«Lo que no me importa y lo que sí»

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Por importarme, me importa un carajo que unos iluminados deliren con la independencia de Cataluña, o que un juez tudesco  desautorice al juez LLarenas, y que este, en berrinche, retire la euroorden contra el lumbreras de Puigdemónt.

Sí,  me importa muy poco que algunos se empeñen en trasladar unos huesos devorados por el tiempo del que quiso dejar todo atado y bien atado, y  que, por atar, solo dejó atado el oportunismo de los vividores de siempre, que han medrado y lo siguen haciendo bajo el paraguas de un sistema viciado, con pagas vitalicias, inmunidades parlamentarias y de corrupciones amparadas por la vista gorda de los poderes políticos y económicos, como pago de favores. Esto es, estimados lectores, me importa un pito que un político indocumentado de Telde se empeñe retirar la placa con el nombre de Ramón Franco de una de sus calles, por confundirlo con sus hermano -el de los huesos a debate-. O que otro febril indocto intente hacer lo mismo con la calle Juan de la Cierva de Parla (Madrid), por considerarlo -incultura al poder- franquista.

Sí, todo esto me importa un bledo -como dirá un refinado peninsular-.  Y si alguna emoción me producen es indignación. Indignación porque en realidad lo que buscan, tanto unos como otros, es apartar la atención de todos nosotros de  los asuntos que realmente nos interesan y preocupan.

Por eso, lo que verdaderamente me importa y me irrita es el indignante aumento de mujeres asesinadas o maltratadas por la violencia machista, sin que ninguna medida para frenarlo resulte eficaz.

 Lo que  me revuelve las tripas son los contratos fraudulentos que sufren muchos trabajadores y  tolerados por unos sindicatos aburguesados, con algunos de sus líderes compinches en la sombra de los desmanes del capital, o del gobierno de turno.  Así es, si algo me quita el sueño son  las colas en las ventanillas del paro de los menos favorecidos, mendigando una paga vergonzante para, a duras penas, llegar al final  del mes.  Me entristecen y preocupan los padres que temen la llegada del verano porque, con el cierre de los comedores escolares, sus hijos van a pasar hambre – eso sí, muchos defensores modernos de las doctrinas proletarias  de los  señores  Marx y Engels nos dan en todos  los morros haciendo ostentaciones insultantes de riqueza y poder.

Se me arranca el alma ver como, un día sí y el otro también, los bancos les arrebatan sus viviendas a los más perjudicados  por un sistema económico que no ha hecho más que aumentar las diferencias sociales. Sí, esos bancos inmorales y miserables que en su momento fueron rescatados -oh paradojas de la vida- con el dinero de los que ahora sufren sus tropelías, sin que ningún gobierno haya tenido  los cataplines suficientes como para exigirles la devolución del dinero que recibieron.

  Me entristece y me angustia el futuro de  esos «sin papeles» que recalan en nuestras costas, porque muchos terminaran siendo explotados por empresarios sin escrúpulos, en las garras de las mafias del narcotráfico o de la prostitución.

Y, sobre todo, lo más que me preocupa es la pasividad de una sociedad aburguesada y narcotizada por  «panem et circenses» que no es capaz de mover el culo para revelarse contra las desigualdades sociales y las injusticias de un sistema que, más temprano que tarde, acabará despojándola del mullido sillón donde descansan sus orondas posaderas.

José Juan Sosa Rodríguez

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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