“Las buenas costumbres”

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“Desciende a las profundidades de ti mismo, y logra ver tu alma buena. La felicidad la hace solamente uno mismo con la buena conducta”.

Sócrates. (Entre 470 y 469 a.C. – 399 a.C.)  Filósofo clásico ateniense. Maestro de Platón, quien tuvo a Aristóteles como discípulo.

Nos levantamos de la cama, hacemos nuestros lavatorios matutinos y desayunamos, como siempre. Nos vestimos con las prendas habituales. Salimos a la hora de costumbre. Conducimos nuestros coches camino del trabajo respetando las normas viales. Al llegar, saludamos a nuestros compañeros con las palabras y los gestos comunes. No solo trabajamos como todo el mundo, también nos divertimos como los demás. Observamos en la inmensa mayoría de las situaciones de nuestra vida —el amor, la amistad, el entretenimiento, el consumo, las celebraciones de la vida, el duelo por la muerte— las convenciones establecidas por la sociedad, la cual descansa enteramente sobre un lecho de usos compartidos. ¿Y el Estado? Sí, es un conjunto de leyes formales, pero si no se cumplieran, si la ciudadanía no tuviera el hábito de respetarlas pacíficamente, ¿De qué servirían? De nada, serían papel mojado. Costumbres, costumbres, costumbres: El hombre es un animal de costumbres.

Nuestra forma de hablar, de relacionarnos o de emplear nuestro ocio bien podría ser diferente; nuestra sociedad, nuestras leyes y el Estado también. En realidad, todo podría ser de otra manera. Si es como es, se debe a la costumbre. ¿Y qué son las costumbres? Convenciones acordadas espontáneamente entre la mayoría y repetidas en el tiempo.

Durante los últimos siglos, en nuestra cultura dominante —una cultura de la liberación y no de la emancipación— ha sido de buen tono ridiculizar con oportunidad o sin ella la función civilizatoria de las costumbres. Las llamadas“conveniencias sociales” —se decía— eran opresivas, hipócritas, burguesas, estúpidas, anticuadas. Coartaban la libertad, la creatividad y el auténtico yo del hombre moderno, en permanente contradicción con ellas. Cundió por doquier la“crítica de costumbres”: Es inevitable: siempre imitamos a alguien y, cuando creemos ser originales, imitamos a otro que ha sido original antes.

No solo eso. Por paradójico que parezca, las costumbres son la condición que posibilita el progreso. Suprimirlas sería como cavar una fosa bajo nuestros pies.

Parece prudente tomar en consideración la costumbre, el origen y la finalidad de este uso emanado del pueblo, puesto que el consentimiento tácito de la mayoría ratificado generación tras generación suele encerrar alguna lección aprovechable para el hombre, el cual haría bien en evitar la presunción de desdeñar el pasado y querer empezar la historia consigo mismo como si fuera el primer día de la creación. Con todo, debemos considerar que todas las costumbres, incluso las inmemoriales, son siempre revisables: podemos reformarlas o en su caso abandonarlas, si así lo exige la conciencia a la luz del progreso moral de los pueblos. No todas las costumbres son buenas, solo lo son las llamadas“buenas costumbres”, aquellas que contribuyen a la socialización masiva, positiva y civilizadora de los miembros de la comunidad.

Lo importante del apellido es que encierra una herencia familiar, pero no hablo precisamente del material genético, de un legado económico o un distintivo de nobleza que nos separe de las mayorías. Hablo de una herencia invaluable que va de generación en generación, me refiero a la enseñanza de buenas costumbres, valores y principios básicos que nuestros progenitores procuraron enseñarnos con cariño; la formación es un legado que, una vez interiorizado, nadie nos puede quitar, y también es, quizá, el mejor patrimonio que un(a) hijo(a) pueda recibir de su familia.

“El cuerpo humano es el carruaje; el yo, el hombre que lo conduce; el pensamiento son las riendas, y los sentimientos los caballos.

Platón (427 a. C. – 347 a. C.) Filósofo griego, alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles”.

(*) Francisco Javier Calixto Munguía, director adjunto de LA HOJA POPULAR CANARIA, en la edición de febrero de esta publicación

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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