«LOS BALANCES DE LA ECONOMÍA BÉLICA»

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Las guerras han marcado a sangre y fuego la historia de la humanidad, al menos desde el surgimiento, en torno al cuarto milenio antes de nuestra era, de las primeras ciudades estado en Mesopotamia. Caracterizadas por sus casi constantes pugnas bélicas por prevalecer, la supremacía de las más fuertes terminó originando los primeros imperios. Y partir de ahí, la actividad guerrera ha sido y es el medio predilecto de extender las áreas de dominio y acrecentar los recursos materiales y económicos de los estados más fuertes.

Por su declarado propósito de destruir y sojuzgar al que se considera adversario y por los pillajes, vejaciones y calamidades humanitarias que conllevan, las guerras representan la forma más devastadora de conflicto humano, con graves consecuencias, a menudo irreparables, para las poblaciones afectadas, sus bienes y entornos. Y, también, desde el punto de vista económico los costes que acarrean y provocan son catastróficos.

Así lo revelan las cifras de costes materiales y humanos de una destrucción de dimensiones históricas que está desvalijando las economías y devastando los territorios y las poblaciones vinculadas a uno de los conflictos bélicos más sangrantes en la actualidad, la invasión de Ucrania. Una “guerra caliente” provocada por Rusia al traspasar las fronteras ucranianas militarmente en febrero de 2022 y en la que la OTAN tiene claras responsabilidades y mucho que enmendar por sus previas acciones de amenaza “fría” a la “zona de seguridad” de la federación rusa.

Parece que la “Crisis de los misiles de Cuba” en 1962 que, por la pretensión de instalar armamento soviético de largo alcance en un territorio próximo a la frontera estadounidense estuvo a punto de originar una peligrosa escalada armada entre las dos superpotencias nucleares del momento y que fue resuelta con mutuas cesiones entre los dos bandos, no tiene algo que enseñar, sobre escaladas y desescaladas bélicas, a las élites dirigentes actuales.

Para Ucrania, la factura de la destrucción está resultando abrumadora. Un informe conjunto del Banco Mundial y la ONU estima que la reconstrucción del país requerirá la cifra colosal de unos

524.000 millones de dólares. Los daños directos a infraestructuras críticas, viviendas y urbanizaciones y bienes económicos y productivos ya superan los 176.000 millones de dólares. Además, para sostener su defensa, su estado depende de la ayuda externa, que asciende a unos

279.000 millones de dólares hasta la fecha, y que aportan, sobre todo, miembros occidentales de la comunidad internacional. Y por el lado de Rusia, el agresor, su economía en pie de guerra ha disparado su presupuesto militar hasta un aumento previsto para 2025 del 24,4%, un monumental esfuerzo bélico que consume una porción cada vez mayor del presupuesto nacional.

Pero el precio más alto se paga en vidas humanas. Aunque las cifras están sujetas a la censura bélica, un reciente análisis (del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales) estima en ambos ejércitos un total de casi un millón cuatrocientas mil de bajas militares, entre personas muertas y heridas. Rusia ha sufrido alrededor de un millón de bajas, con al menos 250.000 muertes entre el personal militar. Ucrania, cerca de 400.000, con una cifra de fallecidos que oscila entre los 60.000 y los 100.000.

A la enormidad de vidas de miembros de la generación adulta más joven de ambos países directamente inmoladas en la pira de la maquinaria militar hay que añadir el tributo de sangre de la población civil, cada vez es más abultado desde los conflictos del siglo XX. Aunque el número real es, probablemente, mucho mayor, las Naciones Unidas han podido verificar la muerte entre la población ucraniana de más de 12.600 personas, casi 30.000 heridas y varios millones que han tenido que abandonar sus hogares y son desplazadas internas o refugiadas en otros países.

Transcurridos más de tres años desde el inicio de la invasión, el luctuoso balance de pérdidas en recursos y en vidas sigue creciendo cada día. Y el balance de ganancias, también, como son los pingües beneficios del sector armamentístico, de la financiación de los gastos y las deudas y de las contrapartidas en recursos por los apoyos recibidos. Todo ello, por defender, a toda costa, grandes ideales y justificado en buenas razones, que, antes y después de los conflictos, vuelven a aparcarse.

Con todo, hay algo mucho peor que las guerras de desgaste entre estados y las sangrantes guerras civiles. Son las guerras asimétricas, entre fuerzas con tecnología y poderío incomparables, como la que está llevando a cabo Israel contra Palestina. En la que desde octubre de 2023, tras un ataque terrorista a gran escala de Hamás, las autoridades israelíes están realizando un ataque masivo que está provocado decenas de miles de muertos y millones de desplazados. En los territorios y las poblaciones palestinas la devastación es absoluta y el exterminio, literal. Pero, sobre el horror, la indignación y la vergüenza, el negocio sigue.

Xavier Aparici, filósofo y experto en gobernanza y participación

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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