Dicen que el amor mueve montañas… pero en San Bartolomé de Tirajana, además, mueve licitaciones. Y no hablamos de un romance cualquiera, no. Hablamos del amor bien posicionado, de ese que florece entre un técnico municipal y un/a emprendedor/a con una puntería envidiable a la hora de presentarse a concursos públicos.
Porque si uno se pasea por el Boletín Oficial o curiosea los contratos menores y mayores que salen a concurso, empieza a notar algo curioso: siempre hay alguien que gana. Y no por mérito divino ni por la fuerza de su expediente técnico, sino porque, por alguna “bendita coincidencia cósmica”, está sentimentalmente unido a quien trabaja entre papeles, informes, valoraciones y puntuaciones del propio Ayuntamiento.
Sí, querido lector. San Bartolomé ha conseguido lo que muchos soñaban: unir el amor verdadero con la contratación pública. Un win-win de manual.
Lo realmente admirable es la sincronización. El afortunado/a licitador/a siempre se presenta el último día —porque lo bueno se hace esperar— y, casualidad entre las casualidades, lo hace con la oferta económica más ajustada, el proyecto más redondo y la documentación más perfecta. Una especie de Cupido de los contratos, con una flecha que da siempre en el blanco del pliego.
Pero, claro, no es información privilegiada, por favor. ¡Es intuición empresarial! ¡Visión de mercado! ¡Clarividencia administrativa! Es lo que pasa cuando uno es bueno. Buenísimo. O, mejor dicho, “el/la mejor”, según el criterio del técnico municipal… que duerme con él/ella.
Mientras tanto, los demás empresarios del municipio —esos ilusos que creen que competir es sano y que ganar un concurso es fruto del trabajo y la preparación— siguen rompiéndose la cabeza para entender por qué siempre pierden. Algunos incluso se preguntan si el formulario que entregaron era el correcto, o si quizás olvidaron adjuntar lo más importante: una cena romántica con el técnico de turno.
Y el Ayuntamiento, por supuesto, mudo. Porque aquí nadie ve nada, nadie sospecha nada, y si lo comentas, eres tú el que tiene mala fe. El problema no es el favoritismo; el problema eres tú, que eres un malpensado.
Así estamos: en el municipio del sol, la playa y el contrato bien amarrado. Donde los concursos públicos no son concursos, sino certámenes de fidelidad amorosa. Donde la competencia no se mide en puntos, sino en caricias. Y donde la transparencia es tan clara… que se ha vuelto invisible.
Pero tranquilos: todo está en orden. Aquí no hay corrupción, solo coincidencias. Muchas. Repetidas. Y siempre con final feliz… para uno.
Juan Santana, periodista y locutor de radio
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