«Las vacaciones ya no son lo que eran»

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En nuestra sociedad, que tiene un alto nivel de institucionalización de las actividades sociales, viene de lejos que la población estudiantil disponga de un largo periodo de asueto en la estación estival. Y que, también muy a menudo en verano, las personas empleadas tomen en torno a un mes de descanso laboral: son las anheladas vacaciones. Aunque, el modo de pasar los periodos vacacionales ha cambiado mucho en el último medio siglo.

En los años sesenta, los que tenían más poder adquisitivo viajaban fuera de las poblaciones de residencia a sus apartamentos o a hoteles en lugares de veraneo. Los que eran menos afortunados económicamente y tenían a sus familiares mayores viviendo en el pueblo, se marchaban a pasar con la familia una temporada. Y los demás, la gran mayoría de las familias, casi todas “numerosas” de las de antes, se las arreglaban compartiendo, si es que se tenían, las “casetas de madera” en la playa –que ahora llamamos “de autoconstrucción” y que eran poco más que chabolas- o, simplemente, yendo y viniendo, todos los días que era posible, a remojarse en el mar o en las piscinas públicas.

Entonces, se tiraba mucho de comida fría y de bocadillos, pues había poco que gastar y pocas alegrías que darse, por lo que, solo en las ocasiones, para beber se tomaba “gaseosa”. Con todo, aquellos largos días solían ser una fiesta para toda la familia. Sobre todo para los más pequeños, que no paraban, excepto por las imposiciones –que se hacían eternas- de “hacer la digestión” sin poder bañarse o de “hacer la siesta” sin meter ruido. Las que, para variar, tampoco paraban eran mujeres -muy en particular, las madres-, pero de ocuparse de todo el trabajo doméstico en torno a salir de casa, que era mucho.

En los 80, con el desarrollo del consumismo, las familias menguaron, los salarios crecieron y “casi todo el mundo” se iba de vacaciones a apartamentos -en la costa o en el campo- o de viaje “al extranjero”. Este concepto abarcaba a todo país que estuviera más al norte que el nuestro. En esas visitas, los veraneantes se daban unas palizas impresionantes visitando  monumentos, museos y lugares incomparables contra reloj, mientras tupían a postales a la familia y amigos, pues la gente aún se carteaba.

Con la llegada del nuevo siglo la cosa ha cambiado y mucho, pero a peor, debido al descalabro económico transferido por los que, mientras nos mangonean a todos los demás, van de vacaciones cuando quieren, como quieren y a donde les da la gana. Mucha gente sigue marchándose al extranjero, según algunos mandatarios “a conocer mundo”, pero resulta que, si pueden, no vuelven en largas temporadas. Y si no vuelves, no son vacaciones, es emigración. Y hay muchos que, como ya no hay abuelos en el pueblo, ni chabolos en la playa, para veranear ya solo tiran de las consabidas playas y piscinas municipales. Si se puede, porque como la crisis por decreto arrecia, ahora de lo que hay mucho es de paro, que es lo contrario a estar de vacaciones. Como los precios del transporte público siguen siendo como en “las vacas gordas”, en muchas barriadas la gente no tiene ni para ir a los lugares donde explayarse. Y, así, a muchos niños no les queda otra que pasar las mañanas en el colegio público del barrio realizando actividades lúdicas. Aunque, de paso, se aseguran el desayuno y el almuerzo, porque en sus casas no llega ni para eso… En fin, las vacaciones ya no son lo que eran.

Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social

http://bienvenidosapantopia.blogspot.com

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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