«Celebrando el amor a dos»

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En el ámbito cultural al que pertenecemos quererse y emparejarse –y, también, dejar de apreciarse y separarse- es un asunto libre y entre particulares. La secularización de las prácticas sociales y la mayor tolerancia en las costumbres han permitido que la gente se pueda vincular amorosamente,  por medio de contratos o no y sin hacer cuestión de los géneros de los enamorados.

Aunque la visión eclesiástica del tema siga siendo la de considerar que el matrimonio es un estado religioso y para toda la vida, un sacramento por el que un hombre y una mujer se unen para fundar una familia, a mayor gloria de Dios, lo cierto es que hoy la gente, si quiere, se casa y lo celebra de muy distintas maneras: el doble matrimonio civil y religioso, se ha limitado, en muchos casos, al meramente administrativo y, en combinación o alternativa a estos, han surgido todo tipo de rituales, más o menos estandarizados o a medida y deseo de los protagonistas.

Así, la señera institución familiar se remoza y pervive. Lo más novedoso en la decisión de parte de los actuales contrayentes es que se realizan el intercambio de votos de amor y lealtad al margen de pretensiones trascendentes y de trasnochados romanticismos. Ni porque “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”, ni porque del enamoramiento se pase, sin más, a vivir felices para siempre.

A pesar de la crisis de hondo calado que atraviesan los roles de la convivencia entre géneros, muchas nuevas parejas quieren que la suya sea una historia de amor larga, hasta la vejez y mientras la vida dure, utilizando nuevos mimbres. Pues, reconociendo que nuestros planes siempre están rodeados de incertidumbres y compartiendo la conciencia de la plena libertad y autonomía de cada cual, el poder envejecer juntos debe ser efecto, además de buenos deseos y grandes ilusiones, de capacidades apropiadas y decisiones conscientes.

Frente a la pretensión de reducir la relación de pareja a meras costumbres y conveniencias y a la moda de considerar que el interés mutuo se termina a los pocos años y hay que dejarlo correr, hay quienes quieren conocer profundamente a quien se ama, transformarse, poco a poco y a mejor, juntos y proyectar, más allá de circunstancias momentáneas y a través de las etapas de la vida, una relación a dos de entrega, solidaridad y reconocimiento mutuos.

A contracorriente de una ética basada en la maximización del interés personal a corto plazo que lo impregna todo, más y más personas pretenden querer entregarse amorosamente, sin que el tiempo imponga límites. No hay garantías y no es fácil, aún así, llegar a ser viejos compañeros, amantes veteranos y amigos para siempre con quien te enamoraste y fundaste un hogar, se presenta, para muchas parejas, como el mayor reto y el mejor modo de pasar toda una vida.

El amor de pareja, hecho de entrega, apoyo y respeto mutuos, sigue ahí, desencorsetado de antiguas normas y vigilancias. Y a la intemperie de saber que algo puede fallar, pero con la certeza de que, si eso ocurre, se puede aprender de los errores y se puede volver a amar. Podemos, a dos, volver a encarnar el sueño de que lo mejor que te pasó en la vida fue conocer a tu persona amada y de que el amor todo lo puede. Celebrémoslo, que no es poco.

Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social

http://bienvenidosapantopia.blogspot.com

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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