Todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad. Eso dicen. Pero lo dicen con la boca pequeña, porque en este país el derecho al perdón depende del carné ideológico y del color de tu bandera. Si eres de los suyos, te reinventas, reflexionas y hasta te aplauden por tu “valentía”. Pero si te llamas Alba y no eres de izquierdas, entonces olvídate: no tienes derecho ni a trabajar ni a vivir en paz.
Porque, claro, si no eres un “perroflauta” de manual, con discurso de pancarta y pensamiento uniforme, no mereces segunda oportunidad, ni respeto, ni futuro.
Y ahí están los de siempre: los moralistas del teclado, los guardianes de la ética con nómina fija y pensión asegurada, que se ganan el pan criticando a los demás mientras chupan del queso público. Uno de ellos, director de una web “de actualidad”, se atreve a dictar sentencia:
“Un juez condenado por corrupción no puede volver a dictar lecciones de justicia. Quien corrompe la toga no puede disfrazarse después de abogado honorable.”
Palabras solemnes, sí, pero con trampa. Porque ese juez ya fue juzgado, condenado y sancionado, como marca la ley. Y aún así, el inquisidor digital decide que no merece redención.
Y entonces uno se pregunta:
¿Se equivocó o no?
Si se equivocó, ya pagó. Si no se equivocó, está pagando por haber molestado al poder equivocado. En cualquiera de los dos casos, seguir señalando después de la condena no es justicia: es venganza disfrazada de moral.
Mientras tanto, el que escribe panfletos desde su sillón, cobrando su pensión y sus facturas públicas, sigue dando lecciones de integridad como si la ética se cobrara por transferencia bancaria.
Porque claro, un juez condenado no puede volver a trabajar, pero un periodista con doble moral sí puede seguir facturando, eso sí, con cargo al bolsillo de todos.
La toga puede mancharse, pero se limpia con el tiempo, con humildad y con propósito. Lo que no se limpia jamás es la conciencia del que vive del insulto, del sesgo y de la hipocresía institucionalizada. Así que antes de seguir repartiendo carnés de pureza ideológica, convendría recordar algo: en este país, el perdón es de izquierdas, la condena es de derechas, y la moral se mide por el color del voto.
Porque aquí, amigo, si no eres un perroflauta, no tienes derecho ni a trabajar, ni a vivir, ni a opinar. Y esa es, tristemente, la nueva justicia del siglo XXI: la del dedo moral, la del teclado subvencionado y la del silencio impuesto.
Juan Santana, periodista y locutor de radio
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1 comentario en ««LA DOBLE VARA DE MEDIR: EL PERDÓN SELECTIVO Y LA HIPOCRESÍA INSTITUCIONALIZADA»»
Juan,nada que decir,totalmente de acuerdo,pero totalmente de acuerdo.