«Cuidar la democracia»

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Ningún régimen político dura por sí solo para siempre. Ninguna civilización está garantizada para la eternidad. Más bien al contrario, la historia está llena de ejemplos de sociedades que llegaron a ser las más avanzadas en su momento histórico y terminaron por desaparecer.

Es grande la capacidad del ser humano para autodestruirse. Esto vale para los individuos y para las sociedades, el instinto de la autodestrucción no ha parado de hacer daño a las mejores sociedades a lo largo de la historia.

Llegado a un importante nivel de desarrollo siempre aparece una sensación de cansancio social dispuesto a cambiar todo, sin saber hacia dónde, que suele terminar por destruir las conquistas que tanto esfuerzo costaron. Momentos que se reproducen en etapas de crisis aprovechadas por los oportunistas y vendedores de mágicas soluciones inmediatas.

Son muchos los indicadores que advierten de que ese momento puede llegar, pero hay algunos que son muy claros. Uno de ellos es la falta de compromiso para defender las ideas y valores que han producido ese progreso frente aquellos que lo atacan.

Cuando incomoda defender viene el “qué más da», que termina conduciendo al absolutismo del relativismo, paso previo a las imposiciones de otros valores y al triunfo de las contraculturas. Antes de que el ciudadano se dé cuenta, los valores sobre los que se asentaba la sociedad en la que creían se disuelven mucho antes de que caigan en la cuenta de esas renuncias, ganando los adversarios, por lo tanto, la batalla de las ideas e imponiendo su relato.

También sucede que, ante imperfecciones concretas, lejos de corregirlas para seguir avanzando y evolucionando, lo que se hace es cuestionar y destruir todo, muchas veces sin tener claro qué se quiere.

Decía Adolfo Suárez que cuando dudaba a la hora de elegir entre dos opciones siempre seguía el camino más incómodo. Con ello explicaba que las decisiones más correctas suelen ser las que más incomodidades generan, por lo que la conciencia suele encontrar razones para escoger el camino más cómodo.

Otro indicador es el populismo. Ya se sabe que el populismo es hijo del buenismo. Cuando la dosis diaria de buenismo ya no te calma la adición te hace pasar al nivel más duro, que es el populismo.

El populismo consiste, básicamente, en decirle a los ciudadanos que no tienen que preocuparse de nada ni asumir la responsabilidad de su vida porque de eso ya se encarga el Estado por ellos, lo que es fácil de creer en época de crisis. Para la mayoría de los populismos, esa sociedad feliz se consigue eliminando las instituciones que existen, derogando los valores que la inspira y caminando hacia un cielo terrenal donde nadie es más ricos que otro, igualitarismo a lo que llaman democracia social.

Para alcanzar esa supuesta  democracia social hay que recortar las libertades, al parecer un privilegio que usan los de arriba, según su lenguaje, para dominar a los de abajo.

Nadie ha podido contar cómo es ese cielo terrenal puesto que nadie ha llegado a él. Es una aventura que se queda por el camino anulada por la tiranía y la pobreza que generan la falta de libertad y la enajenación de la responsabilidad en los poderes públicos.

Al final nadie es más rico que nadie porque todos son iguales de pobres, exceptuando, claro está, a los dirigentes de la revolución y su corte de lacayos.

España no es una excepción, muy al contrario. Nuestra historia está llena de intentos democráticos autodestruidos por la sinrazón, la radicalidad y los aires de grandeza de los poseedores de la verdad absoluta.

Últimamente se escucha en nuestro país a grupos, autodenominados de nueva política, con un discurso viejo, rancio, raído por la historia, que llaman a nuestra democracia «el régimen del 78» y descalifican de manera genérica nuestra Transición, tratando con desprecio el proceso de diálogo y consenso sobre el que se asienta la misma para intentar deslegitimarla. Dando lecciones magistrales de radicalidad y ofreciéndonos asaltar el Cielo… Como tantos otros que antes llevaron a sus sociedades a la autodestrucción.

La historia no para de reproducir sus sarampiones.

La principal diferencia con otros momentos históricos está en el método. Antes eran movimientos violentos de entrada. Ahora pasa por intentar ganar elecciones con todo tipo de promesas populistas, después una ocupación absoluta del poder -recuerden los departamentos que quería Pablo Iglesias: televisión, jueces, policía, militares…- y luego rematada por una creciente represión. Así ha evolucionado, por ejemplo, el Socialismo del Siglo XXI en Venezuela bajo el lucrativo asesoramiento de las élites por lo que hoy es Podemos.

Frente a estas estrategias no hay mejor medicina que cuidar la democracia todos los días.

Recientemente los tripartitos que gobiernan el Cabido de Gran Canaria y el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, especialmente los grupos afines a Podemos, han tenido la feliz idea de celebrar el quinto aniversario del 15M convirtiéndolo en actos de proselitismo y adoctrinamiento de esta fuerza política a costa del presupuesto público y poniendo a su servicio la maquinaria del Ayuntamiento y del Cabildo.

Sabido es que Podemos y los movimientos anticapitalistas han considerado el 15M como su origen. La verdad no es así.

La verdad es que la mayoría del 15M la conformaban ciudadanos que protestaban por la situación existente en ese momento, como demuestra que una semana después el PP sacó en las elecciones locales y municipales una mayoría extraordinaria.

Luego existía otro 15M, más organizado, que fue el que perduró en las acampadas de la izquierda más radical y antisistema que ya existía antes de esa fecha, aunque adquiriendo un gran protagonismo.

Si querer detenerme mucho en estos detalles, lo cierto es que la verdad oficial de Podemos es que fue su origen.

Por eso han organizado estos actos que, si fueran intelectual y políticamente  plurales y equilibrados, no habría nada que objetar, pero no es el caso.

Se trata de transmitir la idea oficial de Podemos, y para ello incluso se traen a varios conferenciantes catalanes, muy afines a la plataforma de Ada Colau, alcaldesa populista de Barcelona.

Luego organizan otros actos más festivos, cuyos intervinientes tienen mejores intenciones, pero para la organización se trata de crear una atmósfera propicia para la idea global del adoctrinamiento y el proselitismo.

Lo irónico del caso es que a estos actos los enmarcan en el autoproclamado Día de la Participación Ciudadana, cuando la participación es escuchar a la sociedad, no adoctrinarla ni hacer proselitismo confundiendo las administraciones públicas y las instituciones de todos con el partido.

Antonio Morales y Augusto Hidalgo, por hacer o por dejar hacer, son responsables de este extraordinario ejemplo de burla al papel de las instituciones democráticas y a la democracia misma, como ha puesto de manifiesto la Junta Electoral Provincial al suspender este evento por tener evidentes connotaciones políticas a favor de un partido concreto.

La Democracia tenemos que cuidarla y protegerla todos los días. Que la indiferencia y la comodidad  no nos condenen a perderla.

Felipe Afonso El Jaber, Portavoz del Grupo Popular en el Cabildo de Gran Canaria

 

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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