«De la Globalización, todos somos responsables»

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“Me gusta usar un poco la geometría aquí: si la globalización es una esfera donde cada punto es igual, equidistante del centro, anula, no es buena. Si la globalización une como un poliedro donde están todos unidos pero cada uno conserva su identidad, es buena, y hace crecer a un pueblo, y da dignidad a todos los hombres, y les otorga derechos”.

El Papa Francisco, en el Independence Mall de Filadelfia,  septiembre de 2015.

En la actualidad, cuando nos referimos al fenómeno de la Globalización lo vemos, utilizando el ejemplo de Papa Francisco, como una esfera, donde las culturas de todos y cada uno de los pueblos del Planeta son anuladas por  una supra cultura  universal. Una supra cultura que pretende la alienación del ser humano, inculcándole unos nuevos patrones culturales en los que la conducta consumista -emanada de los principios capitalistas más extremos-  y la falta de razonamiento crítico son sus principales pilares.

Pero, ¿cómo han conseguido los grandes poderes fácticos, que controlan el mundo a través de unos testaferros vestidos de políticos o agentes sociales, instaurar  una nueva  cultura hecha a medida de sus intereses mercantiles e ideológicos, una globalización en forma de esfera?

Solo es necesario repasar las características fundamentales de la cultura para darnos cuenta de que algo estamos haciendo mal, y que de ello se han aprovechado las élites que manejan la trama mundial, como los miembros del  Club Bilderberg, entre otros.

La primera de las características de la cultura es que se adquiere por medio del aprendizaje, no se trasmite biológicamente, como los instintos. La persona va aprendiendo del mundo que le rodea, y transforma este aprendizaje en hábitos, que son tendencias a reaccionar conforme a las experiencias adquiridas después del nacimiento.  Así, si el individuo está inmerso  en una sociedad consumista, en la que el poder adquisitivo  se sitúa en el número uno de su  escala de valores, es  lógico pensar que su estilo de vida sea de tendencias consumista.

Otra de las características de la cultura es que es inculcada, que se va trasmitiendo a través de generaciones sucesivas. Esa transmisión cultural es la base del proceso de «enculturación» del individuo. Ahora bien, si este proceso de transmisión cultural tiende a desaparecer, como creo que está sucediendo, entre otras causas, debido al «poco tiempo» que los padres  de hoy dedican a la comunicación con sus hijos, las generaciones futuras perderán las raíces culturales que alimentan el proceso de su enculturación, y con ello su sentido de pertenencia a una cultura determinada. Así, el hombre quedará anclado a esa esfera universal y convertido en un ser fácilmente manipulable.

El componente social de la cultura hace que los pueblos que comparten unos mismos patrones culturales soporten mejor la presión y las influencias culturales de otros grupos. Una sociedad individualista, como la nuestra, es más permeables a  las influencias culturales de otros pueblos, y que atentan con sus propias manifestaciones culturales.   Papá Noel o  Halloween son ejemplos de manifestaciones culturales que, igual que las especies animales y vegetales invasoras, atentan y ponen en peligro nuestras propias tradiciones, además  de convertirnos en un punto anónimo e irrelevante en la esfera  del Papa Francisco.

Pero, hablar de cultura sin más no tiene sentido si no la consideramos como una herramienta que nos permite una mejor adaptación al ambiente cambiante que nos rodea. Es decir, que la cultura es adaptativa, y para serlo debe ser dinámica. Pero ese carácter adaptativo no solo está limitado al componente social de la propia cultura; también debe ajustarse a las demandas biológicas y psicológicas del ser humano. De este modo, no es sano el inmovilismo cultural, como tampoco lo es incorporar a nuestro acervo cultural todo aquello que nos viene de otras culturas, corriendo, de este modo,  el peligro de ser devorados por  la globalización.

Para finalizar, creo que es muy importante que reflexionemos, no solo sobre las nuevas formas culturales que los modelos consumistas  nos están imponiendo, como, por ejemplo, Papá Noel,  Halloween o la «Shopping Night» -ya podían llamarle noche de compras, pandilla de zoquetes- también debemos reflexionar sobre la proliferación de nuevas manifestaciones aberrantes y nada adaptativas, que algunos descerebrados -incluido el politicastro de turno- quieren  imponernos camufladas de tradiciones.  La Traída del Gofio, la «Vará» del pescado, la Bajada del Macho o la Traída del Agua, entre otras, no se ajustan en nada a nuestro patrones culturales, porque, entre otros motivos, nuestros antepasados no se podían permitir el lujo de realizar fiestas de este tipo, donde el derroche de recursos es incompatibles con la sobriedad de una cultura con recursos muy limitados, costosos y difíciles de conseguir. Por lo tanto, estas manifestaciones multitudinarias, no solo no son adaptativas, sino que son dañinas para la sociedad, por lo que no pueden ser consideradas manifestaciones culturales. Más bien, producen cierta confusión cultural que, por aquello de «río revuelto ganancia de pescadores», propicia que seamos devorados por esa globalización que tanto repudiamos.

José Juan Sosa Rodríguez

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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