miércoles, 24 abril, 2024

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«Otro año más…»

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Como si la dimensión temporal no existiera. Como si el constructo del tiempo fuera una falacia creada por el hombre ante su incapacidad de  comprender el continuo fluir del universo Como si el ayer y el hoy se fundieran en un eterno ahora, otro año más, el viernes negro -tan negro como la conciencia social, que cada vez apesta más a consumismo- se ha convertido en el vocero que anuncia  la Navidad.

Otro año más, las calles y las fachadas  de los edificios se han vuelto a engalanar con las luces de la hipocresía. Las luces que ya no iluminan el espíritu navideño. Las luces que, otro año más, vuelven a alumbrar a los sin techo, que en un banco de un parque, o en el resguardo de  un portal, esconde sus lágrimas entre cartones, entretanto que escuchan los empalagosos villancicos  que, como ventosidades que apestan el sentido común, retumban  en las grandes superficies.

Otro año más -y maldita la gracia que me hace- me toca bajarme de la acera para que el impresentable gordinflón no me golpee con su estúpida campanilla construida de mentiras. De tantas mentiras como los  estúpidos, hipócritas y fríos deseos de felicidad, amor y paz que recibimos en estas fechas; como los loables propósitos para el próximo año, y  que nunca cumplimos. Una campanilla hecha de mentiras, y que suena a burla. La burla de los poderosos a una  sociedad con el cerebro corroído por la ostentación. A una sociedad gregaria y anodina, a la que le  han  secuestrando su libertad, a la que le han robado su condición de humana.

Así es, otro año más, entretanto que  nos aflojamos el ceñidor  y eructamos nuestra glotonería en las comidas de empresa o en las cenas de Nochebuena y Fin de Año, en otros lugares de la Tierra, donde no alumbran las luces de navidad, a muchas madres  el hambre les está secado la leche de sus pechos. Sí, en otras zonas de la Tierra, el hambre, las guerras y las epidemias están diezmando la población. Pero, carajo, es que esas zonas de hambrunas, guerras y enfermedades están muy lejos, tan lejos que, para nosotros, han dejado de existir, sobre todo en unos días donde constantemente baboseamos buenos deseos de «paz y amor a los hombres de buena voluntad». Claro que, ante la exclusividad de tales deseos, se puede entender como  en el Planeta, cada día hay menos paz y mucho menos amor.

Por supuesto, que sí. Que este año también, y a riesgo de atragantarnos, nos despediremos de 2019 tomando las doce uvas, porque es  lo que «manda la tradición». Además, coño,  a ver si por no tomarlas el próximo año nos va a salir gafado. Luego, después de las campanadas brindaremos con champán, y, detrás de una nariz de plástico o un antifaz de engañosas rutilancias -donde muchos esconderemos nuestras hueras existencias-, espoleados por los efluvios etílicos, repartiremos con generosidad besos y abrazos entre la concurrencia.  Claro que, esa noche, nuestro antifaz de efímera vanidad no nos dejará ver la misma luz que en ese mismo instante, y en la oscuridad del océano, verán los que,  navegando en una patera o en un cayuco, sueñan con un mundo mejor y más justo, antes de que la mar acabe para siempre con sus anhelos.

En fin, amigos, otro año más nos disponemos a celebrar unas fiestas donde el homenajeado hace mucho tiempo que no está entre nosotros, que ha desaparecido, quizás para siempre. Otro año más que, acaso hipnotizados por las luces de los «led» de la ostentación, del individualismo y de la insolidaridad, no estamos siendo conscientes de  que el espíritu de la navidad ha desaparecido de nuestras vidas, de nuestra sociedad.

José Juan Sosa Rodríguez

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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