RELATO CORTO (PRIMERA PARTE): «LAS AVENTURAS DE BENEHARO (LA IRLANDESA, APORTACIÓN… ROBO… O PLAGIO)» POR JAVIER MARTÍ

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Beneharo es un joven Conejero, hijo de Achxuraxan y de Adassa, es el segundo de los cinco hijos que tiene el matrimonio.  Todos, de Güime: una población de la Isla Conejera de Lanzarote.

De niño, casi todos los días acompañaba a su Padre al muelle de Arrecife donde Achxuraxan y otros peones ayudaban a cargar y descargar los barcos que arribaban a la Isla.

La vida en aquella época era muy dura y muy pocos recursos había para poder mantener a la familia.

La granja de Achxuraxan daba lo justo para dar de comer a los hijos. Con lo poco que sacaban de las ventas de sus animales y las legumbres que plantaban en su huerta ayudaban a la familia a vivir de forma humilde pero honradamente.

Gracias a los barcos que arribaban a la Isla podían sacar unas monedas para sus familias: comprar pienso para el ganado y el grano suficiente para cultivar trigo, cebada y algunas legumbres que plantar en la huerta.

Los barcos que arribaban descargaban todo tipo de mercancías, semillas, y frutos tropicales. También madera… carbón… cinc y todo tipo de animales que eran vendidos en los mercados.

Los barcos salían del muelle a sus destinos cargados con fruta del lugar, en su mayoría plátanos, así como camellos, cabras y animales de compañía como los fieles Bardinos, esos astutos perros muy fieles defensores de sus criadores y, cómo no, pieles de cabra y mantas de finas lanas de los escasos rebaños de corderos. También ricos quesos bien elaborados.

La dulce Aniagua, la hija mayor de Adassa y de Achxuraxan ayudaba a su madre en las tareas de la casa mientras sus otros hermanos, Beneharo, Dácil y Rayco acudían a la escuela.

Adassa y Achxuraxan tenían una casa a las afueras de Güime, un pueblo cercano a Arrecife. Era una vieja casa heredada de los Padres de Adassa que, por herencia les había tocado.

Principalmente se dedicaban a la crianza de cabras y camellos que eran muy valorados en la Isla Conejera por su buena raza y calidad en la carne y la leche.

Beneharo, desde pequeño siempre había soñado con vivir las aventuras que se inventaba y que contaba a sus amigos: siempre decía que algún día las realizaría…

Las escribía para no olvidarlas y las guardaba en un diario que Aniagua le había hecho con papeles de los mercados cosidos con las tripas secas de cabra y forrado con unas tapas de piel curtida de camello.

Siempre que Beneharo acudía al muelle con su Padre, que era casi todos los días, llevaba su diario para anotar y dibujar todo cuanto veía en el muelle, sobre todo esos nuevos barcos que arribaban que por su gran tamaño fondeaban a unos cuantos metros del puerto.

En una ocasión quedó prendado por un llamativo barco que entró lentamente quedando atracado al final del muelle… Era un nuevo barco… jamás antes se había visto una nave igual. Era llamativo además por el fuerte olor que desprendía: Un fuerte olor a queso, hierbas aromáticas y aceites exóticos y de todo tipo…  Tenía unos colores muy vivos y llamativos y su casco lo hacía algo especial y misterioso…

No era en nada lujoso, como aquellos grandes barcos de pasajeros que fondeaban a unos cientos de metros del muelle por tener un calado mayor, con sus cuatro y cinco pisos de camarotes, varias chimeneas y gentes de postín bajando y subiendo a las barcazas que los acercaban al muelle del puerto.

Se parecía un poco a aquellos otros barcos de carga que, al tener mayor calado, podían atracar en el nuevo muelle…

 Era un barco que seguramente guardaba en sus bodegas minerales, arenas del desierto o tierras fértiles que, de un país a otro se trasladaban…

Se notaba que había tenido algunas reformas…  Algún astillero pudo darle algunos retoques en las grúas y en su enorme chimenea que estaba justo detrás de los camarotes y del puente de mando, convirtiéndolo más en un barco de carga que de pasaje…

A escasos metros de la proa tenía una gran grúa giratoria de doble brazo para elevar las cargas y depositarlas en las bodegas que sobresalían un poco de la cubierta principal. 

En popa tenía una pequeña grúa, la que empleaba para la carga de menor peso y tamaño.

Sobre el casco se alzaban cuatro cubiertas: en la parte baja estaban los camarotes de la tripulación… el comedor… la pequeña enfermería… la cocina y las despensas.

En la primera, los camarotes de la tripulación, que eran suficientes para todos y para albergar a posibles supervivientes de algún inesperado naufragio.

