«Hasta siempre amiga Yoya»

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Si, hasta siempre, porque ese es y será el tiempo que permanezca la huella que tu persona deja en mi corazón y en mi memoria. Fuiste, hasta tu último aliento, un ser humano excepcional, una buena persona en toda las acepciones que pueda tener ese calificativo. 
 
Nos conocimos en aquellos años en que conducías la concejalía de educación, cultura y también más tarde Desarrollo local. A esta última llegué precisamente para impartir un curso organizado por el ICFEM y de aquel despacho tuyo te veía salir a las 10 de la noche al terminar mis clases. Primera en llegar y última hasta para cerrar la puerta. Después pude comprobar que tu compromiso también incluía fines de semana y hasta festivos y, aunque siendo maestra podrías haber conciliado mejor tu derecho al descanso y al disfrute  familiar, lo tuyo siempre fue la entrega a una causa mayor, al bien común, al servicio público, al progreso y la felicidad  que conseguías con hechos y no sólo palabras.
 
Recuerdo el día que me invitaste a visitar el centro de Cruz de Jérez. «Vente y me das tu opinión como sociólogo», me dijiste. Salí de allí entre añurgardo y agradecido: lo primero por el amor al prójimo que allí vi sembrar y lo segundo por mostrarme la feliz utopía en vivo. Eras tu la que construías sociedad, amiga mía. 
 
Años después te propuse llevar la identidad canaria a las escuelas de Telde y revolviste cielo y tierra para conseguir lo necesario, gestora como fuiste como nunca había visto. Gracias a ti el Proyecto Veredas fue «un gigante» que llevó nuestra historia, cultura, el orgullo por nuestro legado y ancestros, a todos los niños y niñas de Telde, tu Telde. Ni el mismísimo gobierno de Canarias fue capaz de igualar tu gesta al respecto. Más de treinta monitores de convenio, programación completa en todos los centros y financiación conseguida de la Caja de Canarias gracias a tu empeño. Quienes vivimos de cerca aquel hito nunca terminaremos de agradecértelo y reconocerlo.
 
Ahora que ya has partido y no te disgustaré por airearlo, me siento libre para contar la tristeza y el pesar que te generó comprobar que, toda aquella entrega tuya, no fue tenida en cuenta por quienes, allá por 2003, cambiaban de acera y no querían dejarse ver contigo, por miedo a las consecuencias de aquel «estado de terror desatado» por desalmados sin entendederas.  Aquellos que tildabas de «amigos» o «de los nuestros», echaron a correr, olvidando lo vivido, lo conseguido. Y aún así tu, con esa altura humana y moral tan tuya, les disculpabas y perdonabas, demostrando con ello que ya te habías ganado el cielo. Ese cielo que trascendias en la tierra en consonancia con tu fe en la existencia del que hoy te habrá abierto sus puertas de par en par con merecida justicia y reconocimiento.
A los que quedamos aquí, «nos queda la clara, la entrañable transparencia, de tu querida presencia» maestra de la ternura, militante de la esperanza.
 
¡Hasta siempre Yoya!, amiga, compañera. Gracias por tu siembra. Gracias por abrir Veredas para hacer mejor la vida en esta tierra.
 
José Carlos Martín Puig, sociólogo
 

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