El Parlamento Europeo fue escenario de un episodio grave que ha generado indignación en ámbitos institucionales y profesionales. Un eurodiputado de Gran Canaria del Partido Socialista perdió los nervios y se dirigió a una técnica a gritos y con evidente desprecio tras una intervención en la que esta expuso datos y criterios técnicos que desmontaban el planteamiento político que el parlamentario intentaba sostener.
Según relatan fuentes presentes en la sesión, el enfado no se produjo por un error técnico ni por una falta de respeto previa, sino precisamente por lo contrario: la profesional se limitó a cumplir con su función, señalando límites normativos y contradicciones que chocaban frontalmente con el relato político defendido por el eurodiputado. La respuesta no fue el debate ni la argumentación, sino la descalificación mediante el tono y la intimidación verbal.
El incidente no es menor ni aislado. Se produce en un contexto político en el que determinados representantes confunden cada vez más la autoridad institucional con la imposición personal, y el liderazgo con la ausencia de contradicción. Cuando los datos incomodan y la técnica no se pliega, algunos cargos optan por elevar la voz para tapar la falta de razones.
La escena adquiere una dimensión aún más preocupante al tratarse de una mujer la destinataria de los gritos. El episodio vuelve a poner en evidencia la distancia existente entre el feminismo proclamado en discursos y campañas y el trato real que reciben muchas mujeres cuando ocupan espacios técnicos y profesionales y se atreven a decir “no” o a contradecir a un cargo político. La igualdad, en este caso, quedó reducida a consigna.
Desde distintos ámbitos se subraya que comportamientos de este tipo serían inaceptables en cualquier otro entorno laboral y recuerdan que la ejemplaridad debería ser una exigencia básica para quienes representan a la ciudadanía en instituciones europeas. Más aún cuando se trata de formaciones políticas que hacen del respeto y la igualdad una bandera permanente.
Hasta el momento, no consta una disculpa clara ni una explicación convincente por parte del eurodiputado implicado. El silencio, lejos de apagar la polémica, alimenta la percepción de impunidad y refuerza la crítica a una forma de hacer política basada en el grito, la soberbia y la incapacidad para asumir límites técnicos.
El episodio deja una conclusión incómoda: cuando el poder no tolera la profesionalidad ni la discrepancia, lo que se rompe no es solo el respeto personal, sino la credibilidad de las instituciones que dice defender.
Juan Santana, periodista y locutor de radio
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