frecuente que deje en los familiares cierta sensación de culpa. Esta sensación de culpa, unida al dolor por la pérdida del ser querido, puede  llevar al familiar a tocar en las puertas del despacho de un profesional de salud mental. Ante esto, no queda más que decir  que el responsable de su conducta es el propio suicida, y que ante  la decisión de acabar con su vida poco a nada pueden hacer sus familiares y allegados, pues el suicida siempre va a encontrar el momento propicio para llevar a cabo su acción.

Para finalizar, parecida sensación de culpa se produce también en algunos emergencistas que  no consiguen  evitar que la persona a la que intentan persuadir de lo contrario  se suicide. También  en este caso es necesario que el interviniente tenga claro que la responsabilidad  sobre su propia conducta la tiene el suicida, y nadie más.

José Juan Sosa Rodríguez. Psicólogo.

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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