«El hombre derrotado por su parte animal»

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¿En  qué estaría pensando Gustav Le Bon, aquel  físico y sociólogo francés, que vivió a caballo entre el XIX y XX, cuando en  su tratado  «La Psychologie des Foules» -La Psicología de las Masas- (1895) escribió: «Cuando se exagera un sentimiento, desaparece la capacidad de razonar»?

Independiente de los motivos que tuviera el bueno de Le Bon para escribir tal cosa, lo que queda claro es que la manipulación del individuo a través de sus sentimientos no es un fenómeno reciente, ni mucho menos.

La exacerbación de los sentimientos como herramienta para controlar el comportamiento de la persona, y por extensión de la sociedad,  está presente en todas las etapas de la humanidad, desde el neolítico hasta nuestros días. Aventar las emociones engendradas  en el sistema límbico -una de  las zonas  más primitivas del cerebro, y que compartimos con la mayoría los animales- como mecanismo para anular el pensamiento reflexivo, gestado en el córtex -la zona del cerebro exclusiva del ser humano y que forma parte del  eslabón más alto y más complejo del  proceso evolutivo- es la forma más efectiva y eficiente que podemos utilizar para  manipular y controlar la conducta humana.

El maltratador psicológico manipula el equilibrio emocional de su víctima para controlarla. El manipulador maneja las emociones de los  otros para su provecho. El publicista juega con nuestras emociones para inducirnos a comprar el producto. El político enciende nuestras emociones para rebañarnos el voto…

Y es así porque, acaso debido a algún atavismo de nuestra etapa más animal,  en el ser humano las emociones, sobre todo cuando son muy intensas,  suelen anular al pensamiento reflexivo y crítico.

Pero, en la actualidad, como sí ocurría en la época de Bon, la manipulación de las emociones no se hace de forma instintiva. En nuestros días, el manejo de de las emociones y sus consecuencias son tratadas de forma más científica, más metódica. Los publicistas, aplicando el conocimiento científico,  dependiendo del contexto social  y económico del grupo al que va dirigido su mensaje, saben qué tipo de emociones deben tocar para incentivar la compra del producto publicitado. Los políticos aprovechan las ciencias que estudian las emociones para optimizar los resultados de sus discursos. Lo mismo ocurre con las grandes multinacionales financieras, los ideólogos, o cualquier otro grupo de poder que pretenda el control individual o grupal de la humanidad, o de una parte de ella.

De esta forma, en una sociedad más dominada por su componte emocional que racional, es fácil comprender como el hombre se ha convertido en un ser sumiso, gregario y poco contestatario, que deambula por unos senderos marcados por los intereses ideológicos, sociales o económicos de otros, sin ser consciente de su manipulación, y, con ello, de su pérdida de  libertad.

Así que, una vez más, me despido de ustedes con la certeza de que en el hombre, ese ser «hecho a imagen y semejanza de Dios»  -manda cojones con la soberbia humana-, todavía son sus emociones -su parte animal-  las que controlan la mayor parte de su vida.

José Juan Sosa Rodríguez

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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