Las guerras activas en el mundo siguen configurando algunos de los escenarios más graves para los derechos humanos del siglo XXI. Entre ellas, el conflicto en Sudán destaca por la brutalidad sistemática ejercida contra mujeres y niñas.
Sus cuerpos han sido convertidos en armas de guerra. La violencia sexual se utiliza de forma deliberada como estrategia de dominación, desplazamiento y terror, en abierta vulneración del derecho internacional humanitario. Naciones Unidas alerta de un aumento de hasta un 288 % en los casos de violencia sexual vinculados al conflicto, una cifra que interpela directamente a la comunidad internacional.
Puede parecer que estos hechos suceden lejos, pero desde Canarias sabemos —por nuestra historia, nuestra posición geográfica y nuestra experiencia migratoria— que ninguna violencia contra una mujer es ajena. La vulneración de los derechos de mujeres y niñas en Sudán no es un problema distante, sino una responsabilidad colectiva que exige acción política y jurídica.
Callar, mirar hacia otro lado o normalizar el horror también es una forma de elegir. Pero Elegir de nuevo, en términos de conciencia, significa rechazar el miedo como guía y asumir la obligación jurídica de actuar junto a la responsabilidad ética de no repetir los errores del pasado.
La Asociación de Mujeres Juezas ha advertido de que lo que ocurre en Sudán constituye una auténtica guerra contra las mujeres, donde la violencia sexual no es un daño colateral, sino un método deliberado de destrucción social. Jurídicamente, estamos ante crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad que requieren una respuesta internacional inmediata y efectiva.
Esta realidad no es ajena a otros contextos. Las mujeres y niñas afganas viven bajo un apartheid de género; muchas mujeres y niñas migrantes desaparecen de los sistemas de acogida, quedando expuestas a la trata y la explotación. En Canarias, la Memoria 2024 de la Fiscalía confirma el aumento de los delitos contra la libertad sexual, con 2.486 diligencias incoadas, muchas de ellas relativas a menores.
Todas forman parte de una misma estructura de violencia que no admite indiferencia. La justicia comienza cuando dejamos de negar lo que vemos y elegimos corregirlo.
Elegir de nuevo es no normalizar el horror e impulsar la justicia: mirar el sufrimiento sin cerrar los ojos y actuar para que el miedo no siga dictando nuestras leyes ni nuestro silencio. Porque cuando se ataca a las mujeres, se ataca la humanidad misma.
Como recordó Angela Davis: «No acepto las cosas que no puedo cambiar; estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar».
Palmira Deniz Verona, secretaria de Justicia y Derechos Civiles de Nueva Canarias
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