En la segunda, un gimnasio, la sala de reuniones y una pequeña capilla donde cada marinero rezaba a su Dios…

En la tercera, la más alta, estaba el puente mando, y el camarote del capitán ROWAN y una sala que no se sabía bien para que servía…

Su chimenea era algo especial: grande y pintada con los colores de la bandera de la Isla de Lanzarote: roja y azul…

En la popa tenía un espacio suficiente para transportar cerca de cien cabezas de ganado, entre camellos, bueyes, vacas y cabras. Tenía un espacio protegido para el transporte de los perros Bardinos.

En una de sus bodegas que era refrigerada guardaba quesos irlandeses… botellas y barriles de cerveza… de whisky… cajas con salmones ahumados… cajas con budín negro y otros enseres que transportaba de su tierra… Las hortalizas y frutos perecederos estaban en lugares bien aireadas y protegidos del oleaje del mar.

Su nombre era “La Irlandesa” porque tanto ROWAN como gran parte de su tripulación eran de un lejano país llamado Irlanda.

Estaba pintado de varios colores: anaranjado para el casco exterior y la segunda cubierta. Un amarillo hueso tirando a blanco para la primera cubierta… La tercera cubierta era blanca, y verde el puente y camarote del capitán.

Rowan era un amante de Lanzarote. Siempre que arribaba al muelle esperaba la llegada de Beneharo para que le llevara a esos maravillosos lugares que, año tras año, una y otra vez visitaba: Los Jameos del Agua… La cueva de los verdes… El Mirador del río… el Parque de Timanfaya… La playa de los Papagayos… El Malpaís… Disfrutaba viendo su isla, como así la llamaba.

Beneharo consiguió ganarse la confianza de toda la tripulación, en especial de Junghans, el pinche de cocina al que le contaba una y otra vez su idea de enrolarse en un barco y recorrer mundo… ver nuevos lugares… hacer nuevas amistades…

Junghans habló con Emmet, el contramaestre, le contó los sueños de Beneharo y su ilusión de enrolarse en un barco, tal vez en “La Irlandesa”.

Emmet dudó por un momento y tras considerarlo durante unas noches pensó que sería bueno para el muchacho, que ya tenía la edad para esa experiencia, y lo habló con el Capitán.

Lo difícil no era que Beneharo se enrolara. Lo difícil era que sus Padres lo aprobaran y lo dejaran marchar…

Beneharo convenció a sus Padres para que invitaran a Rowan, Emmet, Fiacro y Junghans a un asadero en su casa para que los conocieran, pues Beneharo ya les había contado mil historias de esos navegantes que eran sus amigos.

La fiesta estaba preparada…  A la hora acordada llegaron los invitados portando regalos para las hermanas de Beneharo, para Rayco y para los Padres que, de buen agrado aceptaron.

Portaban una caja de madera forrada con finas telas de Rabat que, por su peso era transportada en una pequeña camella que tenían en el barco.

Beneharo enseñaba a sus amigos sus escritos, sus historias que había imaginado: sus rutas por mares helados… la caza de ballenas… Los defines cerca de su barca… Los grandes barcos cruzándose en el mar… Las tempestades marinas…

Rowan y Emmet se miraban con complicidad observando y viendo como Beneharo disfrutaba contando sus ficticias aventuras.

Después de la comida, en la sobremesa, mientras los hermanos de Beneharo recogían la mesa y fregaban los platos cubiertos y vasos, Rowan y Emmet pidieron hablar con los Padres de Beneharo a solas, sin que nadie les interrumpiera, en algún lugar que no fueran escuchados.

Adassa les indicó que un buen lugar era bajo las siete palmeras que había cerca del pozo de agua, del que sacaban el agua para dar de beber a las bestias, a las cabras y el agua necesaria para la vivienda.

Una mesa y unas sillas, un aromático café y un sabroso racimo de dátiles deleitaron a los presentes.

Rowan había tomado cariño a Beneharo y deseaba que sus Padres le dieran permiso para que se enrolara en su barco, que sus sueños se hicieran realidad… que conociera nuevas culturas y aprendiera idiomas… que, en fin, fuera uno más de su tripulación.

Tras consultarlo con el resto de los hermanos, Beneharo obtuvo el permiso de sus padres para enrolarse en “La Irlandesa” y aprender el oficio de marinero… desde el puesto más bajo hasta llegar, algún día, a ser un buen capitán de navío.

Aniagua no dejaba de mirar aquel cofre que portaba la camella que Junghans había traído desde el barco… una joven camella que tenían para llevar la carga desde el mercado al barco.

Aniagua le había tomado cariño por lo dócil que era y, como si fuera una más de su rebaño, la había alimentado y cuidado.

Emmet se fijó en Aniagua y ante los ojos de sus Padres, de sus hermanas y hermanos abrió el cofre que contenía finas telas de seda natural de diversos colores… collares de blancas y brillantes perlas… pulseras de oro fino… esponjas de mar… ricos y olorosos jabones de Agadir… exóticos licores de otros países…

-CONTINUARÁ…-

 

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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