«Del racismo biológico al cultural»

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 «Yo no soy racista, pero…»

Vivimos unos momentos históricos donde las manifestaciones e ideologías racistas están aumentando de forma alarmante en toda Europa. Ejemplos de ello es el significativo ascenso  de los representantes de partidos de ideología neofascistas en los parlamentos europeos, o incidentes como el sucedido estos días en una línea aérea, donde un pasajero británico  se negó a que una señora jamaicana se sentara a su lado. 

Pero, ¿por qué está ocurriendo esto, si desde el final de la Segunda Guerra Mundial,  el racismo biológico -que sostiene la influencia de la genética sobre las capacidades físicas y psicológicas de las personas- ha dejado de formar parte del conocimiento científico?

Aunque en la actualidad hay algunas investigaciones ¿científicas? que buscan diferencias raciales a través del ADN, o como las del biólogo americano James Dewey Watson, que, enlazando sus teorías genetistas con los resultados de los primeros trabajos sesgados de principios del siglo XX, en los que aplicando tests colectivos -de dudosas fiabilidad y validez-  ´demostraban´ que los negros norteamericanos tenían  menor cociente intelectual  que la población blanca, el concepto de racismo biológico ha ido perdiendo el interés de la comunidad científica, acaso horrorizada por los monstruosos experimentos del doctor Mengele en los campos de concentración nazis. La consecuencia de esto es que en el mundo científico se ha cambiado el concepto de razas por el de poblaciones, etnias, etc., pues se sostiene que raza solo hay una, la humana.

Claro, que cuando hablamos de racismo no solo nos referimos al biológico, pues el concepto de racismo  engloba también otros tipos, entre ellos el cultural.

Si el racismo biológico sostiene que las diferencias genéticas son las que determinan las razas humanas, el cultural enfatiza que la superioridad de una etnia sobre otra está basada  en la cultura. Este tipo de  racismo no consiste en señalar que hay una cultura mejor que las otras, sino en establecer una relación determinista de la raza hacia la cultura. Así, por ejemplo,  racismo cultural mantiene que algunas poblaciones, como la  negra, son incapaces de de tener ciertas habilidades, tanto en la ciencia como en el arte, que posee la población blanca.

Y es precisamente el incremento de este tipo de racismo, el cultural, el que se me antoja responsable del aumento de las actitudes xenófobas y de ideologías extremistas que están emergiendo en Europa.

Un racismo cultural reforzado  por la nefasta actuación de la UE en materia de emigración, que ha sido incapaz de redactar una legislación efectiva, y  la nula información que los ciudadanos europeos  recibimos sobre las ventajas e inconvenientes de  los procesos migratorios.

Para concluir, es necesario tener en cuenta algo tan importante como  que gran parte de  los europeos ven en el fenómeno de la emigración un peligro que atenta contra su cultura, y con ello contra sus señas de identidad. Algo que se ve reforzado por la actitud de una parte importante de la población inmigrante que se niegan a participar en  un proceso de integración cultural que tenga como finalidad un enriquecimiento de la cultura europea.

José Juan Sosa Rodríguez

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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