¿De qué sirve alcanzar la costa si no hay nadie preparado para evitar el naufragio final? La tragedia que hemos visto en aguas canarias, con un cayuco volcándose en pleno proceso de ayuda, no es un accidente. Es un síntoma. Es la prueba más amarga de que estamos fallando, de que algo —o muchas cosas— no se están haciendo como deberían.
Esa embarcación, como tantas otras, había sobrevivido al infierno del Atlántico. Sus ocupantes habían cruzado la ruta más letal del planeta, habían desafiado al hambre, al sol, a la deshidratación, a la muerte que espera en cada ola. Habían llegado. Pero no llegaron.
El mar, otra vez, se tragó la vida justo cuando la orilla parecía cercana. Y es entonces cuando uno se pregunta: ¿cómo es posible que, a estas alturas, todavía no exista un protocolo eficaz que impida este tipo de desenlaces? ¿Cómo puede ser que se repita el mismo error, la misma falta de previsión, el mismo desenlace previsible?
Y sobre todo, ¿quién asume las consecuencias de lo ocurrido? Porque cuando se trata de vidas humanas, no basta con lamentarlo ante las cámaras o emitir comunicados de condolencias. Alguien debe responder. Alguien debe dar explicaciones. Alguien tiene que garantizar que esto no vuelva a pasar.
No hablamos de un fenómeno nuevo. Llevamos años viendo imágenes similares. Años documentando cómo se comportan estos cayucos al llegar. Sabemos que van al límite de su capacidad, que cualquier movimiento brusco puede desestabilizarlos, que basta con un pequeño error para que vuelquen. Sabemos que ese instante, el momento del rescate, es crítico. Y sin embargo, una vez más, no se actuó con las medidas necesarias para evitar el desastre.
¿No hay manera de colocar un segundo barco en el costado opuesto para equilibrar? ¿No se puede inmovilizar el cayuco antes de iniciar el desembarco? ¿No hay medios, ni protocolos, ni coordinación suficiente para garantizar que quienes llegan no mueran a cinco metros de ser salvados?
Lo que ha ocurrido no es una fatalidad. Es una negligencia estructural. Es el resultado de años de parches, de discursos huecos, de improvisaciones institucionales y de esa peligrosa costumbre de normalizar la tragedia. Se repite tanto, se ve tanto, que ya no duele igual. Y eso es lo más grave: cuando la muerte deja de doler, todo lo demás se descompone.
Este no es un artículo sobre inmigración. Es un grito sobre dignidad.
Porque quienes viajan en esos cayucos no están «llegando ilegalmente», como tantas veces se repite. Están huyendo de la muerte, cruzando el mar como última opción, con la esperanza puesta en que Europa sea al menos un lugar donde no mueran frente a testigos. Pero no siempre lo es.
Europa, España, Canarias… tenemos medios. Tenemos experiencia. Tenemos registros de lo que pasa. Lo que no tenemos —o no demostramos tener— es la determinación de anticiparnos. De prevenir. De garantizar que cuando un cayuco llega, la vida esté realmente a salvo.
Porque si no somos capaces ni de sujetar una barca que ya ha llegado, entonces hemos perdido mucho más que el control de nuestras fronteras: hemos perdido el alma.
Juan Santana, periodista y locutor de radio
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1 comentario en ««CUANDO EL CAYUCO LLEGA… Y LA MUERTE TAMBIÉN»»
Todo esto está envuelto en un grado de insensibilidad ilimitada… No sé toman las medidas oportunas ante la llegada de nuevos cayucos… No existe un control de ayuda humana y solidaria que sepa llevar con formalidad, este tema tan sumamente grave… El mar está lleno de lamentos desgarrantes!!! y muy desgradables… La muerte parecer ceder su espacio a todo el que cruza su frontera de forma desafiante… ¡¡Triste destino le espera, a todos aquellos que se arriesgan con su juventud y sin ella!! porque la justicia no les ayuda a encontrar la libertad tan ansiada para poder obtener una mejor calidad de vida como seres humanos, con sus derechos propios, y con la dignidad verdadera, merecida y anclada ¡¡Mientras tanto!! nada se hace… Y así, van muriendo de hambre, de sed, de no poder ser socorridos en medio de un fuerte y terrible peregrinaje… Falta Bondad, empatia, y vivir en nuestra propia piel, el sufrimiento de todos los que llegan en cayucos con la fe y la esperanza de obtener un nuevo renacer dentro de un mundo confuso, contradictorio, egoísta y con la bandera de la corrupción y la maldad por delante…