El académico y pensador Enrique Tierno Galván goza de un merecido reconocimiento porque en sus múltiples intereses intelectuales practicó fructíferas aproximaciones transdisciplinares. En el estudio que hizo del fenómeno cultural característicamente español que fueron las tertulias, este método de investigación le permitió llegar a definirlas como «reinos de la opinión”, porque en su desarrollo la conversación fluida, el intercambio de pareceres y la libre expresión de ideas prevalecen sobre el debate riguroso y la búsqueda de conclusiones definitivas. Y las expresiones de las creencias personales y las impresiones subjetivas ajenas a validaciones exhaustivas no pasan de ser meras opiniones.
Con la expansión mediática de la que gozan, actualmente, las tertulias, sus características han llevado a normalizar, más allá de su propio ámbito, ciertas prácticas en cómo se expresan y consumen los temas de actualidad, de manera vergonzosa, hasta en los debates parlamentarios. Así, en el periodismo escrito, se observa, a través de columnas de opinión y artículos, una creciente tendencia incluso, entre expertos, a presentar la información favoreciendo la interpretación subjetiva y el juicio de valor por encima del análisis de datos y la exposición rigurosa de los hechos.
Y, en estos tiempos de extraordinaria incertidumbre y mucha complejidad, por mucho que se haya extendido hasta la saciedad la pretensión de pasar por conocimientos lo que no son más que conjeturas, cuando son los profesionales y especialistas quienes pasan de dar a conocer sus competencias a verter sus opiniones, incurren, además, en algo intelectualmente muy censurable, como es la trivialización del proceso de conocimiento y la vacua pretensión de omnisciencia.
Porque son, precisamente, los cuadros académicos, profesionales y expertos quienes más de cerca saben de la paradoja de la ignorancia: que cuanto más sabemos, más conscientes somos de la inmensidad de lo que no sabemos. De ahí, el obligado rigor, prudencia y honestidad debidos en el ejercicio de sus capacidades.
Desgraciadamente, las prácticas indeseables están muy extendidas en casi todas las cuestiones de interés. Como se puede comprobar en el recientemente artículo de opinión de Don Felipe Roque Villarreal, publicado con el título “El tren de Gran Canaria: una apuesta necesaria para el progreso y la sostenibilidad.” En el que se comprueba que, por mucho que el autor se presente como el Decano de la Demarcación de Las Palmas del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, este es un escrito polemista más, que cae de lleno en prevalencia de la opinión sobre el análisis.
Pues el texto se fundamenta en afirmar que «No vale la pena ni entrar en números”, descartando, así, el debate de datos (que es el núcleo de cualquier análisis riguroso). Busca un acto de fe con la autoridad que da la profesión e intenta establecer el monopolio de la pericia en los Ingenieros de Caminos, que se pretende son «la única especialidad de la ingeniería con esas competencias». Con lo que, en vez de debatir con otros expertos que puedan tener objeciones, invalida su legitimidad para tratar el tema.
Desechado un debate matizado sobre costes, trazados alternativos o impacto real, se busca fomentar la polarización al enmarcar el debate en una falsa dicotomía: de un lado, su postura de «progreso y la sostenibilidad», y del otro, el «inmovilismo», la «falta de visión» y las «críticas sin base técnica». Todo se reduce a una lucha entre quienes apuestan por el futuro y quienes «se oponen a todo progreso». Porque los beneficios del tren son simples y directos («mejora de la movilidad», «reducción del tráfico»), sin cuantificar ni profundizar en ninguno.
Para apuntalar su posicionamiento, el autor emplea, inmoderadamente, recursos retóricos como es el argumento de autoridad (apela, constantemente, a la autoridad de los técnicos cualificados, sobre todo, a la de su propio colectivo); la falacia del “hombre de paja” (ridiculiza a los oponentes tildándolos de «voces que se oponen a todo progreso»); y la apelación a la emoción y a la tradición (con una analogía histórica que busca conectar emocionalmente el proyecto del tren con un hito fundacional del progreso en la isla). Y todo ello sazonado de un lenguaje grandilocuente que busca convertir un proyecto de infraestructura de movilidad en una batalla por el futuro de la isla.
De este modo, el artículo mencionado, en vez de estar acreditado por la experiencia técnica o ser un resumen didáctico de un análisis técnico riguroso y contrastado, se reduce a ser una mera opinión diseñada retóricamente para agrupar a los convencidos, manipular a los indecisos y desacreditar a los escépticos.
En un mundo sometido como nunca a enormes problemas, requerimos superar las fronteras disciplinarias y buscar la complementariedad entre diferentes campos del saber. La conciencia de los múltiples riesgos y de nuestra relativa ignorancia nos deben incitara considerar las múltiples perspectivas y a buscar, a través de un aprendizaje continuo, una comprensión más auténtica de la realidad, antes de tomar decisiones. Ante tantas intransigentes certidumbres banales se impone una dialogante y lúcida humildad intelectual.
Desde luego, también en los muy controvertidos, inciertos y onerosos proyectos ferroviarios en las islas capitalinas en los que están empeñadas, actualmente, las autoridades del archipiélago.
Xavier Aparici, filósofo y experto en gobernanza y participación
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