El jubilado Pedro Cabrera se jubila. Sí, al fin. Y no es una jubilación cualquiera: es la retirada de alguien que confundió dirigir un colegio profesional con gobernar un cortijo. Un hombre que, durante años, se parapetó tras una bata blanca para ejercer no de médico, sino de emperador de bata corta y oído selectivo.
Durante su largo, larguísimo mandato al frente del Colegio de Médicos de Las Palmas, logró una proeza digna de estudio clínico: unificar a miles de profesionales. No en torno a un proyecto, no por una causa común, no por el bien del colectivo… sino en su contra. Toda una hazaña de la anti política profesional.
Con una democracia de pega y un espejo retrovisor como guía, Cabrera convirtió el colegio en un modelo de cómo no gestionar nada. Donde había que escuchar, impuso monólogos. Donde tocaba rendir cuentas, usó cortinas de humo. Donde se pedía transparencia, se limitó a abrir una rendija… y luego cerrarla de golpe.
Cada vez que alguien hablaba de participación, él hablaba de viajes. Quejas por las condiciones laborales, él respondía con un cóctel institucional. ¿Crisis sanitaria? Mejor hablar del deshielo del Ártico, que eso queda más moderno y no molesta a nadie. El jubilado Pedro Cabrera entendió la representación médica como una alfombra roja para el lucimiento propio y el ostracismo ajeno.
Ha sido, sin duda, un resistente. Como los virus malos, de esos que no responden a antibióticos ni a votos. Mentiroso cuando convenía, tramposo cuando tocaba y hábil como pocos para rodearse de un séquito tan obediente como silencioso. La democracia, para él, fue siempre un virus del que había que inmunizarse a tiempo.
Su legado no es una obra, es un síntoma. El síntoma de cómo una institución puede acabar convertida en una sala de espera eterna, donde nada avanza, donde todo se pospone y donde lo único que se mueve es la agenda del presidente y su grupo de incondicionales. Porque para Pedro, el colegio no era de los médicos: era suyo, y punto.
Y ahora se va. Aunque no sin dejar un aroma rancio a poder mal entendido y a ego sin receta. Le deseamos lo mejor, por supuesto: largas caminatas, siestas sin sobresaltos, y sobre todo, que no vuelva jamás a pisar una urna que no sea para depositar su voto… en silencio.
Gracias por todo, jubilado Pedro Cabrera. Por tanto desatino, tanta ceguera democrática y tanta arrogancia bien administrada. Pero sobre todo… gracias, sinceramente, por marcharte. Ya era hora.
Juan Santana, periodista y locutor de radio
Artículos Relacionados
- Agustín Cabrera desmiente a TeldeActualidad
El director de TELDEENFIESTAS, Agustín Cabrera Santana, niega que el reportero gráfico de TeldeActualidad, Francisco…
- PEDRO FLEITAS REGRESA DE JAPÓN
Siguiendo su ruta impartiendo cursos junto a sus visitas a su Maestro, el Dr Hatsumi…